La Segunda República Española, el aliado endeble de Checoslovaquia
Durante el breve periodo de la Segunda República, España y Checoslovaquia llevaron a cabo un acercamiento diplomático. La sintonía entre los dos países, repúblicas democráticas en una Europa amenazada por los totalitarismos es el tema de un reciente artículo del historiador español afincado en Praga, Luis Montilla.
Este primer paso es todo un ejemplo de la sintonía especial que reinó en las relaciones entre España y Checoslovaquia durante este periodo, y que ha sido desgranada por el historiador Luis Montilla Amador en su reciente artículo ‘La Política Exterior Republicana en los Informes Diplomáticos Checoslovacos’, publicado en la revista Espacio, Tiempo y Forma.
Revisando la documentación enviada por los diplomáticos a Praga desde Madrid, sale a relucir por ejemplo que gran parte del mérito del decidido apoyo checoslovaco a la Segunda República corresponde al embajador de ese momento, Vlastimil Kybal.Intelectual, historiador y gran conocedor de España, Kybal, había simpatizado siempre con la causa republicana y recomendó encarecidamente al Gobierno de Praga reconocer el nuevo régimen, exagerando en cierta medida la estabilidad de la situación y las cualidades del nuevo ministro de Exteriores, Alejandro Lerroux.
La España republicana, potencial aliado de Checoslovaquia
En cualquier caso, la caída de la monarquía en España proporcionaba a Checoslovaquia un nuevo potencial aliado en un entorno cada vez más hostil, señala Luis Montilla en entrevista para Radio Praga.“Checoslosvaquia tenía muy buena relación con Francia y le interesaba tener más aliados en Europa. Cuando llega la República los checoslovacos lo ven con buenos ojos, porque es una nación que tiene los mismos principios que estaba defendiendo Checoslovaquia en la Sociedad de Naciones. Entonces intentan acercarse, lo ven como un posible aliado, lo que pasa es que la situación complicada que tiene la República y que tiene Europa en los años 30 hace que no cuaje demasiado”.
La Europa de los años 30 asistía a la llegada del nazismo en Alemania, el auge del fascismo italiano y el deslizamiento de las democracias liberales hacia autoritarismos y dictaduras, además de la potente influencia soviética que llegaba desde el este. El espíritu de paz y conciliación que trataba de hacerse paso a través de la Sociedad de Naciones, la antecesora de la ONU, se resquebrajaba a cada vez mayor velocidad y las democracias liberales, como Checoslovaquia, veían amenazada su continuidad.
En este contexto, tanto España como Checoslovaquia, no solo compartían un sistema de tipo republicano y democrático, sino que estaban gobernadas por el mismo tipo de élite política, subraya Montilla.
“Yo creo que es importante, por lo que estuve viendo en los informes, que con la República los intelectuales más o menos de la generación del 14 llegan a puestos relevantes de la política, y también aquí en Checoslovaquia, tanto Masaryk como Beneš eran intelectuales. Ahí sí hubo sintonía, en el terreno cultural e intelectual hubo relaciones”.
Algunos ejemplos de puntos de encuentro son la condena conjunta en la Sociedad de Naciones de la ocupación japonesa de las provincias chinas, y el apoyo que ambos países proporcionaban a Francia, que en cierto modo era la gran potencia valedora tanto de España como de Checoslovaquia.No obstante los intentos de colaboración más estrecha acabaron fracasando.
“Había cierta colaboración en la Sociedad de Naciones, al principio, en el primer bienio. Se formó el llamado Grupo de los Ocho, formado por pequeñas potencias europeas que más o menos eran democracias liberales: Checoslovaquia, los países escandinavos, España, y ahí trataron de colaborar un poco para hacer como un pequeño grupo de presión frente a las grandes potencias: Francia, Inglaterra. Y eso no funciona”.
Los informes enviados por Kybal a Praga evidencian los temas que entonces preocupaban o interesaban al gobierno checoslovaco. Se siguió al detalle el nombramiento del nuevo embajador francés en Madrid y la visita del jefe de Gobierno francés, Édouard Herriot, a España, así como el apoyo que en la prensa española se daba a la llamada Petite Entente, el pacto entre Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía.
Asimismo se prestó atención a la victoria de los nazis en 1933 y el respaldo dado a Hitler por la mayor parte de los alemanes residentes en España.
Un cambio de dirección
Tras las elecciones de noviembre de 1933 llegó a España una coalición de centro-derecha que ponía paradójicamente en el Gobierno de la República a los sectores políticos más reticentes al ideario republicano. El cambio de dirección coincidió con el fin de las funciones de Vlastimil Kybal como embajador checoslovaco, de manera que lo poco que se había avanzado en el afianzamiento de las relaciones checoslovaco-españolas, quedó en un punto muerto, asegura Montilla.“Las relaciones diplomáticas quedan en stand by, no eran tan profundas como con Kybal. Ahí los checoslovacos lo verían con un poco de preocupación, porque Francia era el principal valedor de Checoslovaquia y durante el bienio radical-cedista el Gobierno español se alejó un poquito de Francia para acercarse a la derecha: Alemania, Italia, Inglaterra”.
Al frente de la representación diplomática checoslovaca en España quedó el encargado de negocios, Zdeněk Formánek, que se alargaría durante todo el periodo. Los informes que iban llegando a Praga dejaron de ser políticos, centrándose en cuestiones comerciales.
Estas, por cierto, aunque nunca fueron de gran importancia, sí que crecieron a lo largo de toda la Segunda República, confirma Montilla.
“Profundizaron un poco, tampoco fueron relaciones digamos gigantescas, pero sí que se fueron incrementando año a año, sin llegar a ser importantes. Checoslovaquia era un país industrial, de los más fuertes del mundo. Por ejemplo las industrias armamentísticas. Checoslovaquia era el mayor fabricante del mundo de armas”.Con una guerra a punto de desatarse en Europa, la política exterior española se volvió todavía más neutral que antes, hecho que constata el propio Formánek al informar que en la prensa española se discutía sobre “la completa eliminación de España de la esfera de la política internacional”.
Madrid todavía vería otro embajador checoslovaco, Robert Flieder, que disponía de una amplia experiencia diplomática en Suiza, Polonia, Suecia y Yugoslavia. Sus informes se ocuparon con mayor frecuencia de la actividad internacional española, reactivada levemente durante la segunda mitad de 1935.
El triunfo del Frente Popular en 1936 y la vuelta de la izquierda al poder en España podría haber significado un giro en las relaciones con Checoslovaquia. Los informes de Flieder señalan un movimiento favorable a las democracias europeas en la Sociedad de Naciones, lo que de hecho ayudó a que se impusieran sanciones a Italia, y la cada vez mayor presencia de la cuestión checoslovaca en la prensa española, en general defendiendo posiciones cercanas a Praga.
El inicio de la Guerra Civil, sin embargo, impidió en cualquier caso que la tendencia continuara. El estallido de la contienda sorprendió a Flieder de vacaciones en San Sebastián, y a comienzos de 1938 la embajada checoslovaca se trasladó a la ciudad francesa de San Juan de Luz.
La oportunidad perdida
Durante los apenas cinco años que funcionó la República Española en condiciones de paz, Checoslovaquia estuvo tendiendo la mano a España, pero esta no disponía ni de la fuerza ni de la voluntad para estrechársela. La política exterior española fue durante este periodo, al igual que lo había sido en regímenes anteriores, amorfa, pasiva, y consecuentemente, débil.En una época en la que las democracias liberales luchaban por sobrevivir, España, optó, o se vio abocada, a la inactividad, lo que le restó fuerza e influencia. El apoyo que pudo dar a Checoslovaquia en cuestiones internacionales fue por tanto muy reducido, contribuyendo de esta manera indirectamente al abatimiento de la democracia en Europa Central y a su propio fin: las potencias fascistas que España renunció a aislar fueron las que respaldaron el golpe de estado que en 1936 puso fin al sueño republicano.
Luis Montilla señala dos causas principales para la pobre actuación exterior de la República.
“Durante la Segunda República hubo como 10 o 12 ministros de exteriores, aparte no sé cuántos gobiernos, 20 o 19. Entonces por un lado no hubo continuidad. Cada uno llegaba allí, a nadie le interesaba ese puesto, como ministro no sabía muy bien, y hasta que se enteraba… Desde arriba no hubo mucha continuidad. Y en el cuerpo diplomático se dieron de baja al llegar la República los principales embajadores, de casi todas las grandes embajadas que tenía España. La República tuvo que buscar gente que supiera esta agenda, y sobre todo fueron intelectuales los que ocuparon las embajadas, sin experiencia diplomática”.
Ante este panorama, la única chispa de luz fue Salvador de Madariaga, delegado español en la Socieda de Naciones, que fue incluso amigo personal del notorio político checoslovaco, Edvard Beneš.“El trabajo de Salvador de Madariaga sí que va a tener continuidad durante parte de los años 20 y la República, sí que va a estar involucrado en la política exterior, en la Sociedad de Naciones. La poca continuidad de la política exterior dentro la República podemos verla en Salvador de Madariaga”.
El contraste entre los entusiastas mensajes de Kybal en 1931 y las posturas más desencantadas que vinieron después es todo un resumen de esta breve amistad entre España y Checoslovaquia. Montilla apunta a pesar de todo, que desde Praga siempre se había contado con que España nunca podría haber sido un aliado fuerte.
“Decepción, decepción, no, porque España siempre había mantenido esa especie de neutralidad. Y una característica de la política exterior española en los 20 y 30 era que la política exterior siempre estaba subordinada a la política interior. Los problemas interiores que tenía España siempre eran más importantes que los exteriores. Entonces la política exterior siempre estaba en segundo plano, y eso los checoslovacos lo sabían. España tampoco era una potencia, no podía hacer mucho”.
Guerra de espías en Praga
El estudio de Luis Montilla se limita únicamente al periodo republicano en paz y deja fuera la Guerra Civil, para concluir recuerda sin embargo que desde el punto de vista de la diplomacia, la contienda todavía guarda jugosas historias que unen los destinos de España y Checoslovaquia.
Uno de ellos es sin duda la misión de Luis Jiménez de Asúa en Praga, un agente enviado por la República a Checoslovaquia con un doble objetivo.“Los diplomáticos que estaban destinados aquí en Praga cuando comenzó la guerra rápidamente se ponen del lado de los rebeldes, y entonces la República tiene que mandar alguien aquí. Las noticias que aparecen aquí en Praga eran a favor del bando franquista. Entonces él viene, además de para intentar comprar armas, que no lo consigue, monta un equipo de periodistas para tratar de informar a los medios checoslovacos de lo que estaba ocurriendo en España, para contrarrestar un poco lo que estaban haciendo los diplomáticos franquistas que se habían quedado aquí”.
Praga se convirtió así en el escenario de una guerra de espías españoles, con los republicanos intentando comprar armas, los franquistas abortando sus operaciones, y ambos tratando de mover a la opinión pública checoslovaca hacia su terreno.
El devenir de la historia implicó la derrota tanto de los republicanos españoles como de los checoslovacos. En 1938 Alemania acaba fagocitando los Sudetes y poniendo fin a la Checoslovaquia democrática. En marzo de 1939 la invasión se completa y se instaura el Protectorado de Bohemia y Moravia. Los políticos republicanos checos y españoles entablarían una nueva relación, esta vez vecinal, en Londres, en condición de exiliados, esta vez sin la intermediación de embajadores.