El 21 de agosto de 1968 la Primavera de Praga se transformó en invierno

Foto: CTK

El despertar de los checos y eslovacos el 21 de agosto de 1968 fue cruel. El país, que disfrutaba pacíficamente de las vacaciones, se vio invadido de la noche a la mañana por 600 mil soldados del Pacto de Varsovia. Para aplastar las reformas democráticas de la Primavera de Praga, la Unión Soviética realizó la mayor operación militar en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los checoslovacos salieron por la mañana de sus casas, los encañonaban las metralletas de los ocupantes y en las calles patrullaban los tanques soviéticos.

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”Ayer, el 20 de agosto de 1968, hacia las 23 horas, las tropas de la Unión Soviética, República Popular de Polonia, República Democrática de Alemania, República Popular de Hungría y República Popular de Bulgaria, cruzaron las fronteras de la República Socialista de Checoslovaquia. Ello ocurrió sin haber sido previamente informados el Presidente de la República, el presidente de la Asamblea Nacional, el primer ministro y el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia y los órganos mencionados”.

Así se afirmaba en la declaración de las autoridades legítimas del país, que condenaron la intervención militar en Checoslovaquia como violación de las normas del derecho internacional y de los principios que regían las relaciones entre aliados.

La invasión en agosto de 1968 fue llevada a cabo bajo la batuta de la Unión Soviética, aunque Checoslovaquia y el país de los soviets eran aliados desde la Segunda Guerra Mundial.

Hasta 1968 Checoslovaquia fue un aliado dócil. Cuando los comunistas checoslovacos tomaron en 1948 el poder, renunciaron bajo la presión de Stalin a la vía checoslovaca hacia el socialismo e implantaron en el país una dictadura totalitaria de tipo soviético. La propaganda oficial machacaba a los ciudadanos con consignas sobre la eterna amistad con la Unión Soviética.

En 1968 una importante corriente en el seno del Partido Comunista de Checoslovaquia sintió la necesidad de soltarse del férreo abrazo de la ideología soviética de corte totalitario. Los comunistas reformistas trazaron el programa de la implantación del socialismo democrático.

La medida más notable de las reformas del 68 fue la supresión de la censura. En junio de ese año fue estipulada en una ley que decía: “La censura es inadmisible”.

La supresión de la censura fue lo que más irritó a Moscú. Los “halcones” en el Kremlin argumentaban que las reformas de la Primavera de Praga representaban una amenaza a todo el bloque soviético, afectaban su capacidad de defensa y ponían en peligro su unidad política bajo la hegemonía de Moscú.

Los “halcones” más belicosos en el politburó moscovita eran los mariscales de la vieja generación. Con anterioridad a 1968 habían instado reiteradamente a la dirección checoslovaca a que consintiera el estacionamiento permanente en el país de tropas soviéticas, pero en aquel entonces su exigencia no prosperó. Los dirigentes checoslovacos se negaron a admitir en el país guarniciones soviéticas.

Agosto de 1968 en Praga
Con la ocupación de Checoslovaquia en agosto del 68 se cumplió el sueño de los mariscales soviéticos. Hasta 1991 permanecerían estacionados en Checoslovaquia 100 mil soldados soviéticos.

Una enorme ventaja tanto para mantener en Checoslovaquia un régimen totalitario como para lanzar un eventual ataque a Europa Occidental.

La ocupación de Checoslovaquia fue desde el primer momento un rotundo éxito militar de la Unión Soviética. Pero el guión político de la operación, destinado a justificar la intervención ante la comunidad internacional, comenzó a fallar.

El Kremlin esperaba que la población checoslovaca recibiese a los soldados soviéticos con ramos de flores. Es que la facción conservadora y promoscovita del Partido Comunista de Checoslovaquia había informado a los dirigentes soviéticos que la clase obrera checa y eslovaca esperaba que la supuesta “ayuda fraterna” los salvase de la contrarrevolución.

No hubo flores. Los checoslovacos manifestaron a los ocupantes su rechazo. Para engañar a la opinión pública soviética, los periódicos moscovitas fabricaron pruebas falsas sobre la supuesta cordial acogida dispensada por la población a las tropas invasoras. Publicaron en sus páginas viejas fotos de 1945 cuando los soldados soviéticos llegaron a las ciudades y pueblos de Checoslovaquia como libertadores de la ocupación nazi. Lo trágico de la intervención militar del 68 fue que el ejército libertador de 1945 se transformó en un ejército de ocupación.

Los checoslovacos mantuvieron frente a los invasores una firme resistencia pasiva. Frente al colosal poderío militar soviético, los ciudadanos de la pequeña Checoslovaquia, un país de apenas 14 millones de habitantes, lanzaron el lema:” Un elefante no puede aplastar una aguja”.

Desde las primeras horas de la ocupación soviética la población manifestó su decidido apoyo a sus representantes legítimos: el presidente de la República Ludvík Svoboda, el dirigente reformista e icono de la Primavera de Praga Alexander Dubček, el primer ministro Oldřich Černík, y el presidente de la Asamblea Nacional Josef Smrkovský.

Ludvík Svoboda estaba en la sede presidencial, el Castillo de Praga, pero ¿dónde estaba Dubček? Los ciudadanos temían por la vida del popular político.

Zdeněk Mlynář, testigo de los sucesos en la sede del Partido Comunista de Checoslovaquia en Praga el 21 de agosto de 1968, describe en su libro “El frío viene del Kremlin” cómo se produjo la detención de Dubček y de otros dirigentes reformistas:

”Poco después de las cuatro de la mañana se acercó al edificio del Comité Central del Partido Comunista un coche volga de la embajada soviética, seguido por carros blindados y tanques. De los vehículos saltaron soldados en uniformes de paracaidistas soviéticos, con boinas color vino y camisetas de marinero debajo de las guerreras, con metralletas en la mano. Los tanques y los soldados cercaron el edificio, cortando todos los accesos”.

Mlynář relata que la escena le pareció irreal. Tuvo la impresión de asistir a una proyección fílmica de escenas de la toma del Palacio de Invierno, en 1917, o del Reichstag nazi, en 1945.

”Unos ocho soldados y oficiales con metralletas irrumpieron en el despacho de Dubček y apuntaron sus armas a las nucas de los dirigentes partidistas checoslovacos allí reunidos. Después entró un coronel que compensaba su estatura casi enana con arrogancia, y empezó a impartir órdenes. Alguien, quizás Dubček, dijo algo, y el coronel se puso a vociferar:”!No hablen, manténganse quietos! ¡No hablen checo!”

Hacia las nueve de la mañana, los soviéticos y unos funcionarios promoscovitas de la policía secreta checoslovaca StB arrestaron a Dubček y a sus compañeros, anunciando que serían juzgados por un “tribunal revolucionario”.

¿Dónde están Dubček,  Smrkovský,  Černík...?
En la historia de la Unión Soviética los tribunales revolucionarios siempre enviaron a los reos al paredón. Dubček lo sabía y dio a entender a sus compañeros que estaba preparado para todo lo que ocurriera.

Pero el guión preparado por los invasores y sus colaboradores locales siguió fallando. Los conservadores prosoviéticos no lograron constituir en Praga un gobierno “obrero-campesino” que según el guión debía sustituir al Ejecutivo legítimo. El presidente de la República, Ludvík Svoboda, se negó a negociar con los conspiradores la formación de tal gobierno.

El embajador soviético Chervonenko, que había dirigido la conspiración fallida, salió rojo de rabia del despacho del presidente, pero no pudo hacer nada. El general Svoboda gozaba de gran prestigio entre los dirigentes de Moscú porque había comandado las unidades checoslovacas que combatieron al lado del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial.

Lo respetaban tanto los belicosos mariscales soviéticos como el líder del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonidas Brejev. Se decía que en la contienda mundial Svoboda había salvado en cierta ocasión la vida de Brejnev.

Después de fracasado el plan de la formación del gobierno obrero- revolucionario, tampoco se celebró en Praga el “juicio revolucionario” contra Dubček y otros dirigentes reformistas. Los soviéticos los trasladaron al Estado Mayor de las tropas invasoras, en la ciudad de Legnica en la vecina Polonia, y posteriormente a unas barracas de la KGB en la sierra de los Cárpatos, en Ucrania Occidental.

Hoy da la impresión de que no sabían qué hacer con sus rehenes.

Debido a la firme postura de la ciudadanía checoslovaca, que respaldaba a sus dirigentes, el Kremlin se dio cuenta de que no había otra solución que negociar con los políticos secuestrados. Fueron trasladados a Moscú a donde habían viajado desde Praga también el presidente de la República Ludvík Svoboda y miembros de la dirección del Partido Comunista de Checoslovaquia, tanto reformistas como conservadores.

El 26 de agosto de 1968 se celebró en el Kremlin una reunión conjunta de las cúpulas de ambos partidos. Dubček dijo a los soviéticos sobre la intervención militar:

”Afirmamos abiertamente que consideramos su paso como un grave error que acarreará un gran daño a nuestro partido y al movimiento comunista internacional”.

El análisis de Dubček resultó acertado porque con la ocupación de Checoslovaquia se inició el declive del movimiento comunista. La ideología exportada en tanques quedó desprestigiada sobre todo en Occidente.

Los dirigentes soviéticos ejercieron una brutal presión sobre los representantes checoslovacos para obligarlos a firmar los llamados Protocolos de Moscú que contenían una serie de compromisos encaminados a suprimir las libertades conseguidas durante el proceso democratizador de la Primavera de Praga.

El presidente Svoboda insistió:”Si no firmáis, en Checoslovaquia se producirá un derramamiento de sangre”.

Todos los miembros de la delegación checoslovaca firmaron, a excepción del antiguo interbrigadista František Kriegel.

Los Protocolos de Moscú representaron una considerable pérdida de la soberanía checoslovaca. Fueron el réquiem de la Primavera de Praga que se transformó en invierno.

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