Cuando Stalin miraba a Praga desde la colina
La mayor estatua de Stalin hecha nunca se empezó a levantar en el parque de Letná de Praga hace 60 años. El coloso de 30 metros de altura, un conjunto escultórico al que los checos bautizaron jocosamente ‘la cola para comprar carne’, fue hecho para durar toda la eternidad. Sin embargo, solo siete años después de terminada, fue volada por las autoridades comunistas en medio del más absoluto silencio oficial.
Sobre su conciencia deberían recaer millones de muertes de inocentes a quienes Stalin sentenció en forma de purgas con cupos de ajusticiados que había que cumplir a toda costa a lo largo y ancho del enorme país, condenas a muerte en juicios sumarísimos y hambrunas planificadas. La persecución, los gulags, las intrigas y el miedo desquiciaron a una sociedad que se acostumbró al horror.
Tras la Segunda Guerra Mundial además, el poder de Stalin se extendió más allá de las fronteras de la Unión Soviética, al recibir como botín por la victoria el dominio sobre los países que formaron parte del bloque del Este, que quedaron desligados entonces irremediablemente de Occidente. Era la hora de empezar a adorar al ‘Padrecito’ Stalin también en Checoslovaquia, tal y como estaban haciendo desde hacía décadas en la Unión Soviética.
Este era el contexto en el que Praga se dispuso a levantar un monumento al líder del nuevo orden. Un concurso público fue concertado en 1949, explica el historiador Rudolf Cainer.
Rudolf Cainer, historiador checo residente en Viena, ha publicado este año el libro ‘El Stalin de Granito’, fruto de sus investigaciones realizadas sobre el monumento al que dedicamos este programa.
Una circunstancia influyó en el hecho de que en Praga consideraran conveniente hacer el mayor de todos los monumentos en honor a Stalin en el mundo, prosigue Cainer.
“Al principio, en 1948, los comunistas estaban demasiado ocupados en hacerse con el poder, así que pasó un año antes de que se pusieran manos a la obra con el concurso, que hicieron un poco por la presión del Kremlin. Pero ya que la estatua se iba a hacer con retraso, tendrían que hacer algo grande, y si tenía que ser grande, pues que fuera realmente enorme. Al final era un coloso de 30 metros de alto. La base tendría 15 metros, y otros 15 metros las figuras de encima. No es ninguna tontería”.El proyecto ganador se distinguía del resto en una cosa: era el único que no representaba únicamente la figura majestuosa de Stalin. En el diseño de Otakar Švec ocho figuras alegóricas aparecían detrás del caudillo soviético, siguiendo orgullosos y convencidos su senda.
Los checos no tardaron en hacer una lectura distinta y bautizaron a su manera al conjunto escultórico.“¡La cola de la carne! El proyecto de Otakar Švec, era un homenaje a los pueblos soviético y checo, con cuatro figuras checas a un lado y cuatro soviéticas al otro. Y delante de todos, el gran Stalin”.
La cuestión de las figuras y lo que representaba cada una trajo de cabeza a los responsables comunistas, ya que la propaganda y simbología para el régimen eran cuestiones capitales. El escultor Švec tuvo que hacer más de una corrección.
“Eran figuras alegóricas que al menos en dos ocasiones hubo que corregir. A los lados de Stalin finalmente estaban Fučík y Michurin, pero al principio, en el proyecto que ganó, lo que había eran dos soldados, lo que no le gustó a las élites comunistas, porque parecía que llevaban arrestado a Stalin. Así que los pusieron atrás del todo para que custodiaran esa belleza de conjunto”.La desgracia del escultor Otakar Švec
La historia del escultor Otakar Švec es una tragedia desde que su proyecto de monumento a Stalin resultó elegido.Rudolf Cainer dice que empezó a interesarse por la estatua de Letná al enterarse, con gran sorpresa, de que el autor era precisamente Švec, a quien admiraba por los trabajos que hizo antes de que Stalin monopolizara todos sus esfuerzos hasta el fin de sus días.
“Es una historia muy trágica. Otakar Švec era un escultor muy conocido de la Primera República. Una de sus obras más conocidas es el ‘Motociclista’. También tiene un ‘Automovilista’ e hizo un montón de bustos, casi todo con formas elegantes. Pero este proyecto era un monstruo para el que tenía que inventarse otra técnica. A mí me parece que él mismo no pensaba que fuera realizable, ni siquiera después de que resultara elegido, porque el lugar, al borde de la montaña, donde debían ponerse todas las toneladas que pesaría la estatua no era en absoluto conveniente. Habría que hacer una gran excavación para que fuera estable. Él, y todos los arquitectos que participaron en el proyecto, esperaban que no se realizara. Pero no fue así”.
Una de las esperanzas de Švec y del arquitecto Jiří Štursa, también parte del equipo, es que no se consiguiera reunir todo el material de construcción necesario para semejante coloso.Por desgracia, el granito se encontró en Rochlice y en Ruprechtice, cerca de Liberec, y además de gran calidad. Para su transporte a Praga tuvieron que reforzarse las calzadas y los puentes de todo ese recorrido. El Ejército prestó varios camiones especiales, de los que se usan para transportar tanques.
Una obra de tal magnitud tardó mucho más de lo previsto en realizarse. En lugar de los dos años pensados, finalmente fueron cinco. La escultura fue inaugurada el 1 de mayo de 1955, casi seis años después de ganar el concurso. Tanto tiempo que para entonces era incluso inconveniente.
El 5 de marzo de 1953 Stalin había muerto, tres años después, en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, su nuevo líder Nikita Jrushchov, renegó en su histórico ‘Discurso Secreto’ del culto a la personalidad estaliniano.Algo así parecía ya indicar que sucedería, cuando los camaradas checos inauguraron un año atrás, el mayor monumento hecho nunca a Stalin, y Jrushchov no acudió al fastuoso acto y envió sencillamente al embajador. En Moscú soplaban otros aires. De deshielo para casi todos, pero que terminaron de hundir al desafortunado Švec.
El 3 de marzo de 1955, a menos de dos meses de la inauguración de su creación, Otakar Švec se suicidó. Tenía 62 años. Su mujer siguió su mismo camino.
“Švec se suicidó meses antes de la inauguración. No quería tener nada que ver con aquello. Tras la muerte de Stalin sus compañeros empezaron a distanciarse, algo que llevó muy mal. Él era alguien sociable y aquella obra la estaba haciendo muy a disgusto. En la inauguración ni se pronunció su nombre, que tampoco estaba en la estatua por ninguna parte. Cayó en el olvido. Igual que dijo el ministro Kopecký, que por supuesto presionó durante todo el tiempo para que se terminara el proyecto: “Esto me va a traer problemas hasta después de muerto”.El precipitado final del Stalin de Letná
La negación oficial de los excesos estalinistas antecedió al conocido como ‘Deshielo de Jrushchov’. La figura de Stalin, de repente era incómoda, inconveniente. La estatua de Praga, antes de ser inaugurada, ya empezaba a estar fuera de lugar. A principios de los 60, ya era una necesidad eliminarla.Todos los países del bloque oriental se habían apresurado, de nuevo por la presión del Kremlin, a cambiar los nombres de las plazas, calles, montañas, ciudades que se habían dedicado a Stalin, o al líder de turno en cada uno de los regímenes, como por ejemplo Gottwald, en Checoslovaquia.
Pero acabar con el Stalin de Letná no era como cambiar una placa, dice Rudolf Cainer.“Era un monumento construido que tenía que durar para siempre, hecho de materiales que eran efectivamente eternos. No es fácil acabar con una estructura de hierro y cemento como esta. Fue complicado desde el punto de vista técnico”.
Hicieron falta 800 kilos de dinamita y tres detonaciones para ir acabando por partes con el coloso de hierro, cemento y granito. Se corría el riesgo de que la monstruosa cabeza de Stalin o de alguna de las otras figuras que lo acompañaban cayera a la carretera que pasa por debajo o al puente. Así, sus cabezas fueron de antemano destruidas en pequeños trozos, antes de empezar a volar el grueso de la estatua.
Se hizo en noviembre de 1962, a plena luz del día, pero bajo grandes medidas que garantizaran no solo la seguridad de los alrededores, sino también el anonimato. No existen apenas grabaciones ni imagen de cómo se acabó con el monumento.“Cuando algo así se hace, siempre hay cámaras, pero aquí no se podía. Solo nos han llegado hasta hoy los testimonios de la gente que llevo a cabo la voladura. Solo el escultor Klimeš, que a pesar de la estricta prohibición de sacar imágenes, se vistió de obrero, se escondió una cámara y logró hacer alguna foto”.
La voladura de la estatua de Stalin era una realidad bastante evidente. Sin embargo en la prensa de la época no se puede encontrar información al respecto.Décadas después, el recuerdo del monumento sigue presente, aunque no se hable casi de ello. También ha dado historias graciosas, como que la primera radio no oficial checa surgida en la democracia, una emisora pirata que ocupó de forma ilegal el gran espacio construido y vacío que quedó en lugar de la estatua, recibiera el nombre de Radio Stalin, actual Radio 1.
O que Michael Jackson colocara en su lugar una estatua suya cuando una de sus giras pasó por Praga.Ese lugar privilegiado, de bella vista sobre la capital, desde donde un día miraba Stalin a los praguenses, hoy es ocupado por un gran metrónomo. La superficie lisa que hay allí atrae a muchos patinadores, que junto con los paseantes del parque de Letná, conforman un paisaje bastante más amable del que en otro tiempo representaba esa solemne ‘cola para comprar carne’, que encabezaba uno de los mayores símbolos del terror que ha dado la historia.