De Checoslovaquia a Venezuela por el comunismo y de Venezuela a Chequia por Maduro con casi cien años

Rosanna Bonnacorso, Růžena Kerner y Alejandro Bonnacorso

Růžena Kerner, que en enero cumplirá cien años, tiene una impresionante historia a sus espaldas de lucha y superación ante la adversidad. La Segunda Guerra Mundial, un exilio de seis décadas en Venezuela y un retorno inesperado a su país de origen con más de 90 años gracias a una familia muy unida, son solo algunos de los hechos que marcaron una vida, de la que habló para Radio Praga Internacional.

En un apartamento a las afueras de Praga, acompañada de su hija y su nieto, vive Růžena Kerner, que a sus 99 años tiene muchas más cosas que contar de las que hubiera podido imaginar cuando crecía junto a sus cinco hermanos en la pequeña localidad de Hronov, al norte de Chequia.

Primera boda | Foto: archivo de la familia Bonnacorso

Nació poco después de la propia Checoslovaquia y su vida no tardó en quedar marcada por la historia del siglo XX. Con la ocupación nazi comenzó una serie de viajes, traslados y mudanzas no siempre deseados, contó a Radio Praga Internacional.

“Cuando llegó la guerra mundial, yo trabajaba en una fábrica de textil, pero los alemanes la ocuparon y a los jóvenes que estábamos allá nos mandaron a Berlín. Allá lo pasamos mal porque por la noche llegaban los ingleses bombardeando y teníamos que meternos en el búnker y esperar hasta que tocara la sirena para poder salir. Cuando salíamos todo era fuego, edificios caídos… Y así pasé un año en Berlín”.

El largamente esperado final de la guerra, paradójicamente, no significó el fin de los problemas para muchos habitantes de Checoslovaquia, para quienes, sin imaginarlo, comenzaba una época en muchos aspectos más dura aún. Fue el caso de Růžena.

“Cuando tenía 14 años empezó la guerra mundial y empezó el hambre. Y cuando terminó pensamos que iba a ser mejor, pero fue peor porque llegó el comunismo. Yo tenía 20 años, me casé con mi esposo, al que no le gustaba el régimen y hablaba siempre de esto por ahí. Los amigos le decían que no lo hiciera porque se lo iban a llevar preso. Y así sucedió”.

‘Su esposo mañana temprano le va a mandar un carro para llevarlo tras él. Tiene que preparar una pequeña maleta con un poco de cosas para usted y otro poco para él, pero no tenga miedo que todo va a salir bien’.

Comerciante de ocupación, el marido de Růžena no estaba precisamente entre los preferidos del régimen. Su osadía de decir lo que pensaba terminó de condenarlo para el nuevo sistema. Llegó un punto en el que estaba claro que nada bueno le podía esperar ya en el país, así que se ocultó y ni siquiera su mujer sabía dónde estaba.

“Yo tenía miedo a salir de la casa porque me estaban espiando. Pero una vez necesitaba comprar algo y salí. Caminando por la calle, andaba detrás de mí un señor y me decía: ‘Señora, no se vuelva, yo le quiero hablar’. Yo seguí caminando sin volverme y él decía: ‘Su esposo mañana temprano le va a mandar un carro para llevarlo tras él. Tiene que preparar una pequeña maleta con un poco de cosas para usted y otro poco para él, pero no tenga miedo que todo va a salir bien’. Y se fue. Yo llegué a la casa y no sabía qué hacer, pensaba que estaba soñando. Pero preparé el equipaje”.

Fueron a Brno, y desde allí se acercaron a la frontera con alguien que a cambio de una buena suma los guio en su huida del país. Por la noche, ocultándose entre la vegetación, con el equipaje atado a la espalda y avanzando a cuatro patas, lograron pasar a Austria. Era solo el principio de una odisea que se prolongaría por mucho tiempo.

“Venezuela era un país muy bueno y muy rico en todo”

En Viena fueron interrogados a fondo por las autoridades y se les otorgó la estancia temporal, pero fueron llevados a un campo de refugiados en Alemania en el que pasaron dos años esperando poder emigrar a algún otro sitio. Allí se presentaban cónsules, recuerda Růžena, que iban buscando emigrantes. Así terminó el matrimonio subiendo a un barco con rumbo a Venezuela en el año 51, en un largo viaje que hizo escala en Nueva York para que desembarcaran allí otros emigrantes como ellos, a los que por alguna razón les tocó ir a Estados Unidos.

Si algo recuerda Růžena de su llegada después al puerto de La Guaira, en Venezuela, es el calor.

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“Nos montaron en un autobús y nos llevaron a otro campamento de emigrantes y allí había un calor terrible porque las casas eran de zinc. Cuando se calentaban, no se podía estar adentro. Allá venían compañías buscando obreros y nosotros nos anotamos en la primera que llegó. Era buscando tractoristas y mi esposo no sabía nada de tractores, pero nos fuimos. Y ya trabajábamos: yo en la cocina como ayudante y él con el tractor”.

El clima y las condiciones en las que vivían, les hicieron irse en cuanto les surgió la oportunidad. Y lo cierto es que Venezuela oportunidades les daba, recuerda Růžena.

“Venezuela era un país muy bueno y muy rico en todo: petróleo, hierro… Allí se podía hacer de todo y cuando uno quería trabajar, podía llegar adonde quisiera. Nosotros empezamos así”.

Con su segundo esposo en Venezuela | Foto: archivo de la familia Bonnacorso

Ahora dice Růžena que se expresa mejor en español que en checo, pero por aquel entonces seguían sin poder comunicarse bien con la población local. A su marido le costaba aún más que a ella el español, lo que les dificultaba un poco las cosas. Aun así, no tardaron en salir adelante con unos terrenos que recibieron para trabajarlos. Les prestaron un tractor y, tras la primera cosecha, se deshicieron ya de las deudas y empezaron a tener una vida tranquila que, por desgracia, no duró mucho al enfermar su marido.

“Tenía cáncer, pero allá en el pueblo donde fuimos al médico, le dijeron que tenía el hígado inflamado y más nada. Entonces le dieron dieta, pero la cosa empeoró, entonces lo llevamos a Caracas a una clínica y allá el médico me dijo: ‘Señora, ya no se puede hacer nada. El cáncer está muy avanzado. Si quiere que se alivie, lo abrimos, le sacamos todo el líquido y se aliviará, pero no se puede hacer nada’. Entonces yo me presté la plata, porque no tenía, y lo operaron. Se alivió de verdad, pero duró poco después. A los 10 días se murió”.

Sola, en otro continente y de nuevo endeudada, Růžena tuvo que volver a empezar de cero otra vez. Otra familia checa que vivía en Caracas, los Matějka, la ayudaron mucho y con ellos mantuvo ya siempre en la distancia una gran relación. Si algo tenía claro era que no iba a volver a la Checoslovaquia comunista.

Nietos e hija | Foto: archivo de la familia Bonnacorso

“Cuando se murió mi esposo en Venezuela, mi mamá me escribía que regresara, que aquí estaba todo bueno. Pero yo tenía mucho miedo porque se fue una familia de allá y ya no regresó, no se sabía nada de ellos. Entonces yo tenía miedo a regresar”.

Las cartas de su familia le llegaban abiertas, dice. Señal de que no era buena idea volver. Pero Venezuela sí que le volvió a brindar nuevas oportunidades y un porvenir.

“Volví otra vez al campo y por suerte conocí allí a un señor italiano, más bien siciliano. Nos conocimos y nos casamos. Después, fuimos a la ciudad y allá nos abrimos una frutería, que nos iba muy bien. Teníamos mucha clientela y en corto tiempo nos compramos un terreno y empezamos a construirnos una casa. Después tuvimos una hija y teníamos una familia muy feliz”.

“Después llegó Maduro. Teníamos hambre, no había comida”

Se asentaron en la ciudad de Barquisimeto, donde los Bonaccorso prosperaron. Růžena regresó por primera vez a Checoslovaquia en el año 85, y volvió de nuevo de visita en el 90 y el 95.

Lo que no imaginaba es que en su vida iba a tener que emigrar de nuevo, y mucho menos con 92 años. Pero de nuevo, un giro en el país lo provocaría, aunque ahora no por persecución o represión por motivos políticos, sino simplemente para poder cubrir las necesidades más básicas, dice.

“Vino el presidente Chávez y Venezuela se estaba bajando para abajo porque empezó a fallar todo, hasta la comida. Y después vino el otro presidente, ¿cómo se llama…? Maduro. Y este ya lo terminó. Teníamos hambre, ya no había la comida más básica, no se conseguía harina, aceite ni mantequilla ni nada. Entonces, mi nieto, Rafael Alejandro, decidió que se venía para la República Checa para ver si podíamos venirnos también”.

“Aprendí de mi abuela que tenía que luchar por las cosas”

Alejandro Bonaccorso dice que fue precisamente el ejemplo de su abuela lo que le impulsó a buscar un futuro mejor en Chequia.

“Yo siempre aprendí de mi abuela que tenía que luchar por las cosas, trabajar. Siempre nos enseñó a conseguir lo que queríamos con el esfuerzo. Y cuando comenzó la situación a empeorar en Venezuela se me hizo familiar lo que mi abuela vivió aquí, y le dije de ir a la embajada a solicitar documentos a ver si podíamos recuperar otra vez la nacionalidad. Y así comenzamos, mi mamá y yo, desde el año 2013 a hacer viajes con mi abuela a la embajada. Y ya después de eso, pues yo llegué aquí de primero y luego les ayudé, y también les motivé, para venir aquí a la República Checa, porque lo principal era estar otra vez reunidos todos aquí en familia”.

Reunión familiar en el aeropuerto Václav Havel 2017 | Foto: archivo de la familia Bonnacorso

No es lo único que aprendió de su abuela. Alejandro, guía turístico en Praga y otros lugares de Chequia, tiene todo un as en la manga con sus clientes gracias a las historias de su abuela en Venezuela. Algunas bastante divertidas.

“Por ejemplo, en la infancia, cuando yo tenía alguna inflamación en las encías, mi abuela me remojaba algodones en slivovice, el licor de ciruelas, y me los colocaba. Pero entonces ya tenía que inventarme los dolores porque me gustaba el sabor dulce del destilado. Pero ya después se dieron cuenta de que me inventaba los dolores. Yo estaba pequeño, tenía seis años más o menos”.

Rosanna Bonnacorso,  Růžena Kerner y Alejandro Bonnacorso | Foto: Daniel Ordóñez,  Radio Prague International

Rodeada de cariño y protección, tras una vida de sobresaltos y dificultades superadas de manera ejemplar, Růžena puede pasar ahora sus días en calma en Praga a punto de cumplir una cifra mágica de años. Una edad que muy pocos llegan a conocer.

“Me faltan 8 meses para para el centenario. Yo nunca pensé que voy a durar tanto, pero Dios me dio esa gracia”.

Y que así sea por muchos años más.