Las bodas y divorcios de las Tierras Checas en el pasado

chodska_svatba.jpg

Las costumbres y dificultades que acompañaban las pedidas de mano, las convenciones para contraer matrimonios, y también la historia de los divorcios serán el tema de esta edición de Legados del Pasado.

Casarse a una temprana edad, tener hijos y convivir hasta que la muerte los separe. Mientras que hoy día estos compromisos se suelen aplazar por diferentes motivos a una edad más avanzada, durante siglos anteriores eran las primeras decisiones adultas tomadas por los jóvenes o, en muchos casos, por sus padres.

Las trabas de los 'intrusos' de pueblos vecinos

Hasta el año 1781, cuando fue suprimida la servidumbre len as Tierras Checas, los que querían contraer matrimonio con una persona del señorío vecino se veían obligados a pedir el consentimiento de los señores feudales.

Casarse con un “foráneo” sin embargo no era bien visto ni en tiempos posteriores. Esta hostilidad se debía a diversos motivos, como los diferentes hábitos, modos de habla o vestimenta.

Alexandra Navrátilová,  foto: ČT24
Los pretendientes forasteros a menudo tenían que enfrentarse a la violencia y a todo tipo de trampas puestas por los vecinos de su amada. La etnóloga Alexandra Navrátilová puso para la Televisión Checa un ejemplo de una de ellas.

“En los alrededores del municipio de Vamberk se les obligaba a practicar un acto llamado cucú. Es decir, el pretendiente tenía que subir a un árbol y hacer sonidos como un cuclillo hasta redimirse. También era habitual quitar a los muchachos las camisas, extenderles los brazos, atarlos a un palo para que no pudieran doblarlos, y dejarlos correr así por el bosque”.

Aun así se registraban numerosos matrimonios “foráneos”. La palabra decisiva respecto al futuro de sus hijos generalmente pertenecía a sus padres y no siempre era el amor motivo principal para contraer matrimonio.

Hasta el siglo XIX no se consideraba importante que la pareja se conociera, pero sí se hacía hincapié en que procedieran del mismo grupo social. En el marco de ferias o bailes se organizaban también los llamados 'mercadillos de novias', donde se reunían los padres con el objetivo de presentar a sus hijos y negociar posibles matrimonios.

Lýdia Petráňová,  foto: ČT24
Los padres también acudían frecuentemente a consultas con alcahuetes, personas encargadas de sondear el rango social y las propiedades de eventuales pretendientes. Otro de sus deberes era también regatear la dote.

En las Tierras Checas no era únicamente la novia la que tenía que aportar la dote al matrimonio. Antes de la boda, los hombres se comprometían a garantizar a sus esposas una vida digna en caso de que por cualquier motivo no pudieran hacerse cargo de la familia. Según afirmó la etnóloga Lydia Petráňová, las dotes se solían establecer en forma de contrato. Pero no siempre era así.

“En realidad, eso no se practicaba mucho y solamente se determinaban dos testigos que con tan solo darse la mano garantizaban que durante un año nadie del matrimonio robaría a su pareja”.

Esta despreocupación sin embargo no era un asunto de las bodas aristocráticas, ya que las condiciones para contraer matrimonio eran establecidas por la ley municipal. Uno de los requisitos era que la dote del novio superara tres veces la de la novia.

El compromiso era obligatorio

La ley también imponía la obligación del compromiso, que era comprendido como un convenio sobre el futuro contrato del matrimonio. Abandonar esta decisión tras haberse comprometido podía conllevar consecuencias graves. Las novias tenían derecho a reivindicar una compensación tanto por las ganancias perdidas como por los gastos en la preparación de la boda.

En caso de que la pareja practicara el sexo durante el noviazgo, el hombre que renunciara a cumplir con el compromiso se exponía al riesgo de ser acusado de seducción bajo la promesa de matrimonio.

Aunque era moralmente incorrecto, las relaciones sexuales prematrimoniales no eran excepcionales, según afirma Petráňová. “En el siglo XVII, XVIII y al principio del siguiente nacían entre un 3% y un 10% de niños ilegítimos, y los que nacían antes de los nueve meses después de la boda. Después de las Guerras Napoleónicas esta cifra subió al 10%. En tiempos tranquilos se registraba solo el 3%”.

Martes – el día de la boda

Foto: ČT24
Al igual que en la actualidad, en el pasado la boda suponía también un importante impacto en el presupuesto familiar. “No hay que olvidarse de que en la vida hay tres momentos importantes. El bautizo, la boda y el funeral. El primero y el último no se pueden calcular y hay que improvisar, pero la boda sí se puede planear. Así es que se creaban reservas desde el año anterior, se ahumaba la carne, se ahorraba dinero y se recogían contribuciones financieras. Todos los invitados se veían obligados a contribuir de alguna manera y de ello se encargaba la novia”, indicó Petráňová. Puesto que solían ser los padres de la novia los patrocinadores de la boda, los invitados llevaban a su casa alimentos e ingredientes para el banquete festivo.

“Como muchos alimentos caducaban rápido, las bodas habitualmente comenzaban los martes. Como no existían refrigeradores ni neveras para conservar la comida, los viernes y los sábados se reservaban para matanzas, los domingos y los lunes se preparaba la comida y el martes se celebraba la boda”.

Los festejos nupciales se celebraban durante tres días y de su transcurso fluido se encargaba un organizador, prosigue Petráňová. “Su tarea se basaba en asegurar que la diversión no se estancara en ningún momento. También se encargaba de repartir las mesas de modo que no surgieran peleas entre hombres borrachos. Así que trabajaba también como una especie de agente antidisturbios. Generalmente se trataba de profesionales que se ganaban así la vida”.

“Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

Přemysl Otakar II | Fuente: Zbraslavská kronika/Wikimedia Commons,  public domain
Hasta la última cuarta parte del siglo XVIII en las Tierras Checas era imposible divorciarse, ya que el matrimonio se consideraba un sacramento. Existía la posibilidad de que los hombres pudieran rechazar a sus esposa, pero se permitía solamente a los monarcas, como fue por ejemplo el caso del Přemysl Otakar II en el siglo XII.

Entre los súbditos, la bigamia se castigaba hasta con pena de muerte, y al mismo riesgo se exponían los que cometían adulterio.

Los divorcios legales llegaron a las Tierras Checas en 1783 de la mano del emperador José II de Habsburgo. Aun así no surgían numerosas separaciones. No solamente por una aceptación social negativa, sino también por el alto coste que había que pagar a los sacerdotes por acudir a las asambleas conciliadoras necesarias para el divorcio.

Mientras que hace 90 años había tres divorcios por cada cien matrimonios, hoy día acaba con la separación una de cada dos uniones y su duración media es aproximadamente de 12 años.