La Revolución de Terciopelo, vista con ojos hispanos

Novembre 1989

En Radio Praga hemos conversado con tres latinos que vivieron en sus propias carnes los cruciales acontecimientos de noviembre del 89 y que nos han contado su experiencia directa y sus opiniones sobre todo lo que sucedió. Se trata de Dely Serrano, de origen español, Jorge Zúñiga, chileno, y José, de Cuba. Con ellos nos sumergiremos en los días en los que el comunismo cayó suave como el terciopelo.

Los momentos previos: ¿una balsa de aceite?

Dely Serrano
Dely Serrano es hija de emigrantes españoles y llegó a Checoslovaquia cuando era solo una niña. En 1989 trabajaba de intérprete oficial, lo que le permitía situarse cerca de los círculos políticos e intelectuales del país.

Ante la pregunta de si aquel año se podía esperar un cambio como el que supuso la Revolución de Terciopelo, Dely es categórica: en Checoslovaquia la oposición al comunismo férreo había huido tras la invasión soviética del 68, y en el interior del país la represión era tan fuerte que ahogaba cualquier intento de organización.

“Ellos en aquel entonces podían viajar a estos países socialistas y podían muy bien establecer comparaciones y ver que de verdad no faltaba, digamos, nada, aunque, vuelvo a repetir, siempre faltaba algo. Era un auténtico repudio a todo lo que olía a comunismo y comunista pero como por otra parte hay que vivir, entonces todo el mundo bajaba la cabeza y a pencar y a trabajar y en paz. No había un movimiento de oposición organizado ni era posible que hubiera ninguno, porque la represión era inmediata. En cuanto alguno moviera la cabeza, en ese momento tenías la policía, tenías problemas en casa, tenías un montón de cosas”.

Los checos que vivían en el extranjero no formaban una organización coherente, en opinión de Dely. Existían, eso sí, algunas iniciativas particulares, como fondos de ayuda para apoyar económicamente a las familias represaliadas por el régimen, redes que traían libros prohibidos al país clandestinamente y poco más.

La Carta 77
De hecho, la Carta 77, que exigía la adhesión del régimen a los derechos humanos y los principios democráticos, contaba a finales de los 80 con tan solo unos 1.800 firmantes. Casi nadie se atrevía a significarse públicamente como opositor.

No fue hasta 1988, con el fortalecimiento de Václav Havel como cabeza visible de la oposición al comunismo, cuando la perspectiva de la gente empezó a cambiar, como nos explica Dely.

“El movimiento de oposición era muy escueto. La mayoría eran personas que habían sido comunistas, prácticamente todos o la gran mayoría, había algún que otro periodista. Y en la primavera del 89 es cuando salió de manera más fuerte el personaje de Havel, que todos conocíamos, naturalmente. Y fue cuando empezaron a hacerse algunas peticiones”.

De mano de Havel, y apoyado por la favorable situación internacional, con todo el bloque del Este en crisis política, el movimiento opositor fue recabando apoyos y en la opinión pública fue calando cada vez más la confianza en el cambio.

En enero del 89, Havel fue encarcelado por su participación en las manifestaciones de la Semana de Palach. Aunque la pena era en principio de nueve meses, Havel pisó la calle ya en mayo, con mucha más fuerza que antes, como continúa contando Dely.

“Havel fue represaliado, luego salió de prisión y se hizo lo que se llamaba la petición ‘Unas Pocas Palabras’ y esas pocas palabras ya las firmaron sin tener miedo más de 30.000 personas. Eso ya era otra cosa, ya había pasado muchísimo tiempo desde la Carta 77”.

La crispación se sentía en el aire, según nos cuenta José, por entonces estudiante cubano becado en Praga. Bajo su punto de vista, la tensión social era cada vez mayor en los meses previos a la Revolución, hasta el punto de que el cambio se veía como inevitable.

“En aquel periodo había cosas que ya eran increíbles hasta para ellos mismos. De momento no había papel higiénico. Y acá para un país que está acostumbrado a un estándar... Y eso eran, son, boberías, pero eran detalles que ya se iban agregando al final como cosas muy sublimes ya. Pero en general, la situación social, la gente constantemente comentaba en la calle el descontento que había. Era una cosa que tenía que pasar”.

Una opinión diferente tiene Dely. A su parecer, a pesar de que la oposición se había fortalecido, reinaba en los ambientes intelectuales un escepticismo generalizado.

“Nadie suponía que podía cambiar algo. Hasta tal punto que el 28 de octubre vino una francesa, la señora Bartošková, su marido era Bartošek, uno de los que firmó la Carta 77 como primero. Lo hicieron emigrar a Francia. Él era redactor de una revista que se llamaba Alternativa, donde publicaba toda una serie de artículos de opositores. Y entonces como ya se veía que la cosa estaba así como tambaleándose, porque ya se habían marchado los alemanes de la embajada, ya los habían dejado pasar, entonces es cuando a mi casa los historiadores amigos de esta señora vinieron a depositar a mi buzón unas cartas en las que él les pedía que contaran cómo estaba la situación, qué es lo que pensaban, si de verdad la cosa se iba a mover, etc. Contestaron muchísimos, ninguno pensó que en 15 días la cosa se iba al traste”.

Actores y estudiantes, en el papel protagonista

Jorge Zúñiga
El punto de partida del proceso revolucionario fue el 17 de noviembre, cuando una gran manifestación estudiantil llenó a rebosar la Avenida Nacional (Národní Třída).

La policía cargó contra los manifestantes, bloqueando la salida de la calle, de manera que los congregados no pudieran escapar. La brutalidad de la represión supuso para muchos checos la línea que el régimen nunca debería haber cruzado.

De aquella jornada clave, Dely recuerda ante todo lo súbito de los acontecimientos, el estallido espontáneo y masivo de la sociedad checa.

“Todo fue tan rápido, todo ocurrió de manera tan rápida y fue así como una explosión a la que todo el mundo dijo sí. Son momentos que si no los vives es difícil de contarlos. Yo vivía en una bocacalle de la Venceslao y todas las tardes había una manifestación, la plaza estaba llena de gente, que casi no podías ni pasar, y entonces allí estaba ya el movimiento, estaba la cosa. O sea, lo que ocurrió el 17 en la calle Narodní fue la última gota, la que ya desbordó la taza, porque si no, no habría pasado nada”.

Otro de nuestros entrevistados, el chileno Jorge Zúñiga estudiaba entonces en Praga con una beca del Ministerio de Educación. Jorge vivió aquel día en pleno ambiente estudiantil, en medio del rumor, extendido rápidamente, de que la actuación policial se había saldado con un estudiante muerto.

“Cuando estalla la revolución, que me sorprendió a mí a pasos de la manifestación propiamente tal. Lamentablemente quedé del otro lado de los estudiantes, quedé del lado de los tanques, yo estaba en Můstek. Un signo de que efectivamente uno podía no enterarse de nada era que yo me enteré después. Estando muy cerca me enteré después. Yo me encontraba en un internado estudiantil, con mi novia de aquella época y unas amigas. Se produce una situación particular en la que empiezan los estudiantes a golpear las puertas de todas las habitaciones para invitar a la gente a bajar porque se da la noticia de que hubo una manifestación y de que hay un estudiante muerto”.

El 17 de Noviembre,  Avenida Nacional
Según los entrevistados, los dos principales epicentros de las movilizaciones ciudadanas que se desarrollaron en los siguientes días e hicieron caer el régimen fueron la Universidad y el Teatro.

El segundo caso, el de los ambientes dramáticos, fue según Dely, el principal detonante de las manifestaciones que, cada vez con mayor insistencia, empezaron a organizarse en todo el país.

“Sobre todo fue un movimiento de los artistas, de los actores más bien. Hicieron un manifiesto que leían antes de las funciones, y las primeras funciones de teatro se cancelaron, solo se leyó el manifiesto diciendo que no se iba a hacer teatro porque las cosas estaban de marrón a cacao, y la gente se iba para casa y ya. Y luego al día siguiente de manifestación. Era una cosa muy rápida. Yo no sé quién sería el primer actor o dónde empezó, pero fue un llamamiento de los actores, tuvo mucho eco entre el público y de ahí Praga empezó a moverse”.

Por su parte, y en cuanto al papel de los estudiantes, Jorge tuvo la oportunidad de sentir el turbulento ambiente contestatario que apareció en las aulas y comprobar su gran repercusión en la sociedad.

“Hay que tener en cuenta que la universidad estuvo en huelga más de medio año, y como te digo hay un ambiente nacional en ese momento de que esta es la oportunidad. Justamente porque en todas partes estaba pasando, en toda Europa Oriental. Eso ayudaba mucho a que la gente no tuviera miedo y que todo lo que se organizaba en término de manifestaciones resultaba”.

De su convivencia con los sectores más movilizados de la Universidad, a Jorge le sorprendió ante todo la capacidad de organización que demostraron los estudiantes checos.

“El movimiento fue tan fuerte, espontáneo, pero tan bien organizado que por mucho tiempo yo consideraba paradójico que todo lo que les inculcaron a la fuerza ideológicamente con el tema del leninismo y de la organización de la revolución, de pronto parecía que lo estuvieran poniendo a la práctica para botar el mismo sistema. De pronto en uno de los senos de la ideología como tal, que son los países comunistas, los mismos estudiantes están organizando un movimiento, una huelga, a un nivel de organización y de eficiencia que jamás logré imaginar. Era como leer un manual de cómo organizar una huelga en tu escuela pero luego verlo en vivo”.

Estudiantes latinos, entre la espada y la pared

Revolución de Terciopelo,  foto: Peter Turnley,  Public Domain
Aquel apasionante mes de noviembre sorprendió en Praga a un buen número de estudiantes españoles y latinoamericanos. También se encontraban en el país una cantidad importante de trabajadores y estudiantes cubanos.

Su implicación en los acontecimientos de 1989 fue más bien parca. En opinión de Dely detrás se encontraban motivos ideológicos.

“La comunidad latina eran, la mayoría naturalmente, no todos, chicos de izquierda, muy de izquierda, porque eran invitados por el Gobierno, con becas que pagaba el Gobierno checo. La mayoría de ellos, que yo conocí en aquel momento, no eran chicos que estuviesen admirando el movimiento, mirando lo que estaba pasando aquí. Al contrario, hubo muchos que decían ‘no sabéis en lo que os metéis, no sabéis lo que es el capitalismo, no sabéis lo que va a ocurrir, vendrá la pobreza, vendrá no sé qué y no sé cuántos’. Los checos se reían y no querían saber de eso”.

Uno de estos estudiantes era Jorge. Bajo su punto de vista, la falta de implicación de los estudiantes latinos tenía una causa bien sencilla: de su buena relación con el régimen dependía la continuación de sus estudios.

“La gran mayoría fue muy obsecuente con el régimen, y no quisieron meterse por una razón muy sencilla. Ellos estaban becados y quien otorgaba las becas era el sistema, el régimen, por tanto cualquier interferencia o participación les traía consigo un riesgo claro”.

José, por otro lado, destaca tres factores como causa de que el nutrido grupo de los estudiantes cubanos permaneciera más bien al margen.

“Tuvimos un poquito más de control por parte de nuestros mismos dirigentes. En segundo lugar, ya empezaron a recogernos de acá, se suponía que el camino iba a ser un poco diferente, no iba a ser el camino en el que se suponía debiésemos crearnos, formarnos. Y en tercer lugar, particularmente, nosotros vimos que era un proceso auténticamente de esta parte del mundo y específicamente checo. Meterse en eso era un poco difícil. Lo único que podíamos hacer era coparticipar o simpatizar”.

Pero aunque no fueron protagonistas, la Revolución de Terciopelo marcó la manera de pensar de todos los que la vivieron, y en algunas ocasiones, como en el caso de Jorge, desestabilizó sus cimientos ideológicos.

San Venceslao en Praga,  Noviembre 1989
“A mí me tocó asistir a una manifestación en mayo del 89 en la plaza San Venceslao, que fue el momento en el cual yo hice crisis personal con el sistema. Antes comulgaba ideológicamente con el régimen, con las ideas de las cuales el régimen decía ser parte. Pero ya tenía serías dudas con el régimen como tal”.

En el mismo sentido se expresa José, al que la Revolución desmoronó todas las ideas políticas que había traído de Cuba.

“Llegando aquí fue como abrirme un poco más, y los cambios me abrieron más la mentalidad, diría yo. Por supuesto llegué a entender cosas que han sido de base incluso a mi modo de pensar en estos momentos. Es un proceso que es natural con la edad, con que uno va creciendo, y es un proceso que es natural después de haber visto cambios históricos. El modo de pensar mío por supuesto es muy opuesto, totalmente opuesto, a como era en aquel entonces”.

B: Precisamente, este cuestionamiento de los principios del comunismo, o el peligro de que sucediera, puso a los estudiantes cubanos en una situación complicada. Como cuenta Jorge, de repente se convirtieron en elementos de riesgo.

“La Cuba de Fidel Castro se sintió amenazada o vio en sus estudiantes un futuro problema: que se podían contaminar con lo que estaba sucediendo acá, que catalogaban de antirrevolucionario. Por tanto surge la orden de que todos se fueran, que tenían que volver, y al interior del movimiento estudiantil de los jóvenes cubanos se produce un cierto resquemor y a la vez una segregación, una segmentación. Hay un grupo de estudiantes que no quiere volver a Cuba y empiezan a organizarse”.

José volvió a Cuba por motivos personales, pero antes de hacerlo fue testigo de como desde la embajada cubana se hacía volver forzosamente a todos los cubanos residentes en Checoslovaquia.

“En cierta manera el Gobierno les trajo acá, les pagó el pasaje, los estudios... En cierta manera tenían derecho a reclamar que regresasen, si se ven las cosas así. Otra parte que hay que analizar es el derecho de cada individuo y si el individuo tiene derecho a decir algo o negociar esa situación. En este caso no se les consultó nada. Había que regresar y punto. Sí se presionó para que se regresara. Se presionó”.

Según nos cuenta Jorge, el temor de las autoridades cubanas a que la Revolución de Terciopelo se extendiera a Cuba era fundado. A su entender, hubo esfuerzos por utilizar el descontento de un sector de los estudiantes cubanos.

La Plaza Venceslao,  Noviembre 1989
“El problema, que tuvo de situaciones de secuestro de estudiantes, que se llevaron a la fuerza, de amenazas, me llevó a mí a estar muy cerca de ellos y a la vez a tener que acercarme un poco a algunas instancias que existieron en ese momento y que eran suerte como de apoyos o de logística o de infraestructura que inmediatamente después de la revolución se formaron y que probablemente, a mi juicio, estaban apoyados por los Estados Unidos y posiblemente hasta por la CIA, que no me parece mal, no lo condeno. Pero independientemente de eso, sí condeno que en algunos momentos quisieron utilizar a los estudiantes cubanos, reclutarlos, para que en Cuba sucediera algo igual”.

A partir del 17 de noviembre, las manifestaciones y la repulsa popular al régimen se sucedieron con actos tan masivos como la concentración del 27 de noviembre, que reunió en la plaza de Venceslao, en Praga, a unas 300.000 personas.

Las protestas forzaron cambios asombrosamente rápidos. El 4 de diciembre se abrieron las fronteras de Checoslovaquia y el 7 de diciembre el Gobierno comunista dimitió.

El Foro Cívico, creado en los días previos, estaba preparado para tomar el relevo. El 10 de diciembre se nombró un Ejecutivo de composición solo parcialmente compuesto por comunistas. El proceso concluyó en junio de 1990, con las primeras elecciones democráticas desde 1948.

Pero eso, como se suele decir, ya es otra historia.