Una Erasmus en la burbuja checa de Třemošnice
Elvira González es una estudiante Erasmus Plus poco habitual. Además de ser estudiante de Formación Profesional, su beca consiste en las prácticas finales de sus estudios, que lleva a cabo en el pequeño pueblo checo de Třemošnice.
Elvira fue agraciada con la beca Erasmus+ para completar la fase final de sus estudios, consistente en prácticas en empresa, en la compañía de componentes para automoción Kovalis, con la que su centro colabora ya por segundo año consecutivo.
Tanto la residencia de estudiantes donde se aloja como la planta de la empresa se encuentran en la pequeña localidad de Třemošnice. Para Elvira vivir en un pueblo pequeño ha supuesto un fuerte reto de adaptación, sobre todo debido a la insalvable barrera lingüística, nos cuenta.
“Tendrá unos mil habitantes. Está la zona más rural, que es donde estoy yo metida, y la más pública, donde hay dos edificios, la plaza. Hay muchos chinos, que tampoco hablan inglés, cosa que me extraña. Al ser algo diferente no se acercaban mucho a mí en un principio, pero luego ya voy conociendo al vietnamita, que me preguntó de dónde era. Para poder comprar tabaco se me quedó mirando y diciendo ‘občánka, občánka’. Yo: ¿y qué es občánka? Hasta que caí en la cuenta de que me estaba pidiendo el DNI. Y experiencias así muchísimas. En el supermercado me decían el precio en checo, y yo: ‘qué me estás diciendo, cuánto es, cómo paso la tarjeta’. Es que no saben en ese pueblo nada de inglés, nada. Y yo pensando: ¿me he preparado el inglés en cuatro meses, que yo no tenía ni idea de inglés, algo básico, para llegar a un sitio y que no me hablen en inglés?”.
Como condición para recibir el estipendio, Elvira González tuvo que elevar su nivel de inglés para llegar a un mínimo. Sin embargo no se le proporcionaron clases de checo, y en su actual situación, sin el checo estos tres meses de estancia se le están poniendo cuesta arriba.
Como ejemplo, una anécdota. Por un error médico y posiblemente malentendidos en la comunicación, casi es operada de apendicitis.
“Fui al médico para que me hicieran un justificante para poder estar 24 horas en reposo. Y la doctora diciendo que era una apendicitis, que no, y me mandaron al hospital de Časlav. Pero vamos a ver si fuera una apendicitis tendría fiebre y estaría rabiando de dolor. Pero es que ella decía que estaba agonizando. Recibí cuatro pinchazos, y yo: que no me pinchéis, que no me operéis, que no tengo nada. Decían: tu vida está en riesgo, te puedes morir, tienes que estar aquí. Y la tarjeta sanitaria europea en mi casa”.
Veinte minutos para comer
La jornada comienza para Elvira sobre las cinco de la mañana, cuando tras asearse y desayunar se dirige a pie a la fábrica, situada en medio del bosque, donde trabaja de seis y media a tres y media. Las relaciones con el personal de la planta y con sus superiores es buena, aunque el dominio del inglés sigue suponiendo un problema, nos cuenta Elvira.
“Está el mismo problema del inglés. Yo intento comunicarme con ellos, pero tienen un acento muy diferente. Al principio me metieron en lo que es al almacén para verificación y control de piezas. Luego al ver que iba desarrollando bien mi trabajo me pasaron a otro sitio, que son máquinas que miden la rugosidad de las piezas y con el ordenador yo veo si están bien o están mal, y si están mal tengo que avisar a mi compañero para que se las lleve a otro sitio. Y en eso consiste mi trabajo”.Kovolis es una empresa de tipo familiar y capital íntegramente checo con aproximadamente 5.000 empleados. Produce todo tipo de piezas de aleaciones de aluminio, sobre todo para la industria automovilística, y es la única firma del país en contar con tecnologías para el método más moderno de moldeado de aluminio, conocido como rheocasting.
A la hora de describir las diferencias entre trabajar en una fábrica checa y española, Elvira señala sobre todo la distribución del tiempo.
“Yo lo veo un poco diferente. En el sentido de organización. Aquí va todo muy deprisa, como si tuvieran muchísima prisa. Por ejemplo las pausas. En España tenemos casi una hora para comer, y aquí en Kovolis son 20 minutos, y en ese tiempo a mí no me da tiempo a comer. Y otro problema: soy vegetariana y solo tienen carne. Y parte la organización que tiene es muy extraña, es un modo de vida muy diferente, diría yo. Esa empresa no para ni un día, está todo el día en funcionamiento, para uno y ya entra el siguiente, así constantemente”.
Atrapada con adolescentes
Mientras que su experiencia laboral en la planta es buena, Elvira no opina lo mismo del trato recibido de parte del centro de formación profesional checo que la ha recibido y que le proporciona alojamiento en su residencia estudiantil. En su opinión, la escuela exhibe cierta dejadez a la hora de proporcionarle información o atender sus necesidades. El caso más grave es, a su parecer, el hecho de haberle alojado en la parte reservada a los estudiantes de entre 14 y 16 años. Los chavales, además, la han tomado con ella, lamenta.“Con adolescentes en plena pubertad, es un poquito chocante. Yo llegué con la intención de hacer amigos, aunque fuesen menores que yo, me daba igual, pero para al menos no estar tan sola. Al principio empezaron ‘¿me puedes dar un cigarro?’, y yo pensando: ¿solo saben esto de inglés? Y al intentar hablar sentían que se reían de mí. Fui a la guarda, y era verdad, le estuve echando la bronca, porque ya me llegaron a amenazar con un palo. Y llega ya a tal punto de que aporrean tanto mi puerta, de que cuando llego de la empresa agotada de trabajar me ducho y hasta las nueve no vuelvo, que es cuando se acuesta esta gente”.
La escuela ya ha prometido instalarla en otro dormitorio. Aun así, uno de los principales problemas personales de su estancia en Chequia, la soledad, no deja de aquejarle. En principio iban a venir dos becarios de su centro de formación profesional, pero al final Elvira ha sido la única en aprovechar la beca. Al no contar con nadie cerca con quien hablar su idioma, o al menos en inglés, Elvira busca otras formas de pasar su tiempo libre.“Los fines de semana cojo la bici, que me dejaron una, y me voy a los pueblos de alrededor, o me voy de aventura en autobús, donde pare, a ver si consigo conocer la zona. Y mi tiempo libre, básicamente me gusta escribir. Escribo mucho, toda la experiencia. Ya que no puedo hablar con nadie. El día de mañana que vean mis padres a qué me dedicaba, cómo era el día a día”.
Los diarios de Třemošnice quedarán para la posteridad como testigos de una experiencia agridulce. Esperemos que cuando los relea prevalezcan más las luces que las sombras.