Desde que se asentara, la Humanidad es presa de tumores malignos
Los tumores malignos se extendieron después de que el hombre optara por la vida sedentaria, abandonando la vida nómada. Para comprobar esta tesis, el profesor Eugen Strouhal, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Carolina de Praga, estudia desde hace ocho años las osamentas, encontradas por arqueólogos.
El profesor Eugen Strouhal que había estudiado simultáneamente Medicina y Arqueología, imparte en la actualidad en la Universidad Carolina cursos sobre la historia de la medicina y la paleopatología- ciencia sobre las enfermedades que habían aquejado a los pueblos antiguos.
Hace algunas semanas, el profesor Strouhal tenía en su manos en el yacimiento arqueológico de Abusir, en Egipto, el hueso sacro de una mujer fallecida hace 2600 años. Con sorpresa descubrió en el hueso una cavidad que podía haber dejado sólo un tumor.
Los arqueólogos checos hallaron el esqueleto de la mujer con el tumor del hueso sacro en un pasillo que comunicaba con la tumba del dignatario Iufaa que habían descubierto en 1996.
El hallazgo del hueso sacro con el vestigio de un tumor contribuye para ampliar nuestros conocimientos sobre la incidencia del cáncer a lo largo de la historia. Éste es precisamente el campo de estudio del profesor Eugen Strouhal que desde hace ocho años investiga los tumores que dejaron huellas en las osamentas, descubiertas por los arqueólogos. Basándose en sus experiencias, el profesor Strouhal determinó que el tumor de la mujer egipcia era benigno.
Ello no significa, sin embargo, que no fuera peligroso. El tumor se formó en el hueso sacro, en el extremo inferior de la columna verterbral, donde se entrelazan los nervios. El tumor los oprimía, causando a la mujer fuertes dolores e incluso podía haber provocado la parálisis de las piernas. Hoy en día podría ser extirpado, pero en el antiguo Egipto no tenía remedio. A pesar de ello, la mujer llegó a los 40, límite superior del promedio de edad de los egipcios en la época de los faraones.
El Prof. Eugen Strouhal afirma que los hallazgos recabados hasta ahora indican que de los tiempos más remotos se conservaron en los huesos humanos sólo vestigios de tumores benignos. Los tumores malignos aparecen apenas en los huesos procedentes del período posterior al abandono de la vida nómada e inicio de la vida sedentaria. Ello ocurrió en Oriente Próximo 8 mil años antes de nuestra era, y en Europa 3 mil años más tarde.
Eugen Strouhal admite que la incidencia de tumores malignos después de que el hombre se asentara, está relacionada con el cambio del modo de vida. Los pobladores asentados no sabían, por ejemplo, cómo canalizar el humo para que no contaminara el interior de sus moradas. Los efectos cancerígenos del humo son indudables.
Gracias a la agricultura, los pobladores tenían a su disposición más alimentos que podían preparar al fuego, pero la comida quemada contribuía a provocar el cáncer.
Los asentamientos fortificados estaban a veces superpoblados. Aumentaba la incidencia de enfermedades infecciosas que a través de la incesante irritación de los tejidos podía provocar el cáncer. Es evidente el aumento del número de tumores malingos en la medida que avanza la historia.
En el millar de restos óseos del paleolítico que han sido investigados no se registró un solo tumor maligno.Entretanto, cuando el prof. Eugen Strouhal y dos científicas de la Universidad Masarykiana de Brno analizaron los cambios en los huesos procedentes de un cementerio extinto, con enterramientos del siglo 13 al 18, encontraron pruebas irrefutables de que como mínimo tres de mil personas sepultadas habían padecido un tumor maligno.
No es todavía una prueba definitiva de que con la vida sedentaria haya aumentado la incidencia de los tumores malignos, pero parece por lo menos evidente que en el período anterior al neolítico no eran tan frecuentes como en los períodos posteriores.