Un dibujante en el Puente de Carlos, el lugar más hermoso del mundo
Descubrió su talento de mayor, luego de una complicada operación de vesícula. Y gracias a la sugerencia de un colega, el retratista eslovaco Ladislav Lörincz pudo cumplir su gran sueño: ganarse la vida como artista en uno de los sitios más emblemáticos de Praga.
El impacto estético que causa el Puente de Carlos suele ser tan fuerte que algunos caminantes ni se fijan en la gran variedad de artistas que intentan robarle un poco de protagonismo a ese conjunto de estatuas barrocas para captar la atención del público. Uno de ellos es el retratista eslovaco Ladislav Lörincz que, a diferencia de lo que se cree sobre los ilustradores, descubrió su vocación de mayor y luego de ver seriamente comprometida su salud.
“Empecé luego de una operación en la que me sacaron la vesícula, durante un tiempo tuve la sensación de que me iba a morir tal vez por efecto de la anestesia. No sabía qué pero algo estaba buscando, no sé cómo sucedió pero pasé por la filosofía oriental y ahora soy cristiano. Ahora sé lo que soy, pero en ese momento no lo sabía, así que durante esa búsqueda comencé a dibujar de todo: naturaleza, animales… Todo”.
Desde ese momento, explica que comenzó a encontrar en el dibujo algo similar a lo que le sucedía a Scherezade con los relatos de Las mil y una noches: su incipiente vocación artística lo ayudaba a superar cualquier tipo de malestar y aferrarse a la vida.
“Yo me decía: ‘Tengo que terminar de dibujar esto, todavía tengo que seguir con este dibujo’. Cuando me sentía mal decía que si lograba sobrevivir podía terminar determinado dibujo, y eso me mantuvo a flote mientras deseaba que llegara un nuevo día para volver a dibujar. Y se veía bien y empecé a sentir que comenzaba a hacerlo como un profesional y la gente me decía: ‘¿Por qué no intentas hacer dinero con eso?’. Era una buena idea, y así llegué a Praga. Empecé a trabajar en una galería de la calle Uhelný trh”.
Y aunque poder ganarse la vida en Praga significaba para él una enorme satisfacción porque, desde siempre, le había parecido una ciudad muy atractiva, cada vez que cruzaba el emblemático Puente de Carlos tenía la fantasía de que, tal vez, algún día, pudiera terminar trabajando en ese sitio. Y los deseos, a veces, se cumplen.
“Mientras dibujaba en esa galería, un invierno vino un colega que trabajaba aquí en el puente que para mí era a lo máximo que se podía llegar. Entonces él me dijo si me gustaría estar allí y yo le pregunté si eso era posible, me contestó que justo había un concurso y la decisión la tomaba un comité y podía ser que quedara o que no, pero me sugirió al menos intentarlo, como que vio algo y a mí me gustaba mucho su trabajo, así que me sometí al concurso y me eligieron”.
Cuenta que esa prueba consistió en dibujar a un hombre en pleno Puente de Carlos frente a un comité de siete personas: cuatro eran también pintores y los restantes pertenecían a la administración de Praga 1. A pesar de la presión, logró mantenerse en calma y, de repente, antes incluso de que terminara el retrato, uno de ellos le comunicó que lo había hecho bien, que podía trabajar en el Puente de Carlos. La felicidad que experimentó en ese momento la sigue sintiendo hoy, siete años después de aquel día.
“Es algo asombroso, muy asombroso. Porque cuando hablo con alguna gente aquí o conozco algunas personas en los viajes que hago siempre suelo preguntar cuál es su ciudad preferida y muchos me responden que Praga, y en Praga me suelen decir que este es el sitio más hermoso de la capital checa, así que trabajo en el sitio más hermoso del mundo”.
Justamente porque disfruta tanto de su trabajo, Lörincz sufrió mucho la pandemia, sobre todo aquella época en la que el puente estaba vacío y la mayoría de los artistas dependían de la ayuda del Estado. Si los clientes no tienen problema, a él no lo asusta ni el frío ni la lluvia, porque siempre lleva entre sus cosas unas sombrillas para poder trabajar pese a cualquier inclemencia climática. Respecto al tiempo en que tarda en hacer sus retratos al carboncillo asegura que la duración nunca se sabe con certeza y cada obra requiere siempre un tiempo distinto.
“Depende un poco de cómo se siente cada persona, es algo muy difícil de decir. A veces el dibujo te fluye aunque lo hagas con tu mano inhábil y a veces ni siquiera logras avanzar con la que sí lo es. Pero la dificultad suele depender de la persona a la que estás retratando, de su fisonomía, a veces dibujas unas cuatro líneas y ya tienes su esencia y, por el contrario, cuando su fisonomía no es tan singular hay que jugar con los rasgos de esa persona hasta que, de alguna forma, se accede a su personalidad, lo cual pasa con los niños”.
A lo largo de los años, Lörincz fue adquiriendo cada vez más experiencia, algo que él advierte en su capacidad para disfrutar cada nuevo retrato y no ponerse tan tenso como en los comienzos, más allá de las dificultades obvias que puedan llegar a surgir. Cuenta que algunas veces le sucedieron cosas extrañas a tono con la atmósfera mágica de su lugar de trabajo. Por ejemplo, que un mendigo le pidiera un retrato que terminaría pagando mucho más caro de lo que valía y una anécdota que parece sacada del libro Tríptico de Praga del escritor Johannes Urzidil.
“Una pequeña anécdota es que una vez se me acercó un señor y me dijo si podía dibujar a un amigo. Le dije que sí pero le pregunté dónde estaba. Me contestó que no estaba ahí y cuando le pedí una foto me contestó que no tenía, y él me diría cómo era para que yo pudiera dibujarlo. Le dije que eso era algo realmente difícil y él me ofreció pagarme el doble de lo que suelo cobrar los retratos. Entonces empezó a decirme que tenía la nariz puntiaguda, la cara ovalada, me dijo que le preguntara lo que quisiera, y así me fue describiendo sus ojos y sus orejas que eran grandes. Lo hice y de hecho me pagó el doble. Es decir, que tal vez sí se parecía. Pero esa vez dibujé a un hombre sin verlo, de acuerdo a lo que él me iba diciendo. Eso fue algo gracioso”.
Aunque le gusta mucho viajar y cada vez que puede se toma unos días para conocer alguna ciudad nueva, Lörincz asegura que ya no puede pedirle más a su profesión y, en todo caso, lo único que desea es mantener su puesto de trabajo en el Puente de Carlos para poder regresar otra vez, luego de sus breves visitas al extranjero, al lugar que él considera el más hermoso del mundo.
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