“Ellos desaparecieron hace tiempo. Nosotros seguimos aquí.”
“Lo nocivo y lo reaccionario de la religión“, decía el título de uno de los capítulos del manual de la materia educación cívica para escuelas primarias en los años 80 en la entonces Checoslovaquia. El régimen comunista hizo todo lo posible para suprimir la influencia de la Iglesia y expulsarla del espacio público, considerándola como una de las posibles fuentes de resistencia. Crucial para esta campaña sistemática de eliminación fue el año 1949.
“Las represiones más duras en el bloque del Este están relacionadas con el primer período después de la instalación de los regímenes comunistas. Hablando de Europa Central, principalmente la Iglesia católica era considerada como un enemigo potencial que podía causar problemas a los comunistas“, dice Šebek.
En Checoslovaquia las primeras señales de las futuras represiones contra la Iglesia católica aparecen mucho antes del 25 de febrero de 1948 cuando los comunistas tomaron el poder en el país.
El intento de desprender a la Iglesia de la influencia económica es evidente en las primeras reformas agrarias realizadas en 1945 después de finalizar la Segunda Guerra Mundial.
En 1947 el Ministerio de Educación comunista promueve una ley sobre la unidad de la enseñanza nacional que en realidad significó la desaparición de las escuelas religiosas.
En la primavera de 1949 fueron interrumpidas las negociaciones entre el episcopado y el Gobierno checoslovaco después de que en una reunión en la sierra de los Altos Tatras los obispos se dieran cuenta de que eran escuchados por la policía secreta.
El Gobierno decidió entonces provocar un cisma religioso apoyando la llamada Acción Católica, que tenía por objetivo ganarse las simpatías del clero y de los creyentes leales al Partido Comunista y apartarlos del episcopado checoslovaco.
Sin embargo, este intento de crear una Iglesia nacional separada de Roma fracasó definitivamente en 1951. Pero no adelantemos los sucesos.Los obispos querían protestar contra la Acción Católica con una carta pastoral en junio de 1949, pero los comunistas impidieron su lectura, apunta Jaroslav Šebek.
“El 16 de junio de 1949, día de la fiesta del Corpus, fue detenido e internado el arzobispo Josef Beran, que no saldría más de su internación hasta 1965, cuando abandonó el país. El intento de leer la carta pastoral en la catedral de San Vito de Praga estuvo acompañado por provocaciones de parte de las Milicias Populares y de los agentes de la Seguridad del Estado presentes“.
Todos estos pasos prepararon el camino hacia la adopción en octubre de 1949 de dos leyes que determinaron el destino de la Iglesia por los próximos cuarenta años y cuyas consecuencias siguen vigentes hasta hoy.
La Ley No. 217 sobre el establecimiento de la Oficina Estatal para Asuntos Religiosos que debía vigilar la Iglesia y ponerla bajo el control del Estado.
Y la Ley No. 218 sobre la asistencia económica a las Iglesias y sociedades religiosas que hizo la Iglesia dependiente económicamente del Estado.
En diciembre de 1949 ocurrió el llamado milagro de Číhošť. Los testigos afirmaban que durante la misa en la iglesia local se había movido la cruz sobre el altar. A finales de enero de 1950 la Seguridad del Estado comunista encarceló al sacerdote Josef Toufar. Éste murió poco después a consecuencia de las torturas durante los interrogatorios.
En los años 60 el régimen comunista cambió un poco de táctica. Se concentró en niños y jóvenes ofreciéndoles posibilidades de entretenimiento diversas para distraerlos de la visita a la iglesia. La campaña atea culminó en los 70 durante la llamada normalización tras el fracaso de la Primavera de Praga. El número de creyentes y de misas oficiadas descendió drásticamente.
El Padre Jan Zemánek es uno de los centenares de clérigos que sufrieron las represiones del régimen comunista en carne propia.Fue ordenado sacerdote en noviembre de 1949 aún antes de terminar su carrera de teología ya que sus superiores averiguaron que en el año 1950 serían suprimidos todos los seminarios y las órdenes religiosas.
En la noche del 14 de abril de 1950 fueron encarcelados aproximadamente dos mil 500 monjes en todo el país. Jan Zemánek recuerda que fue internado en el monasterio de Králíky, en Bohemia Oriental.
“Fue una cárcel más moderada, pero estábamos aislados totalmente. No podíamos recibir visitas ni correo, nos vigilaban guardianes. En unos pocos días encontraron trabajo para nosotros en el campo, bosque y en talleres. Todos los menores de 60 años tenían que trabajar, salvo los enfermos”.
Al cabo de cinco meses Jan Zemánek recibió la orden de incorporarse al servicio militar obligatorio. Éste consistió en trabajar en las construcciones militares con los batallones técnicos auxiliares. Con ellos pasó cuarenta meses de su vida.
“Éramos una compañía de estudiantes de teología y sacerdotes. Ellos mandaron a soldados para que nos instruyeran en la ideología comunista. Eran jovencitos que apenas sabían leer. Nosotros les examinábamos haciéndoles preguntas referentes a Marx y Lenin, muy filosóficas y a menudo inventadas. Nuestro instructor no entendía nada, al final renunció y nos dijo que nos dedicáramos a la lectura individual. Así que podíamos instruirnos solos, lo que era muy divertido”, relata el padre Zemánek.
De vuelta en la vida civil, Jan Zemánek no pudo dedicarse a la labor religiosa. Tuvo tres opciones: minas, construcción militar o una cooperativa agrícola. Optó por la construcción militar en Brno. Se reunía con otros universitarios o religiosos lo que por el régimen comunista era considerado como conspiración y Jan Zemánek fue condenado a 10 años de prisión por traición a la patria.
Pasó por las cárceles más duras como Mírov, Valdice, pero no se arrepiente. Dice que en la prisión conoció a personas que no hubiera encontrado en la vida normal: obispos, pastores, rabinos, el teólogo Josef Zvěřina, que escribió en la cárcel un libro sobre el arte usando el papel de cigarrillos.
El sacerdote Zemánek cuenta que la peor situación la vivió durante los interrogatorios cuando era aplastado por continuas mentiras y declaraciones falsas sin saber lo que era verdad y lo que no. A lo largo de tres meses no fue capaz de rezar. Alrededor de él reinaba la oscuridad como si Dios no existiera. Se sentía como Daniel en el foso de los leones esperando que lo devoraran.
Cuando ya cumplía su condena, le ayudaba el compañerismo y la solidaridad. Estar con los demás, con los valiosos que estaban más de diez años tras las rejas y no les abandonaba la fuerza de continuar, destaca Jan Zemánek.
“Había allí un chico de 35 años, se llamaba Jožka Hahn, de una familia checo-alemana, que había ayudado a muchos políticos a cruzar la frontera. Lo capturaron y condenaron a 15 años. Trabajaba con nosotros, los sacerdotes, nos preparaba vino de pasas para oficiar las misas. Un día esperábamos en la cola para la comida, y él se desmayó de repente. En un mes se supo que tenía un tumor en el cerebro. Tras once años de cárcel lo pusieron en libertad. Murió al cabo de medio año”.
Jan Zemánek pudo iniciar el servicio religioso tan sólo en el año 1969. Las autoridades lo mandaron a un pueblo en la región de Žatec, en Bohemia del Norte, que no tenía ni una taberna. Un puesto perdido y cuatro iglesias horriblemente descuidadas. Pero también una oportunidad para ser activo en muchos ámbitos.
Invitaba a familias con hijos a la rectoría, durante las vacaciones se sentaban al fuego al aire libre, cantaban y se sentían bien.
“Nos dijeron en Valdice: Ustedes se podrirán aquí y nosotros seremos los reyes del mundo. Nosotros les contestamos: Si la Iglesia perduró dos mil años, quizá también nosotros sobrevivamos este régimen. Hace tiempo que ellos desaparecieron y nosotros seguimos aquí”, doce el sacerdote.
Tras la Revolución de Terciopelo de 1989 Jan Zemánek contribuyó al renacimiento de la vida religiosa en Checoslovaquia. En 2007 el presidente de la República le otorgó el galardón estatal por los méritos al Estado.