“No me podía creer que hubieran bombardeado mi casa”
‘Han bombardeado nuestra casa’. La ucraniana residente en Praga Angelina Vitha recibió este mensaje en su móvil el pasado 14 de enero. El misil ruso que acabó en la ciudad de Dnipró con la vida de 46 personas, entre ellos seis niños, estuvo a punto de matar también a su padre. A Radio Praga Internacional contó no solo la traumática experiencia, vista también desde el punto de vista de su padre en el lugar, sino cómo ha reaccionado la comunidad rusa de Praga a la invasión de Ucrania o cómo ve ella, como miembro de esa población rusoparlante ucraniana, la tan mencionada supuesta discriminación que sufren por parte del Estado.
Era un sábado por la tarde y en Dnipró no hacía un día especialmente agradable aquel 14 de enero, aunque hiciera más calor de lo habitual para esas alturas del invierno. El abogado Stanislav Kovtun decidió salir de su apartamento a orillas del río Dniéper a correr un rato. Si no es por el clima lluvioso de ese día, podría perfectamente haberse dirigido hacia la derecha, pero pensó que el terreno estaría embarrado, por lo que finalmente decidió ir hacia la izquierda y correr por la nueva ciclovía que va a lo largo del río. Pero poco después, al cruzar la calle, como relató Stanislav en un largo post en Facebook dos días después, una enorme explosión hizo que se tirara de un salto al suelo. Entonces vio, tal y cómo describió, una enorme bola naranja cada vez mayor en uno de los bloques, justo a la altura a la que se habría encontrado de haberse decidido por el camino de la derecha. En cuanto se dejó de oír la explosión empezaron los gritos. Gritos de miedo, de terror, y luego empezaron también los de dolor, dependiendo de dónde provinieran. De todos modos, entre el denso humo negro y el shock, tampoco se podía ver bien nada. Los coches pasaban por delante de Stanislav botando de una forma incomprensible. Luego entendió que eran los escombros esparcidos por la calzada lo que hacía que dieran esa impresión. Al haber desaparecido de repente uno de los bloques entero, con 72 apartamentos, era incluso difícil orientarse en el lugar en el que llevaba viviendo los últimos 47 años, cuando se mudó de niño a esos pisos recién construidos. Pero, sin ningún tipo de emoción, en completo estado de shock, Stanislav salió corriendo a ayudar en lo posible mientras el lugar se llenaba de coches de Policía y de los cuerpos de emergencias y salvamento.
Mientras Stanislav vivía este infierno, a unos 1800 kilómetros, su hija Angelina Vitha, pasaba un sábado más en Praga, como relató para Radio Praga Internacional.
“Llegué a casa del trabajo, era sábado por la tarde, mi marido y yo pensábamos ir a algún lado con nuestro hijo y mi madre. Entonces me llegó un mensaje de mi madre: ‘Han bombardeado nuestra casa’. Me senté en el sofá. Se lo conté a mi marido. Es checo y siempre se interesa por saber cómo está mi familia, mi casa… Tuve la misma sensación que cuando me enteré que había empezado la guerra, que no era real, no me lo creía, pensaba que había algo que no había entendido bien, leía el SMS una y otra vez… Llamó mi madre, que no le salía la voz, no podía hablar del miedo”.
Stanislav tuvo tiempo para pensar que su familia podría preocuparse al enterarse del ataque y logró enviar un mensaje para decir que estaba bien, aunque en un principio no había cobertura. Angelina vive en Praga desde hace cinco años. Primero trabajó en una multinacional, pero después decidió abrir su propio estudio de maquillaje. Cuando empezó la guerra, su madre se mudó también a Praga, quedándose en Dnipró Stanislav y el hermano de Angelina, que como hombres, ni siquiera tienen permitido salir del país.
La peor pesadilla de cualquiera que tenga a un ser querido en una zona de guerra, se había hecho realidad, cuenta Angelina.
“A mi madre, cuando estuvo hace unas semanas en Dnipró, ya que ella va dos veces al año a ver a mi padre y a mi hermano, ya se le ocurrió pensar que si bombardearan la central eléctrica, podían darle a nuestro bloque, y es justo lo que pasó. Tenemos muchísimo miedo de que vuelvan a atacar la central eléctrica, porque está justo enfrente, al otro lado del río. Antes pensábamos: ‘Cualquier día la bombardearán, ¿pero cuál es la posibilidad de que caiga un misil en nuestro bloque?’ Por eso no me podía creer que esto me estaba pasando a mí, a mi casa”.
Según la versión del Kremlin, el misil que destruyó aquel bloque de viviendas, acabando con las vidas de 46 civiles, personas que estaban solamente pasando un sábado tranquilo más, entre ellos seis menores, salió de los sistemas de defensa antiaérea ucraniana. La versión de Stanislav lo rechaza, dice Angelina.
“Mi padre, como testigo, dice que escuchó una sola detonación. Y dice: ‘Si hubiera funcionado la defensa antiaérea, se habrían escuchado dos detonaciones’. El solo escuchó una y luego vio la explosión, como una gran manzana naranja. Una de las versiones es que el misil que eligió nuestro bloque fue un Kh-22, o sea, uno pensado para atacar barcos en el mar”.
En cualquier caso, las versiones del Kremlin sobre sus ataques o sus propias derrotas o fracasos desde que comenzó la guerra no tienen ninguna credibilidad, sostiene Angelina.
“Lo primero es que no se puede creer una sola palabra de las declaraciones oficiales del gobierno ruso. Yo creo que ya ha habido bastantes de estas declaraciones, es ridículo lo que dicen Peskov, Putin, etc. Lo segundo en lo que pienso es en qué razón hay para bombardear a personas inocentes, bombardear infraestructuras críticas en invierno, con frío. En el momento del ataque hacía -1ºC. Antes de eso hacía -16ºC, y la gente, los que lograron sobrevivir, como mi padre y mi familia, se quedaron sin agua, sin electricidad y sin gas”.
“Mis amigos rusos apoyan a Ucrania”
La agresión rusa en Ucrania cumplirá un año el próximo 24 de febrero. Aparte de la guerra en el campo de batalla, también hay una guerra de información, de versiones de los hechos, de las causas del conflicto, quién tiene la razón y el derecho de actuar de una u otra forma. Versiones que dividen incluso familias en la propia Rusia, que deshacen amistades y enfrentan a unos con otros en cualquier parte del mundo, como se puede ver, sin ir más lejos, en los comentarios en redes sociales bajo cualquier noticia sobre la guerra de Ucrania.
Las relaciones dentro de la numerosísima comunidad rusoparlante de Praga han cambiado también, seguramente para siempre, explica Angelina.
“El 80% de mis conocidos rusoparlantes en Praga son rusos. Algunos no se han posicionado nunca. Entiendo que lo hacen por cobardía. Con estos he dejado de hablar. Y el resto apoyan a Ucrania, hablan contra el gobierno ruso y están de acuerdo en que esto es una guerra, no una ‘operación especial’. Creen que tiene que haber algo como un golpe de Estado en Rusia, que algo tendrá que cambiar, y que la guerra debe terminar con la capitulación de Rusia”.
Según la propaganda del Kremlin, de la que se encuentran partidarios en medios de comunicación de todo el mundo y hasta partidos políticos de diverso signo, la invasión a Ucrania era necesaria para una supuesta desnazificación de su gobierno e incluso de la sociedad que, siempre según esta versión, reprimía a la población rusoparlante del Donbás, Crimea y las regiones orientales. La lengua materna de Anguelina o del propio Stanislav también es el ruso, que es aún la lengua mayoritaria en ciudades del este ucraniano como Dnipró, vecina de las regiones de Zaporiyia o Donetsk, que Rusia autoproclamó como parte de su territorio el pasado otoño. Así se refiere a esta cuestión Angelina.
“Como puede escuchar, yo hablo ruso, es mi lengua materna. Pero también hablo ucraniano, me saqué una de las mejores notas en los exámenes oficiales que tenemos. Cuando viene algún conocido o compañero y se esfuerza por hablar conmigo en ruso y veo que le cuesta, siempre les digo que me hablen en ucraniano. Nunca sentí discriminación hacia nosotros en absoluto, a pesar de que la relación entre el este y el oeste de Ucrania siempre fue muy particular, pero si había algún malentendido o lo que fuera, nunca fue para tanto”.
Lo que sí ha sentido en Praga Angelina desde el principio de la invasión es el apoyo de la sociedad y los gobernantes checos, tanto con los refugiados como hacia el propio ejército ucraniano.
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“Yo creo que hacen mucho. Quiero darle las gracias a los checos y los polacos por cómo ayudan y por lo valientes que son en sus declaraciones y su apoyo, les estoy muy agradecida y merecen mucha estima por ello. En las noticias veo que no dejan de ayudar y apoyar”.
Dentro de tres semanas se cumplirá un año de la invasión rusa a Ucrania. Stanislav Kovtun, el hermano y los abuelos de Anguelina, igual que todos los supervivientes cuya casa quedó en pie tras el fatídico ataque ruso del 14 de enero, seguirán sin otra opción que vivir en sus apartamentos de un edificio semiderruido, en el que no funciona la electricidad, no tiene gas, y todo el calor y luz que reciben es gracias a equipos especiales que han recibido. Mientras se van haciendo reparaciones para restablecer cierta normalidad en sus vidas, el reto es conciliar el sueño por la noche que a menudo no llega fácilmente, explica en su Facebook Stanislav. Conciliar el sueño en un edificio que, por desgracia, no se ha movido de su lugar frente a una central eléctrica que cualquier día puede volver a atraer los misiles rusos.