Trenza navideña domina a la mesa de Nochebuena
La Nochebuena toca a la puerta. En la radio se escuchan villancicos, las casas huelen a galletas de Navidad, el arbolito navideño espera en el balcón para ser decorado, en la bañera nada la carpa y en el frigorífico reposa la ensaladilla rusa. Todo está preparado para poner la mesa navideña. ¿Cómo?
El servicio de mesa es una destreza cuando la comida no es necesidad sino se convierte en una ceremonia. Comemos no solamente con el gusto y el olfato, sino sobre todo con los ojos, afirma Václav Šmíd, que enseña en la Escuela de Hostelería de Praga-Klánovice.
“¿Cómo servir la mesa para la cena de Nochebuena? Yo pongo un mantel bordeado con los colores verde, dorado, rojo. A la mesa le domina la trenza navideña —vánočka—, formada por nueve trenzas, cuatro abajo, tres en el medio y dos arriba. Según las leyendas paganas la trenza navideña unía el sol y la tierra, así que esas cuatro trenzas básicas representan el amor, la tierra, el sol y el aire”.
A la mesa de Nochebuena tiene que sentarse siempre un número par de personas y nadie se puede levantar antes de terminar de comer porque trae mala suerte. La cena se inicia con un brindis, se sirve sopa de pescado y carpa frita acompañada por ensaladilla rusa. No falta un pastel de manzanas al estilo vienés y bebidas calientes como ponche, añade Václav Šmíd.
“¿Por qué el pescado? Según la tradición debe prepararse carne de animales con sangre fría y no caliente. En el centro de la mesa se coloca un ramo de muérdagos. Además podemos agregar nueces y galletas de Navidad”.
Václav Šmíd es profesor en la Escuela de Hostelería desde hace 45 años y recuerda que en los comienzos se usaba todavía un horno a carbón, el agua se traía de un pozo y las patatas se pelaban a mano.
“A veces digo a nuestros alumnos: La lengua es blanda, pero rompe huesos duros. Sabe entusiasmarse muy rápido con una cosa, pero también muy rápido la abandona. Si el alumno quiere hacerse camino en la vida tiene que manejar idiomas, la gastronomía y modales sociales”.
Así dice Václav Šmíd, quien sirvió a la princesa Diana, de Inglaterra, al rey Juan Carlos, de España, y a cinco presidentes checos.