Las metamorfosis del artista checo-canadiense David Strauzz
Autor de enormes murales urbanos de gran impacto, con códigos secretos y retratos difusos que se aprecian mejor a través de la cámara del móvil, David Strauzz tiene nacionalidad checa pero nació en Canadá debido al exilio de sus padres durante el comunismo. En esta entrevista, uno de los artistas urbanos más originales de la actualidad cuenta cómo cambió su vida desde que, en 2015, se mudó de Boston a Praga para recuperar sus raíces.
Aunque no nació en República Checa, David Strauzz se define a sí mismo como un artista bohemio y a su esposa, también canadiense, como una bohemia camuflada en terreno académico. Con esas características, no tardaron en darse cuenta de que la vida en Boston no los hacía muy felices. Sobre todo por el nivel de presión social que impregnaba incluso el trabajo de su esposa en Harvard ya que, en su opinión, la academia en Estados Unidos es muy competitiva y tiene un enfoque mucho más comercial de lo que la mayoría de la gente cree. Así fue que, en el año 2012, decidieron tomarse el tiempo necesario para empezar de nuevo y buscar su lugar en el mundo: durante tres años compararon ventajas y defectos de varias ciudades con el objetivo de elegir la que pudiera ofrecerles las mejores condiciones de vida.
“Yo tenía y tengo la ciudadanía checa, pero quería que el proceso fuera lo más imparcial posible y ese análisis nos sugirió mudarnos a República Checa, porque realmente consideramos varias opciones como Montreal, Oakland o Nueva Inglaterra en Estados Unidos. Venir a República Checa significó, por un lado, reconectarme con mis raíces como ciudadano checo cuyos padres habían escapado en 1973 y, por otro lado, la decisión de explorar el mundo porque no tenemos hijos. Vinimos entonces a República Checa y aquí estamos desde entonces”.
“Mi objetivo con los retratos abstractos es desafiar a los espectadores, que la gente se detenga por unos instantes”.
Al poco tiempo, confirmaron que la decisión no había sido equivocada: su esposa consiguió enseguida un buen trabajo y él pudo insertarse con naturalidad en la escena artística praguense, realizando pinturas y murales en distintos puntos de la ciudad: esquinas, estaciones de metro y hasta algunos restaurantes. Strauzz agradece esa rápida integración y asegura que los checos son muy cálidos y amables, a excepción de un pequeño porcentaje de la sociedad que, en su opinión, está quedando cada vez más relegado. Aunque no se considera para nada nacionalista y tiene muy en claro que el paraíso no existe opina que, por momentos, la vida en República Checa se le parece un poco. No obstante, el idioma local le opuso algunos obstáculos. No tantos, seguramente, como a la mayoría de los extranjeros, pero sí los suficientes para mantenerlo entretenido.
“Hablo checo, trato de hablarlo todos los días. Cuando vivía en Canadá con mis padres ellos trabajaban en inglés, así que estaban muy enfocados en ese idioma, pero cada vez que me portaba mal o hacía algún grafiti, ellos se ponían a gritarme en checo porque les resultaba más fácil para expresar lo que tenían que decirme. Por eso, cuando llegué a Praga sentí que no estaba empezando desde cero: podía entender bastante, manejarme bien en algunas situaciones como la de pedir una cerveza y, poco a poco, empecé a sentirme bastante bien con mi nivel de checo, pero aún así considero que me va a llevar toda la vida aprender bien todos sus matices y, sobre todo, la jerga. No es un idioma fácil”.
A pesar de que empezó a tomar algunas clases, pronto decidió que la mejor manera sería aprender el idioma visitando las tabernas con amigos y familiares. Cuenta Strauzz que su padre era fotógrafo, diseñador comercial y además trabajaba en la industria del cine. Debido a que, en plena década del setenta, envío algunas fotos a través de las fronteras, sufrió interrogatorios, estuvo en prisión y con su esposa no encontraron mejor salida que mudarse a Canadá donde, luego de unos años, nacería David. Desde que el contexto político cambió en forma drástica con la Revolución de Terciopelo, cuenta Strauzz que visitaron la capital checa unas diez veces en familia. Y, aún así, tiene la sensación de que recién empezó a conocer en profundidad Praga desde que la adoptó como su hogar.
“Lo que más me sorprendió fue lo internacional que es la ciudad, la gran variedad de gente que se ha mudado a Praga, lo cosmopolita que es, además de las facilidades para encontrar trabajo y su alta calidad de vida. Y fue una sorpresa muy agradable viniendo de Canadá o Estados Unidos que son países extremadamente multiculturales”.
Retratos salvajes
David Strauzz no se siente muy identificado con el pop art callejero. Le parece un discurso plano que no suele ir más allá de cierta búsqueda del sarcasmo. Él, por el contrario, intenta trabajar un lenguaje un poco más complejo como es el caso de sus retratos abstractos que suelen generar la sensación de estar en constante movimiento o, incluso, transformación. Strauzz dedicó algunos de ellos a ciertas personalidades de la historia cultural checa y mundial, como la trilogía que, en un rincón de Smíchov, muestra a Albert Einstein, Karel Čapek y Olga Scheinflugová. Pero también realizó otro tipo de murales, como el que estuvo durante varios meses en pleno barrio de Holešovice, sobre perfectos desconocidos que, no obstante, tuvieron una gran relevancia en su vida personal. Todos esos retratos, sin embargo, tienen en común el hecho de estar bastante difuminados y no ser, por lo tanto, muy reconocibles a simple vista. Como si eso fuera poco, una serie de letras se interponen entre las pinturas y el público formando una especie de mensaje en clave.
“Mi objetivo con esos retratos es desafiar a los espectadores, que la gente se detenga por unos instantes. Ese concepto lo empecé a pensar en Boston, una ciudad muy tecnológica con su M.I.T., tal vez el instituto tecnológico más prestigioso del mundo y en la que noté una gran dependencia por el móvil. Entonces se me ocurrió hacer retratos abstractos con pintura en aerosol aprovechando mi experiencia con grafitis. En medio de esa búsqueda, vino a verme a mi estudio una famosa coleccionista de 88 años que me dijo que le encantaban los colores pero no podía ver los retratos. Ella fue la primera en darse cuenta, luego de sacar su móvil y tomar una foto de una de mis pinturas, de que a través del teléfono podía ver bien el retrato. En ese preciso momento, pude atribuir a mi obra aquello que dice la gente de que el arte refleja la vida”.
La intención de Strauzz es seguir adelante con esos retratos abstractos que, según cuenta, los niños suelen percibir sin la ayuda del teléfono pero, por alguna disposición de su cerebro, los adultos no pueden ver directamente. Esa especie de efecto contemporáneo es lo que más le interesa trabajar en sus obras: la tecnología, los nuevos vínculos humanos y, por supuesto, las consecuencias del uso de las redes sociales, que él mismo utiliza para difundir sus obras o incluso brindar algunas pistas sobre los códigos que acompañan a sus retratos.
“El mundo cambia todo el tiempo, ¿por qué no les sucedería lo mismo a mis obras? A veces duele, como ese mural de Holešovice que, por motivos comerciales, el dueño del edificio decidió borrar pagando 2000 euros de su bolsillo”.
“Estoy en redes sociales y, por momentos, siento que pueden volverse insoportables. Además, me parece que las generaciones más jóvenes a veces tienen una conducta bastante sesgada a raíz de sus interacciones en redes sociales, y eso puede llegar a ser muy peligroso. Lo positivo es la posibilidad de contactarte enseguida con distintas comunidades cuando necesitas ayuda, pero cuando pierdes referencia de quién eres por culpa de la tecnología puede haber un punto negativo. Yo, sin embargo, no tengo respuestas: mi tarea es pintar, retratar, expresar emociones o pensamientos sobre lo que sucede en el mundo entre los seres humanos y la tecnología”.
David Strauzz dice ser muy exigente consigo mismo, aunque al mismo tiempo está contento con algunas de sus piezas: por ejemplo, una obra que realizó absolutamente solo desde un andamio en la ciudad de Pilsen para un festival de murales hace dos años, con temperaturas de hasta 35 grados. También le dio mucha satisfacción ese enorme retrato de una chica importante en su vida que instaló en Holešovice, soportando en este caso muy bajas temperaturas. Aquel mural se caracterizó, entre otras cosas, porque podía verse a una gran distancia y además estaba hecho con un tipo de pintura amigable con el medio ambiente que contribuía a combatir la contaminación del aire. Sin embargo, Strauzz es consciente de que la mayoría de sus obras suelen tener una vida efímera. Por eso mismo, apenas termina de realizarlas, suele tomarles fotos desde múltiples perspectivas.
“El mundo cambia todo el tiempo, ¿por qué no les sucedería lo mismo a mis obras? Claro que, a veces, me duele, como fue el caso de ese mural de Holešovice, porque pasé nueve jornadas de trabajo con un grupo de colaboradores que se convirtieron en amigos muy cercanos. Y, por simples motivos comerciales, el dueño del edificio y el sponsor del proyecto no llegaron a un acuerdo para prorrogar el proyecto y el dueño del edificio terminó pagando de su propio bolsillo alrededor de 2000 euros para volver a pintar la pared de blanco”.
Pero así como hay que hacer frente a esas circunstancias adversas, también pueden surgir algunos pequeños milagros imprevistos. Cuenta David Strauzz que hace relativamente poco se enteró de que está viviendo en una de las casas que habitó el gran ilustrador checo Josef Lada, cuya obra por supuesto admira desde hace mucho tiempo. Y aunque reconoce que no es capaz de describirla con certeza, percibe en ese entorno una energía especial que atribuye a la magia de la creación, a su regreso a las raíces checas y, sobre todo, al alma de Praga.