El Acuerdo de Múnich: La traición de Occidente

Мюнхенский сговор, фото: Bundesarchiv 183-R69173 / CC-BY-SA

La traición de Occidente, la deslealtad de los Aliados, “sobre nosotros sin nosotros”. Con estos términos se quedó grabado el 30 de septiembre de 1938 en las mentes de los checoslovacos, el día en el que las potencias europeas acordaron la cesión de casi una tercera parte del territorio checoslovaco a la Alemania nazi. Además de provocar un doloroso trauma en la historia checoslovaca, según algunos historiadores fue precisamente este suceso el detonante de la Segunda Guerra Mundial.

El Acuerdo de Múnich,  foto: Štěpánka Budková
“La zona de Bohemia, Moravia y las regiones orientales fronterizas con Alemania las poblaremos con campesinos alemanes. A los checos los desalojaremos a Siberia o a la región de Volinia. Los checos tienen que abandonar Europa Central”. Estas palabras las pronunció Adolf Hitler en 1932 y aunque no logró cumplir su pretensión del todo, seis años después hizo abandonar sus casas a acerca de 250.000 checos que habitaban los Sudetes, zona fronteriza que formaba parte de las Tierras Checas desde la Edad Media.

El descontento de los ciudadanos austrohúngaros étnicamente alemanes, que se vieron obligados a vivir en Checoslovaquia tras su independencia en 1918, la ubicación estratégica de los Sudetes, su gran potencial industrial y las ambiciones expansionistas del Tercer Reich fueron los principales motivos que llevaron a Hitler y al líder del partido Sudeto-Alemán, Karl Heinlein, a reivindicar la región para Alemania.

“Pudieron escoger entre la vergüenza y la guerra. Han optado por la vergüenza, tendrán la guerra”

El Acuerdo de Múnich | Foto: Štěpánka Budková,  Radio Prague International
El Gobierno checoslovaco era consciente del peligro que acechaba desde el Berlín y no vaciló en reforzar tanto su ejército como las relaciones diplomáticas con las potencias de Europa Occidental.

En 1924, Francia garantizó a Checoslovaquia la integridad territorial en caso de ser atacada por Alemania o Hungría. Aunque Gran Bretaña no tenía ningún acuerdo con Checoslovaquia, según los Tratados de Locarno se habría visto obligada a ayudar a Francia en caso de que ésta interviniera.

Hasta entonces los representantes de Checoslovaquia estaban convencidos de la considerable posición de su país en el contexto europeo. Así es que el desengaño fue todavía más profundo al comprobar que desempeñaban realmente un papel insignificante entre los intereses de las potencias europeas.

Esta actitud se manifiesta claramente en la memorable declaración del Primer Ministro británico, Neville Chamberlaine, en la que afirma que “es espantoso ponernos máscaras de gas y cavar trincheras por un país del que no sabemos nada” .

Neville Chamberlaine,  foto: USHMM,  U.S. National Archives / PD
Según explicó para la Televisión Checa Vít Smetana, historiador del Instituto de Historia Contemporánea, el miedo a otro gran conflicto bélico fue el motivo principal de esta actitud traidora hacia los checoslovacos.

“Las dos potencias sufrieron un gran trauma durante la Primera Guerra Mundial; un hecho que no hay que olvidar a la hora de analizar la situación no solo desde la óptica de Checoslovaquia. Francia había vivido a causa de la contienda una enorme reducción poblacional, y en Gran Bretaña también resultó destrozada toda una generación”.

Los representantes de las dos potencias estaban convencidos de que al satisfacer la reivindicación de Hitler y solucionar el problema de los alemanes de los Sudetes, las ambiciones expansionistas del líder del Tercer Reich se acabarían. El desarrollo de los acontecimientos fue sin embargo totalmente distinto, algo que ya había pronosticado el político británico, Winston Churchill, afirmando que “el Gobierno británico pudo escoger entre la vergüenza y la guerra. Optó por la vergüenza y tendrá la guerra”.

“Sobre nosotros sin nosotros”

Tras la anexión de Austria al Tercer Reich el 12 de marzo de 1938, el llamado “Anschluss”, Checoslovaquia se vio todavía más amenazada, ya que el enemigo podía atacar ahora también desde la zona sur, que se encontraba desprotegida y sin las fortificaciones que sí existían en el norte.

El 15 de septiembre el Primer Ministro británico, Neville Chamberlain, se reunió con Hitler en su residencia de la ciudad alemana de Berghof, donde le confirmó que consultaría con Francia sus exigencias territoriales.

Firmantes del Diktat de Múnich | Foto: Bundesarchiv,  Bild 183-R69173/Wikimedia Commons,  CC BY-SA 1.0
Cuatro días después, Gran Bretaña y Francia apelaron a Checoslovaquia a que cediera a Alemania los territorios demandados; una reivindicación rechazada por el Gobierno checo.

Mientras tanto, Adolf Hitler y Konrad Heinlein establecieron el cuerpo paramilitar Freikorps Sudeto-Alemán, que inició su actividad con asaltos a aduanas y comisarías checoslovacas, y que se cobró las vidas de más de cien personas. El 30 de septiembre de 1938, Chamberlaine, junto a su homólogo francés, Édouard Daladier y el Duce de Italia, Benito Mussolini, aprobaron la sentencia final sobre el destino de Checoslovaquia, tras reunirse en Múnich y hacer realidad con sus firmas las ambiciones de Hitler.

Alemania consiguió así no solamente las zonas fronterizas donde había más de un 50% de habitantes de origen alemán, sino también otras comarcas cuya población era mayoritariamente de habla checa.

Adolf Hitler firmando el Acuerdo de Múnich,  foto: Bildarchiv Preußischer Kulturbesitz / Heinrich Hoffmann
Los representantes del Gobierno checoslovaco no asistieron a este “funeral” de su país, viéndose obligados a esperar detrás de la puerta, ya que Hitler supuestamente no habría soportado su presencia.

El presidente checoslovaco, Edvard Beneš, aceptó la sentencia acordada en el Acuerdo de Munich y en breve emigró a Gran Bretaña. En su discurso de abdicación aclaró los motivos que le llevaron a esta decisión.

“Creo que a estas alturas es mejor que el nuevo desarrollo y la nueva colaboración europea no sea desequilibrada por nuestra parte con el hecho de que su mayor representante pudiese estropear este nuevo camino con su actitud personal. Fui electo en una época diferente y me veo obligado a tomar en consideración si es adecuado permanecer en mi cargo en estas circunstancias”.

Según el acuerdo, las autoridades checoslovacas debían desalojarse de los territorios en un plazo de diez días. La gran mayoría de los alemanes antifascistas y los judíos abandonaron la región ante la perspectiva de represalias. Muchos checos, sobre todo los funcionarios estatales checoslovacos, que perdieron sus trabajos, emigraron también, azuzados en buena parte por el miedo a perder sus derechos civiles y políticos.

Edvard Beneš | Foto: Česká televize
Abandonar sus hogares fue un momento traumático para todos los afectados, según afirmó para la Radiodifusión Checa un guardia fronterizo checoslovaco el 5 de octubre de 1938.

“Durante 20 años hemos trabajado junto a nuestros padres en la frontera y no ha habido nadie a quien le quitáramos el pan ni su lengua materna. Sin embargo tal y como ha sido decidido, nos hemos visto obligados a abandonar nuestras casas y regiones, donde muchos de nosotros hemos crecido”.

Aun así se calcula que unas 300.000 personas étnicamente checas permanecieron por uno u otro motivo en los Sudetes, convirtiéndose en habitantes del Tercer Reich.

Con el Acuerdo de Múnich no se acabó la paulatina disminución de Checoslovaquia en el mapa de Europa. El 30 de septiembre el Gobierno polaco reivindicó a Checoslovaquia la cesión de algunas zonas disputadas de Moravia y Eslovaquia, que al final le fueron entregadas.

Protectorado de Bohemia y Moravia,  foto: archivo de la Radiodifusión Baviera
Otras pérdidas territoriales surgieron tan solo un mes más tarde, cuando Checoslovaquia tuvo que ceder a Hungría una parte de Eslovaquia del Sur y del Este y casi la mitad de la Rutenia Subcarpática como consecuencia de un arbitraje sobre la frontera checoslovaco-húngara.

En total, los checoslovacos perdieron casi una tercera parte de su territorio, que poseía además una industria altamente desarrollada, así como numerosas fortificaciones en las zonas fronterizas. De esta forma su poderío económico y militar se vio profundamente debilitado.

El 16 de marzo de 1939, Alemania ocupó y anexionó el resto del territorio checoslovaco, proclamándolo Protectorado de Bohemia y Moravia. Con este hecho no solamente violó el Acuerdo de Múnich, en el que se había comprometido a no ocupar más territorios, sino que inició también uno de los momentos más desastrosos para la nación checoslovaca.

La invalidez del Acuerdo de Múnich

Margaret Thatcher,  foto: Wikipedia CC BY-SA 3.0
Gran Bretaña fue en 1942 la primera potencia en señalar el Acuerdo de Múnich como inválido, razonando que Alemania lo había violado ya el 16 de marzo de 1939 tras ocupar el resto de Checoslovaquia. Al cabo de más de cuarenta décadas, la primera ministra británica, Margaret Thatcher, proclamó que su país había decepcionado a Checoslovaquia, destacando que se trataba de un recuerdo vergonzoso.

Francia anuló su firma un mes después de Gran Bretaña, declarando el Acuerdo inválido desde el mismo principio, y así se pronunció también Italia. El problema de la validez del Acuerdo de Múnich y la cuestión de los Sudetes sin embargo sigue pendiente hasta la actualidad.