“Nunca sentí tanto frío como en Brasil”
Cuando Ivana Malechová se enteró de que buscaban una profesora de checo en San Pablo decidió presentarse, a pesar de que ni siquiera hablaba una palabra de portugués. Luego de dos años de intenso trabajo, en medio de sus vacaciones en República Checa, nos cuenta sus experiencias y descubrimientos en un país, en principio, tropical.
Aunque asegura que ahora tiene bastante olvidado el español, cuando Ivana Malechová se enteró de una posibilidad de trabajo para dar clases de checo en Brasil, no hablaba ni una palabra en portugués. Sin embargo, la idea le gustó tanto que decidió probar suerte. Mandó su CV y, al poco tiempo, se enteró de que había sido elegida por el programa estatal checo que organiza clases gratuitas de ese idioma no solo en Brasil sino también, por ejemplo, en Argentina.
“Argentina tiene mucha historia y muchas comunidades, Argentina tiene una base muy profunda en esas comunidades, que vienen de la época de Checoslovaquia, entonces hay profesores en Argentina y Brasil dentro de América Latina. Tenemos también una profesora en Australia, en Estados Unidos, Canadá”.
En Canadá incluso existen, según cuenta, cinco escuelas checas mientras que, en casi todos los países europeos, hay profesores con formación universitaria que imparten clases, exclusivamente, de lengua checa. Por el contrario, los docentes de checo en Latinoamérica se encargan de transmitir también otros aspectos de la cultura como la historia, la música, las danzas típicas y la gastronomía por lo que, en general, se trata de personas muy sociables.
“Como en Brasil no hay calefacción, los alumnos se ríen de mí porque estoy, como en Praga, con gorra y bufanda”.
“Se prefiere que la profesora sepa tocar algún instrumento, eso es una ventaja, y yo toco el piano, entonces estoy haciendo allá un grupo musical para tocar música checa. Incluso están tocando, por ejemplo, el himno checo. Entonces, en Latinoamérica la profesora debe tener algunas cosas más: tocar un instrumento, saber cantar, saber cocinar...”
Cuenta Malechová que esa agrupación se llama Pramen, ensaya cada catorce días y tiene nueve integrantes. Ella toca el piano, otro checo toca la viola y el resto son todos brasileros. Cantan canciones folklóricas tradicionales como la famosa ‘Holka modrooká’, aunque, en general, en versión rock para que sea más animada. También versionan algunos temas más recientes como ‘Dej mi vic své lásky’ de Olympic, y hasta, a veces, los convoca el consulado checo para interpretar, por ejemplo, el himno nacional.
En el país del frío
A diferencia de muchas otras personas que deciden ir a vivir a una ciudad que conocen de antemano, Ivana Malechová nunca había estado antes en Brasil. Para colmo, como se trata de un territorio tan lejano, asegura que ni siquiera tuvo tiempo para hacerse demasiadas expectativas y, en algún punto, se dejó sorprender.
“Pero sí pensaba que estaba yendo a un país tropical y te puedo asegurar que nunca sentí tanto frío como en Brasil. Estaba realmente congelada y eso sucede porque ellos no tienen calefacción central. Los inviernos son al revés que en República Checa, junio, julio y agosto, con una temperatura de unos ocho grados que puede llegar a cinco por la noche. Entonces, imagina catorce días con ocho grados que se mantienen cuando entras a tu departamento porque ahí no existe la calefacción. Trabajas en un sitio que tiene ocho grados, estaba congelada. Los alumnos se reían de mí porque estaba, como en Praga, con gorra y bufanda”.
En ese sentido, asegura Malechová que el verano es más agradable aunque tiene la sensación de que llueve mucho, incluyendo algunas tormentas mucho más fuertes que en República Checa. El plan de enseñanza del idioma está orientado, sobre todo, a descendientes checos o a personas vinculadas, de algún modo, con la cultura nacional que planeen estudiar un posgrado o realicen algún trabajo en cooperación.
“Muchos de mis alumnos tienen una abuela o abuelo checo y entonces es realmente muy interesante cómo una persona joven, por ejemplo de treinta años, se interesa en la lengua de su abuela porque el vínculo con la familia es muy importante allí. Entonces de ahí nace el interés de aprender la lengua y la cultura para conocer realmente las raíces, sus raíces”.
En busca de Baťa
Cuenta Malechová que uno de los aspectos que más la asombró es el fuerte interés de los brasileros por el fútbol checo. En lo que respecta al vínculo comercial y cultural entre Chequia y Brasil, destaca, por supuesto, la figura de Jan Antonín Baťa, quien fundó varias ciudades en Brasil dispersas a lo largo del territorio y similares a Zlín, que llevan el prefijo Bata, aunque algunas de ellas perdieron, con el paso del tiempo, su antiguo esplendor.
“Yo estuve una vez en una de las ciudades que se llama Batatuba, no en Batayporã, y es difícil vivir en Batatuba porque la empresa ya dejó de funcionar y hasta sé que incluso hay alguna discusión familiar a causa de ese negocio. La fábrica cerró y entonces solo existe un resto de lo que, en su momento, fue un éxito muy grande. Es por eso que las casas y la fábrica están abandonadas. La verdad que fue un poco triste ver eso porque él fue una gran personalidad, un gran empresario que fundó algo maravilloso con una idea muy buena, porque la idea de las ciudades era construir una fábrica para dar puestos de trabajo a la gente de aquí y construir también casas, escuela y hasta un centro de salud para que todo quede cerca. Entonces se trata de una ciudad realmente peculiar, una ciudad para trabajar y todo eso quedó abandonado”.
Agrega Malechová que, al menos en esa ciudad en particular, solo permanecen algunos antiguos empleados que no quieren abandonar la casa en la que vivieron toda la vida. De hecho, el consulado checo viene de realizar una ayuda financiera para poder mantener la escuela y el hospital. En Batayporã la situación es distinta, porque ahí residen varios trabajadores cercanos e incluso parte de la familia Baťa. Se trata de una ciudad mucho más viva con un centro de la memoria que también cuenta con el trabajo del profesor checo Matouš Hartman.
La vida nueva
“Entrevisté al señor Jan Farský y escribí un artículo sobre él en checo porque me pareció muy importante que mis compatriotas supieran de la existencia de esa persona de origen checoslovaco que sobrevivió al Holocausto”.
El día que más trabaja Ivana Malechová enseñando checo es el sábado. Cuenta que tiene unos 120 alumnos distribuidos en muchos cursos, algunos presenciales y otros online. Cada curso tiene más o menos trece personas y asegura que lo interesante es que cuenta con estudiantes de casi todas las edades, desde niños muy pequeños hasta algunas personas de ochenta años.
“Entonces, por ejemplo, una estudiante se llama Věra Pospíšilová: vivió en Checoslovaquia hasta los cinco años y después se fueron con su familia a Brasil, entonces en su casa se hablaba solamente checo, pero como nunca fue a una escuela checa, ella y otras personas de su edad tienen dificultades para escribir. Hablan muy bien pero a veces tienen miedo de expresarse por escrito porque sienten que no conocen tanto la gramática, pero realmente saben hablar muy bien”.
En Brasil, por supuesto, viven muchas personas checas. Ivana Malechová hace una distinción a grandes rasgos entre aquellos compatriotas de generaciones más jóvenes que, a partir de 1990, se mudaron a Brasil por motivos de trabajo o incluso amor, y otro grupo muy importante que es el de las personas hoy mayores que tuvieron que huir del país cuando estallaron las guerras mundiales y, luego, durante el comunismo.
“Por ejemplo, una de esas personas es un señor muy interesante al que conocí en Brasil y visité mucho tiempo, el señor Jan Farský, que lamentablemente falleció el año pasado a los 103 años y sobrevivió al Holocausto. Nació en Checoslovaquia, fue prisionero en Terezín, sobrevivió a Auschwitz e incluso escribió un libro en portugués. Yo lo entrevisté y escribí un artículo en checo porque me pareció muy importante que los checos supieran de la existencia de esa persona de origen checoslovaco que sobrevivió al Holocausto, fue una persona maravillosa y vivió casi toda su vida en Brasil”.
Haber podido conocer y conversar con él es algo que agradece y emociona mucho a Ivana Malechová. Guarda, de hecho, muchos recuerdos de su encuentro. Por ejemplo, una imagen tremendamente cruel que le quedó grabada acerca de que los nazis, según le contó Farský, se divertían saltando sobre el estómago de los prisioneros como si fueran niños. Y también se quedó admirada con una respuesta de Jan Farský que, a partir de ese momento, ella intenta aplicar a su propia vida. Cuando le preguntó cómo había hecho para seguir viviendo después de algo así, él le dijo que, al salir del campo de concentración, hizo un chasquido de dedos con el que, simplemente, tomaba la decisión de dejar en el pasado todo eso que tanto había sufrido para concentrarse en empezar una nueva vida.