“No tiene nada que ver con España. No hay prisas”

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Cristina Santamarina ha hecho ya más de 8.000 fotos de los infinitos rincones de Praga, y la cuenta sigue subiendo. Es un amor a primera vista que dura ya seis meses y que tiene visos de prolongarse. Con tan solo 20 años, esta estudiante madrileña se ha instalado en la capital checa con los dos ingredientes básicos para disfrutar la vida: un buen trabajo y muchas ganas de divertirse.

Cuando a Cristina le ofrecieron en la empresa un traslado a Praga no se lo pensó. Un puesto más alto y la posibilidad de vivir en pleno corazón de Europa. Llegó a mitad de enero, el mes más frío y oscuro del año, a un país cuyo idioma no dominaba y en el que apenas conocía a nadie. Según nos cuenta Cristina, fue esa sensación de aislamiento lingüístico lo que más le impactó en sus primeros meses en la República Checa.

“Para mi fue muy extraño estar en un sitio en el que no entendía lo que decía la gente. He estado en España, en Inglaterra, entiendes el idioma pero nunca me había visto en la situación de llegar a un sitio y tener que hacerte entender con alguien que no habla inglés. Hay gente que no lo habla y tienes que hacerte entender. Para mí eso fue un choque cultural”.

Sin embargo, al poco de vivir en Praga, Cristina decidió prolongar su estancia en el país. Fue una decisión difícil, que suponía una ruptura con muchos lazos en España, pero la República Checa necesitaba de al menos dos años para ser disfrutada. El motivo: una mayor calidad de vida.

“Es que no tiene nada que ver con España. No hay prisas. Yo veo que aquí la gente no corre por la calle. Yo por ejemplo veía mucho en Madrid subir corriendo las escaleras del metro. Aquí no veo eso. Es otra manera de vivir: todo mucho más fácil, incluso no hablando el idioma, que debería ser todo mucho más complicado. Quieres abrirte una cuenta de banco: facilísimo. Quieres ir al médico súper sencillo”. Y es que Madrid y Praga, aunque son capitales, tienen una idiosincrasia diferente, marcada sobre todo por los hábitos de la gente. Para Cristina, los checos tienen otra forma de pasar el tiempo libre, y eso lo condiciona todo.

“Yo veo sobre todo la diferencia un sábado, salir de fiesta, en Madrid la gente suele quedar más tarde, suele quedar sobre las 12:30-1:00. Aquí sales del trabajo y ya estás quedando. Sales a las siete de la tarde. Eso es mucho más tranquilo. Y que la gente aquí hace mucho más deporte. Si tú vas al Retiro un domingo por la tarde solamente ves cuatro personas que son deportistas de verdad que están corriendo. Aquí vas a cualquier parque, cualquier día y a cualquier hora y hay mucha gente tumbada en el césped o grupos de amigos. Les gusta mucho el cine, el teatro, los conciertos, todo este tipo de cosas. No es que tengan un nivel cultural más alto. El nivel es igual que el que puedas tener en Espana. Lo que pasa es que la cultura es mucho más asequible”.

Una “dolce vita”, la de Cristina, que viene marcada por el hecho de moverse tan solo en círculos de hispanohablantes y otros extranjeros, algo causado por el ambiente internacional de su empresa y que solo ciudades como Praga pueden permitir.

“Es muy enriquecedor, porque conoces gente de países diferentes con los que no hubieras hablado en otra situación. Como es todo gente que ha venido a Praga tenemos todos necesidad de juntarnos y de hablar y de comentar. Aunque seamos de países diferentes lo ves todo con la misma perspectiva. Se me hace raro. Muchas veces pienso: es que he venido aquí y es como si me hubiesen plantado dentro. No conozco a nadie checo, no hablo el idioma, no voy a los sitios a los que van ellos, pero tengo una vida que es como un gueto. Hay veces que pienso que es como un gueto, que los extranjeros hemos hecho un círculo social aparte”.

Cristina dice que se esforzará en mejorar su checo y ampliar su perspectiva sobre la República Checa y su gente. Praga le reserva todavía muchos secretos por descubrir.