Ivan Svatoš, el pintor de la antigua Praga que es capaz de retratar el silencio
Gracias a la vocación artística de su abuelo y las tempranas caminatas con su padre, Ivan Svatoš adquirió de muy chico la pasión por los colores y el amor por Praga, esa ciudad que, en sus cuadros, se vuelve incluso más mágica de lo que naturalmente es. En esta entrevista, el talentoso pintor nos habla de lugares entrañables de la capital checa que ya no existen, del libro en el que ilustró los poemas de Jaroslav Seifert y de su inesperada pasión por el fútbol latinoamericano.
Con un trazo claro, fino y sugerente que se ajusta de manera armoniosa a una gama de colores pastel pero, a la vez, bastante tenues, los cuadros del pintor Ivan Svatoš son tan característicos que se reconocen de inmediato y, más importante aún, suelen atraer tanto a locales como a turistas. Tal vez, uno de los secretos de su encanto radique en que no nacieron del sentido de la vista, sino más bien del olfato. Tal como cuenta, cuando él era muy chico e iba a visitarlos, veía a su abuelo pintar en la misma cocina donde preparaba la comida su abuela por lo que empezó a entregarse a ese inconfundible aroma de la infancia que mezclaba sopa, trementina y colores. Asegura que si bien no tenía muchas oportunidades de decírselo porque su abuelo siempre estaba ocupado pintando, ese olor fue para él una verdadera fuente de inspiración, aunque, por supuesto, no la única.
“Iba mucho a caminar por la antigua Praga con mi padre también y, en esos paseos, aprendí a que me gustara la ciudad. Cuando era niño hacía muchos dibujos e ilustraciones infantiles con lápices y crayones y, a medida que iba creciendo, me daba mucha alegría recibir en Navidad témperas o acuarelas de regalo. De repente surgió la necesidad de pintar algo, de probar algo. Así, los primeros cuadros reales surgieron al comienzo de la escuela secundaria, cuando tenía unos quince o dieciséis años”.
Autor de varios libros escritos o ilustrados, y de muchas pinturas que fueron expuestas en Australia, Estados Unidos, Alemania, Canadá, Singapur y Japón, Ivan Svatoš es consciente de haber desarrollado un estilo tan reconocible como único. En ese sentido, recuerda una presentación que tuvo lugar en el Museo de la literatura de Strahov (actualmente en Bubeneč) en la que el famoso cantante y director Jiří Suchý del teatro Semafor dijo algo que lo ayudó a ver con otros ojos su propia obra.
“En un momento dijo que él también era capaz de pintar bien, pero no podía retratar el silencio del modo en que lo sabe hacer el señor Svatoš. Esa frase me llamó mucho la atención y me ayudó a entender que, muchas veces, mis imágenes evocan ese silencio que, seguramente, irradia de la armonía que está presente en aquello que trabajo. A mí me vienen a visitar muchas personas, también gente mayor, y me cuentan que mis imágenes los tranquilizan y, cuando a veces están tristes o algo así, me dicen que miran esos cuadros y se sienten mejor. Eso para mí es muy gratificante porque el dinero, por supuesto, no es todo, ni siquiera lo principal. Y ¡ay de los cuadros que se hacen sólo por dinero!”.
El resorte de Praga
La capital checa, a la que define como una ciudad extremadamente hermosa, es, sin lugar a dudas, el principal tema de sus obras. Él repite que, en esas largas caminatas que hacía de chico con su padre, fue absorbiendo, de a poco, los rumores y las leyendas que hacen a la esencia de la ciudad. No por nada uno de sus libros se llama, precisamente, Un paseo por Praga con el pintor Ivan Svatoš.
En su opinión todas esas narraciones van llegando a lo profundo del alma convirtiéndose en una especie de resorte comprimido que, de repente, hay que sacar afuera, ya sea en forma de poemas, pinturas o canciones. Y aunque dice que casi no existe rincón de Praga que no haya pintado, reconoce que tiene una debilidad especial por la iglesia de San Nicolás de Malá Strana.
“Como yo vivía en Košíře que es un barrio que está detrás de la colina, muchas veces salía a pasear al castillo. Y cuando desde el castillo miras la ciudad de Praga lo primero que ves es la Iglesia de San Nicolás. Y empecé a ir hasta ahí tantas veces que la gente empezó a preguntarme por qué San Nicolás aparecía en casi todos mis cuadros. Yo les respondía que cuando recorres Praga ya sea que estés en Hradčany, Strahov, Petřín o Vinohrady, puedes ver esa iglesia desde todos lados. San Nicolás siempre está ahí. Se dice que cuando Kilián Ignác Dientzenhofer la estaba construyendo, recorría Praga a caballo buscando un lugar para ese templo que, debido a su importancia, debía estar en un lugar central. Él quería eso y realmente lo consiguió”.
Además de ser uno de sus libros más hermosos, tanto por el contenido como por su formato mínimo que cabe en un pequeño bolsillo, Praga bajo los ojos de Jaroslav Seifert e Ivan Svatoš es también una especie de bestseller porque llegó a vender unos veinte mil ejemplares. Tal como indica el título, se trata de una compilación de poemas praguenses del hasta ahora único ganador checo del Premio Nobel de literatura con las inconfundibles ilustraciones de Svatoš. Él asegura que es una de las obras que más disfrutó hacer y eso que se trató de un trabajo muy arduo porque el libro tiene la particularidad de que cuenta con una pintura cada dos páginas, algo que no es para nada común. Él dice que no quería escatimar esfuerzos porque ese libro es un regalo para todas las personas a las que les gustan tanto los poemas de Seifert como sus pinturas.
“Hacía mucho que tenía el deseo de ilustrar sus poemas y un día, a finales de la década del noventa, decidimos hacerlo realidad. Y como el señor Seifert ya había fallecido, la contactamos a su hija quien, junto a su hermano, fueron los que recibieron el Premio Nobel en Estocolmo porque, cuando él lo ganó, ya estaba enfermo. Entonces nos acercamos a la señora Jana y ella me invitó a su casa y le pregunté si podíamos sacar el libro. Ella me pidió algunas condiciones pero aceptó porque conocía y le gustaba lo que hacía. La cuestión es que tuve la suerte de que me llevara al que había sido el estudio de su padre: me senté en su escritorio donde estaban sus muletas francesas, y en la mesa me mostró una réplica del Premio Nobel, por supuesto que el original debían tenerlo en alguna caja fuerte, pero la réplica era hermosa. Cuando amas desde siempre a un poeta y puedes ves el lugar donde se sentó y donde escribió... y él no tuvo una vida fácil, tuvo una vida dura, porque fue perseguido y al régimen no le agradaba”.
Otro de los libros imperdibles de Ivan Svatoš parece jugar, precisamente, con uno de los títulos de Seifert: en lugar de Toda la belleza del mundo, se llama Toda la belleza de Praga y ofrece un completo paseo por la capital checa, a través de las ilustraciones de Svatoš y los textos de Vratislav Ebr quienes, al final del libro, deciden probar qué ocurre al intercambiar los roles. Además de descubrir los lugares más emblemáticos y encantadores de la ciudad, el recorrido incluye también sitios que ya no existen como la antigua ferretería de Eduard Čapek, uno de los pocos negocios privados que había durante la época del comunismo. Lo interesante es que, a pesar de ser testigo de todo un mundo que ya no existe, no puede decirse que Ivan Svatoš sea una persona nostálgica.
“Bueno, a veces sí siento un poco de lástima, pero solo un poco porque esa antigua ciudad tenía su propio encanto. Praga no siempre fue así como es hoy: siempre fue pintoresca pero no era tan limpia como ahora. Era más bien sucia, había muchos andamios, estaba descuidada, el comunismo le pasó factura, pero había también esas tiendas que eran lugares tranquilos donde la gente simplemente se reunía. Una de ellas era la ferrería de Čapek, y aunque se llamaba así, en realidad era una tienda de segunda mano que vendía cosas viejas e innecesarias como herraduras, manijas de hierro, cerradurras, todo eso y la gente iba allí a hablar. Por ejemplo, iba la cantante Hana Hegerová que vivía cerca de allí y el señor Suchý también. La gente, simplemente, se reunía allí y era un lugar que un poco desafiaba al régimen. Era un sitio maravillosamente romántico. Recuerdo que yo estuve ahí el día que lo cerraron compré una vieja herradura para la suerte, que ya estaba muy torcida y todavía hoy la tengo en casa”.
A pesar de que ya logró concluir cientos de cuadros que se exhiben y venden en la galería Art Francesco, Ivan Svatoš sigue tan activo como siempre y, de hecho, cuenta que ahora le gustaría tal vez ponerse a pintar más los suburbios de Praga, sobre todo la parte noreste. Sin ir más lejos, anuncia que con su hija están preparando un libro sobre Košíře. Entre cuadro y cuadro, Svatoš siempre intenta relajarse y, muchas veces, lo hace disfrutando de un buen partido de fútbol. De hecho, sorprende al revelar que es un gran admirador del fútbol latinoamericano.
“Cuando era pequeño, no jugaba al fútbol porque era malo pero me encantaba verlo con mi papá. Aquí en Praga somos de Sparta, y el fútbol es algo que me interesa, pero sobre todo el fútbol del Brasil de Pelé y el de Argentina de Maradona y Messi, que son verdaderas perlas. También conozco los equipos argentinos: por ejemplo, Independiente, Racing y, por supuesto, Boca Juniors. Una vez incluso me puse en contacto con algunos de esos clubes por carta y me enviaron los escudos. Ese fue un episodio muy bonito de mi vida que aún recuerdo”.
Está claro que lo que parece valorar Svatoš del fútbol es, precisamente, ese toque de magia que aparece, cada tanto, gracias a esos jugadores contados con los dedos de la mano que nacen con un talento descomunal. En su caso, el don que tiene no le alcanza tal vez para hacer goles, pero sí para potenciar aun más la magia de Praga mediante la invención de una serie de colores que no se olvidan fácilmente.
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