La periodista checa Martina Topinková y un viaje que le costó un Perú
Doce años atrás, Martina Topinková decidió poner en suspenso su vida en Chequia para viajar a Perú, un país que la había fascinado desde niña. Sin embargo, un fuerte desequilibrio redujo su estadía y la llevó a internarse varias veces en el hospital psiquiátrico de Bohnice, en Praga. En esta entrevista, Topinková se anima a relatar sus recuerdos de esa experiencia límite que logró poner por escrito en un libro revelador: “Ya no quiero ir a Perú”.
Tal vez a causa de las minas de Potosí, hay un par de expresiones que asocian al Perú con la idea de enorme valor o también de un costo muy alto. Lo interesante es que ambos conceptos se ajustan perfectamente a todo lo que representa ese país en la vida de Martina Topinková, una periodista checa que se encontró a sí misma en la capital de Perú, luego de sentirse totalmente perdida, durante un viaje que decidió emprender hace ya doce años.
“Perú me fascinaba desde siempre, cuando yo era pequeña íbamos cada verano con unos amigos al campo y ahí nos preparaban juegos, y uno era sobre los incas. Entonces, desde pequeña me fascinaban los incas y la cultura como tal y por eso elegí el Perú, que siempre me pareció un país mágico, emocionante y quería verlo en persona, obviamente”.
También recuerda que su padre había viajado antes que ella y le había hablado muy bien de algunos sitios, incrementando aun más sus ganas. De lugares concretos recuerda sobre todo Barranco, un distrito muy artístico, la Plaza San Martín y el gran mercado textil de Gamarra. Sin embargo, asegura que si alguien le pide recomendaciones para viajar a Lima, Topinková teme defraudarlo porque, en algún punto, Perú significa para ella más un símbolo que un país concreto, el lugar donde siente que pudo volver a empezar incluso antes de saber que algo se había terminado.
“Desde pequeña me fascinaban los incas y la cultura como tal, Perú siempre me pareció un país mágico”. Martina Topinková
“Renacimiento, renacimiento, abrí los ojos en el Perú y por muchísimos motivos, yo llegué y sentí esas energías fuertes y la magia y ocurrieron cosas, sincronicidades de todo tipo. Entonces, lo que para mí pasó ahí fue un renacimiento, no sé cómo llamarlo de otra manera, descubrí que la vida tiene muchos niveles y vale la pena descubrirlos y también sentía esta conexión con el universo”.
Asegura Topinková que esa fuerza la sigue sintiendo incluso hoy. Y aunque reconoce que no le resulta fácil hacerlo, explica que tiene que ver con la seguridad de no saberse sola en el Universo y, más importante aún, con la certeza de que todos estamos de algún modo conectados, no solo entre los seres humanos sino también con respecto a la naturaleza, conocida también como Pachamama.
“Para los peruanos es muy importante lo que ellos llaman Pachamama (Madre Tierra), y también los espíritus, los rituales de ayahuasca obviamente... entonces esta conexión con el universo, en tanto inteligencia extendida en la naturaleza, ellos la sienten muy intensamente y yo, desde entonces, la siento también”.
Los heraldos negros
Topinková aclara que no probó la ayahuasca porque considera que su cerebro es capaz de producir por sí mismo efectos similares. Y no se trata de una frase hecha, sino que refiere a algo que realmente le ocurrió: una crisis que hoy es capaz de explicar como una combinación de emociones fuertes que incluían el alejamiento de un chico del que estaba enamorada, su propia sensibilidad y casi diez días sin dormir en Perú. Aunque ella es muy respetuosa con los profesionales de la salud, que luego de un tiempo le diagnosticaron un trastorno bipolar, entiende que a veces todo depende del punto de vista y lo que de un lado puede significar un trastorno, del otro puede entenderse también como una especie de revelación.
“Yo vivía en casa con otros estudiantes y juntos visitamos muchos lugares, fue como una aventura y una locura muy interesante, fue como una película, Pasamos mucho tiempo juntos, riendo, cocinamos, bailamos, incluso empecé boxeo y danza contemporánea. Quería probarlo todo y esas experiencias nuevas que se juntaban con lo fuerte que es Perú como tal y con mi amor que sentía por ese chico... Toda esa mezcla produjo una explosión, me explotó la cabeza, fue demasiado para mí”.
Agrega Topinková que no le alcanzaba el tiempo para procesar tanta información. Además, como no cree en las coincidencias, está convencida de que todo eso sucedió por algún motivo y explica que se trató de una experiencia difícil, porque dejó de distinguir entre lo real y su imaginación, aunque, a la vez, transformadora. En concreto, recuerda que estaba en el balcón de esa casa y como creía ver cosas que no existían, empezó a gritar en medio de la noche que no se puede conocer el amor sin conocer antes el odio. Con tanta desesperación que pronto llegó un policía que la trasladó a un hospital. Como si se tratara de las dos caras de una moneda, mientras más desorientada se sentía en medio de ese episodio, más sentido parecía encontrarle a todo. Lo cierto es que pasó una semana en una clínica de Lima, de la que recuerda sobre todo sus propias pesadillas.
Luego de que su familia fuera a buscarla, regresó a Praga donde sufrió, en sus propias palabras, una depresión tan larga como cruel. Estuvo internada tres veces en Bohnice. De esa institución, donde pasó en total casi seis meses, rescata, sobre todo, el esfuerzo y el trato de algunos médicos y enfermeras, aunque critica la falta de mantenimiento de algunos pabellones y, sobre todo, se detiene en uno que sigue teniendo muy presente.
“No todos los pabellones de Bohnice son malos, pero hay uno que es súper malo que en checo se llama ‘Neklid’ (‘Inquietud’). No se llama así oficialmente, pero todos lo llaman así. Si necesitas tranquilizarte te meten en la inquietud, ahí ponen a las personas que no saben en qué otro pabellón ponerlas”.
“El libro se llama así porque para mí el Perú es un símbolo de algo súper fuerte que no puedo controlar”. Martina Topinková
A ese lugar del hospital de Bohnice también le dedica un espacio en el libro que empezó a escribir durante su viaje y continuó trabajando durante diez años hasta que logró terminarlo durante la pandemia, en un chalet en las montañas cuya calma marcó un claro contraste respecto a la época de su internación. Ese libro, en el que cuenta de un modo si cabe muy entretenido el infierno que le tocó atravesar, tiene un título más que sugerente: “Ya no quiero ir a Perú”.
“Yo quiero volver a Perú, yo necesito volver a Perú, a mí me encanta el país, el plan era ir medio año y solo estuve dos meses y medio, y yo tenía planeado Machu Picchu y Cusco y todos esos sitios que no tuve la oportunidad de visitar y me da mucha pena y, por supuesto, quiero volver a Perú. El libro se llama así porque para mí el Perú es un símbolo de algo súper fuerte que no puedo controlar”.
En otras palabras, ella no desearía repetir el grado de confusión que vivió en aquel entonces, aunque, al mismo tiempo, agradece haberlo experimentado porque las puertas que se le abrieron durante esa especie de epifanía aun continúan abiertas. De hecho, como el libro lo imprimió ella misma más que nada para sus amigos, está considerando la idea de publicarlo con una editorial comercial porque varios lectores le dijeron que el libro tiene la virtud de abordar temas tan distintos y cruciales como la salud mental y el desarrollo de uno mismo. Eso lo vuelve tan valioso como todo lo que significa Perú en la vida de Topinková.