Debemos transmitir nuestras experiencias con el totalitarismo
Así como Pavel, a finales de los ochenta había multitudes de jóvenes para los que el cambio significó el despertar de una larga pesadilla. Uno de ellos es Ondrej Soukup, de la organización humanitaria checa People in Need. Ondrej explica que antes de 1989 muchos se solidarizaban con la oposición democrática de su país. Por esa razón, dice, "hasta que existan regímenes totalitarios en otras naciones del mundo, trabajaré por dar a conocer sus abusos y violaciones a los derechos humanos".
"En noviembre de 1989 tenía 18 años y cursaba el primer año de la Universidad. Recuerdo que participé en las protestas contra la construcción de un túnel que debía pasar muy cerca de mi casa, lo que implicaba además la desaparición de unas inmensas áreas verdes en la zona. Nunca olvidaré el miedo que sentí. Había sido recién aceptado en la escuela y como este tipo de actividades estaban prohibidas, yo pensaba que me expulsarían. Por fortuna el régimen se desmoronó a tiempo para mi y hoy puedo participar en actividades como esa, incluso protestar ante medidas adoptadas por el gobierno con las que no estoy de acuerdo, etc.
Es decir, ¿por protestar podías ser antes reprimido y hoy es algo normal?
"Si. En un país democrático se entiende este tipo de actividades como algo favorable para la sociedad. Por eso, me he dedicado a trabajar en el sector no gubernamental, trabajo en el departamento de DD.HH de la organización People in Need. En concreto coordino proyectos de apoyo a opositores y periodistas perseguidos en Bielorrusia, Moldavia, Ucrania, es decir, países que tienen el mismo pasado comunista que la República Checa y donde aún no ha sido posible establecer sistemas plenamente democráticos. Considero necesario que nosotros, que hemos vivido en el pasado experiencias similares, les entreguemos nuestras experiencias a aquellos que luchan por los mismos principios que nosotros en 1989".
¿A qué experiencias concretamente te refieres?
"Yo personalmente recuerdo muy bien el miedo, las órdenes absurdas que nos daban, las prohibiciones que nos imponían. Recuerdo muy bien como nos obligaban a estudiar marxismo y leninismo, que no nos servía para nada. Tampoco podía escuchar la música que me gustaba, leer los libros que me interesaban. Siento que al ayudar iniciativas democráticas en países como Bielorrusia, entre otros, estoy pagando una deuda por toda la ayuda que recibimos checos y eslovacos durante los años setenta u ochenta, de organizaciones occidentales que creían en nosotros y en que un día seríamos un país democrático".