Por siempre jóvenes: el encanto inoxidable de Los Músicos de Kampa

Muzikanti z Kampy en un bar de Smíchov

Ofrecen conciertos gratuitos de rock y country en pleno centro de Praga, entre guitarras, clarinetes y muchos otros instrumentos. Con un promedio de edad entre 70 y 80 años, Los Músicos de Kampa (Muzikanti z Kampy) encuentran en la música una gran vitalidad que contagia al público. En esta entrevista, su líder Vladimír Cmejla nos cuenta la historia de esta entrañable agrupación que surgió hace 17 años muy cerca del Puente de Carlos.

“Tocamos puramente como entretenimiento, solo por diversión”.

Cada lunes a la tarde, en plena isla de Kampa, suele congregarse mucha gente para ver tocar a un grupo de ancianos que, con su vitalidad, contagian al público logrando que, en pleno centro de la capital checa, los veranos sean aún más cálidos y los inviernos mucho menos fríos. Muzikanti z Kampy (Los Músicos de Kampa) es el nombre de esta entrañable agrupación que, como cualquier otra, cuenta con un líder y frontman llamado Vladimír Cmejla.

“Este grupo se formó hace 17 años en un terraplén del río Moldava, donde está la estatua de Bruncvík, junto al Puente de Carlos. En ese sitio un amigo tiene una casita y un sótano donde instaló un barril de cerveza. Rompió una tubería de la pared y puso un grifo. Así que siempre nos juntábamos allí a beber. En esa época yo estaba construyendo mi casa y él era mi albañil; así fue cómo surgió todo”.

Puente de Carlos | Foto: Juan Pablo Bertazza,  Radio Prague International

Cuenta Cmjela que, a lo largo de los años, fueron amenizando esas reuniones en las que participaban hombres y mujeres con música en vivo. Al principio, solo se trataba de la guitarra de Vladimír, pero luego otros amigos empezaron a llevar un bajo, clarinetes, flautas y, de a poco, se fue formando una verdadera orquesta alimentada a base de cerveza y amistad que, en su momento, llegó a contar con 23 miembros. La música los hacía tan felices que pronto decidieron compartir esa pasión con el público. En la actualidad suelen tocar en el parque de Kampa y en algunos bares del centro de la capital, tal como dice Vladimír, por puro amor al arte.

“Lo hacemos puramente como entretenimiento, solo por diversión. Yo me he ganado la vida como abogado de patentes y ahora mi hijo me está empezando a relevar en el trabajo, así que tengo un poco más de tiempo libre. En consecuencia, venimos a tocar aquí sin propósito monetario, aunque a veces alguno de nosotros viene con una gorra y, al menos, sacamos algo”.

Vladimír Cmejla | Foto: Juan Pablo Bertazza,  Radio Prague International

Aunque el número de músicos puede ir cambiando en cada presentación, la formación más estable cuenta con dos clarinetes, dos bajos, un violín, una guitarra eléctrica y una acústica. Algunos de los clásicos que no faltan en sus presentaciones son, por ejemplo, El cóndor pasa, de Simon and Garfunkel, o Golpeando las puertas del cielo y Soplando en el viento, de Bob Dylan.

“Tocamos country, que es lo que la mayoría de la gente conoce, canciones como Medvídek, de Lucie, o temas de otras bandas famosas checas que suelen tener muy buen material como, por ejemplo, Katapult, del cantante Oldřich Říha. De ellos hacemos unas seis canciones. Luego también de Petr Novák, que también se hizo muy famoso desde los tiempos de la radio y conocemos sus canciones desde nuestra juventud. Tocamos de todo, rock and roll, y tratamos de hacerlo en checo”.

Muzikanti z Kampy en Kampa  | Foto: Juan Pablo Bertazza,  Radio Prague International

Además de ser la cara de presentación de Los Músicos de Kampa, Vladimír Cmejla

suele ocuparse también de escribir las letras en checo para algunas melodías extranjeras. También compone sus propias canciones, aunque prefiere no tocarlas en público. Lo cierto es que, a lo largo de casi dos décadas de actividad, los recuerdos que atesora son muchísimos, aunque hay uno que lo impactó especialmente.

“Hay algo que recuerdo mucho y lo voy a recordar hasta el día que me muera. Parece que no, pero tiene que ver con la música y esa época en la que solíamos tocar hasta las dos de la mañana en la isla de Kampa, junto a ese grifo en la pared del terraplén, tomando cerveza. Yo creo que han pasado ya como 15 años. Era un hermoso día de verano, en julio, yo volvía a casa de tocar, por el sendero asfaltado de Kampa. Delante de mí iban caminando tres mujeres y, de repente, se cayó una rama de un árbol. Hizo un ruido terrible. Era una noche maravillosa y yo venía pensando en lo hermosa que era mi vida y, de repente, cae una rama como esa, apenas a un metro delante de esas tres mujeres que yo no conocía, pero que caminaban tan cerca de mí. Se fueron corriendo aterradas hacia el río Moldava, corrían dando gritos porque esa rama podría haberlas matado”.

“Para mí la música es un verdadero refugio contra las preocupaciones”.

Lo que le quedó tan grabado de ese episodio, explica Vladimír, es cierta semejanza entre la vida y la música. Así como los dos o tres minutos que dura una canción suelen ser tan intensos como breves, la vida y la felicidad también pueden ser, en su opinión, bastante efímeras. Por eso intenta disfrutar al máximo cada momento, y la música, por supuesto, suele ser un buen aliado para tal propósito. De hecho, lejos de tratarse de un vínculo reciente, esta viene acompañando a Vladimír desde que era muy chico.

“Toco desde los ocho años. Soy de Litoměřice y ahí había dos chicos de mi edad que también tocaban. Con ellos empezamos, por ejemplo, con canciones como Pádlo se do vody noří y Ascalona. Ese fue el comienzo de todo. Luego empezamos a ir a un lugar junto al río Elba, en Roudnice, y teníamos nuestro propio barco, un trampolín para saltar al agua, una cancha de vóley y un espacio para hacer fogatas. Ahí tocábamos todos los sábados”.

En pleno concierto | Foto: Juan Pablo Bertazza,  Radio Prague International

De alguna manera, cada vez que vuelve a tocar en Kampa frente a un público de todas las edades, Vladimír revive esos lejanos fines de semana que pasaba con sus primeros amigos cantando y riendo hasta altas horas de la madrugada, entregados a la música, esa música que hoy constituye un elemento esencial e indispensable de su filosofía de vida.

“Para mí la música es un verdadero refugio contra las preocupaciones. Yo sé tocar entre 400 y 500 canciones, así que cuando estoy en casa, relajado, puedo ponerme a tocar entre tres y cuatro horas solo... y lo disfruto mucho. A veces, termino a eso de las dos de la mañana y toco para mí mismo, así no me olvido de todo”.

Agrega Vladimír Cmejla que, entre tanta música que escucha, le gusta mucho la latinoamericana. Una de sus canciones favoritas es O cangaceiro (El bandido) que tiene una versión de Joan Báez, pero es el tema principal de un western brasileño de 1953. Además, disfruta tanto la música en español que, ahora que cuenta con un poco más de tiempo, decidió ponerse a estudiar el idioma para entenderla mejor y también poder cantarla.

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