A Moravia del Sur trajeron la vid los romanos
Los egipcios cultivaban la vid hace varios miles de años. De Egipto las cepas pasaron a Grecia y desde allí se propagaron hacia Roma. Con los romanos llegaron en el siglo segundo de nuestra era al territorio checo. Así comenzó la vitivinicultura en Moravia del Sur. Les hablaremos de su historia y leyendas. A lo largo del programa podrán escuchar,además,música folclórica de Moravia del Sur inspirada por el vino.
La frontera del Imperio romano, el llamado limes romanum, estaba situada en el río Danubio. En Moravia, ubicada al norte de ese río, los romanos implantaron sus guarniciones avanzadas con el fin de contener a los germanos deseosos de expandirse hacia el sur.
Bajo el gobierno del emperador Marco Aurelio, que reinó entre los años 161 y 180 de nuestra era, en la guarnición situada en el actual municipio de Musov, en Moravia del Sur, estaban estacionados 20 mil hombres de la 4ª Legión.
Con las legiones romanas llegó a Moravia del Sur la vid, como lo prueban ciertos hallazgos arqueológicos. Sin embargo, la plantación sistemática de viñedos no tuvo lugar en Moravia hasta el siglo 13, y a mediados de esa centuria ya los había en las principales zonas vitivinícolas de hoy. Los patricios de la metrópoli morava de Brno expandieron los viñedos hacia el sur. Los vinos de Mikulov, Hustopece, Valtice y Rakvice gozaban de buena fama ya en el siglo 14.
Siendo milenaria la tradición vinícola en Moravia del Sur, no es de extrañar que sus leyendas se enlacen con los mitos más antiguos relacionados con el cultivo de la vid.
Me parece que estamos escuchando la voz de una de esas divinidades protectoras de los viñedos, del vino y de los vitivinicultores.
Sí, es la Cabra de la Uva que desde los tiempos del dios Dionisio vigila las cepas y propicia la buena cosecha. Los etnógrafos recogieron las leyendas sobre la Cabra de la Uva en la comarca de Znojmo, en Moravia del Sur.
La Cabra de la Uva con toda su familia posee una parentela muy antigua y de alta alcurnia. El dios griego del vino, Dionisio, adoptaba la forma de un chivo. Su padre Zeus lo transformó en un cabrito para protegerlo contra la saña de la diosa Hera, o en un chivo cuando los dioses huían a Egipto ante el enfurecido Tifón, jefe de los gigantes que escalaron el cielo.
La cabra o el chivo como encarnación del dios de la cosecha aparecen en los mitos de las tierras alemanas, de Suiza, Austria, Noruega y Bohemia. A esa respetable familia pertenece la Cabra de la Uva, protagonista de las leyendas que surgieron en la parte meridional de la comarca de Znojmo.
Según las leyendas, la Cabra de la Uva pasaba el invierno con sus cabritos en los viñedos. Ella y los críos lucían pelambre blanquecina para no ser vistos en la nieve.
En la primavera, los muchachos soltaban el Lunes de Pascua simbólicamente a los viñedos al Chivo de la Uva que se juntaba a su compañera la Cabra de la Uva, que ya lucía un pelaje marrón. Al chivo le habían crecido durante el invierno los cuernos que utilizaba para dar cornadas a los holgazanes.
La Cabra de la Uva estaba en la primavera muy ocupada en los viñedos, haciendo brotar la savia en las cepas. En esta labor le prestaba ayuda su numerosa prole. Sin embargo, los pícaros cabritos siempre encontraban tiempo para hacer diversas travesuras, embromando a las personas.
A veces se sumaba a las picardías también su mamá, la Cabra de la Uva, que sabía hacerse invisible, y los jornaleros nunca sabían si la cabra los observaba o no, vigilando que trabajasen asiduamente y se portasen bien. Según la leyenda, la Cabra de la Uva decidía cuál sería la cosecha en cada viñedo.
En el verano tardío la legendaria familia caprina solía prepararse para las fatigas de la vendimia. Estaba prohibido entrar en los viñedos para que la familia caprina pudiese concluir su trabajo.Con la dulce leche de uvas de sus ubres las cabritas llenaban las bayas de los racimos.
Durante la vendimia, la Cabra de la Uva enceguecía por unos momentos a los cosechadores para que éstos no vieran todos los racimos y dejaran algunos para los pobres.
La leyenda cuenta que una vez pisada la uva en el lagar, en la bodega irrumpía el Chivo de la Uva con los traviesos cabritos para transformar el mosto en vino. Nadie sabía cómo lo hacían, pero se conjeturaba que saltaban sin cesar, haciendo mucho ruido y alboroto.
El Chivo de la Uva luchaba a brazo partido con los espíritus del seno de la Tierra que querían frustrar la transformación del mosto en vino. Los ecos de la impetuosa y salvaje contienda podían a veces oírse desde afuera.
Al atrevido que se aventuraba a bajar a la bodega durante la fermentación del vino, los cabritos se le metían debajo de los pies haciéndolo tropezar. El Chivo arremetía al temerario por la espalda y tras apagarle la vela le apretaba la garganta con tanta fuerza que si el infeliz no se diera rápidamente a la fuga, se desplomaría muerto al suelo.
Cuando el vino estaba listo, el Chivo de la Uva se retiraba con los suyos a los viñedos y, danzando con su compañera, festejaba que la labor de los protectores del vino se haya coronado de éxito.
Cuando el viento dispersaba las nieblas otoñales, la gente creía ver en los viñedos a la Cabra de la Uva con su familia, retozando y regocijándose. En las noches de viento llegaban de los viñedos a los pueblos sus alegres voces.
En el umbral del invierno los mozos llevaban a la taberna un chivo tallado de madera, diciendo que lo habían capturado en los viñedos y que parecía muy fatigado y necesitaba un lugar caluroso para pasar el invierno.
En la fiesta que se seguía, los muchachos vitoreaban al Chivo de la Uva y a su compañera, enalteciéndolos como protectores de los vitivinicultores, de los viñedos y del vino que da al hombre la chispa.