Una caverna mágica en plena colina de Petřín
Cerca de la torre de Petřín, en la primera estación del funicular, se esconde una extraña galería de arte. En su interior, hay estalactitas, telas de araña y casi cien cuadros de Reon Argondian, un excéntrico pintor checo que vivió en varios países del mundo y se dio el lujo de conocer en persona a Václav Havel, Karel Gott y los miembros del grupo Led Zeppelin. En este diálogo, el artista nos revela algunos momentos que marcaron su vida y explica por qué Praga es la ciudad más encantadora del mundo.
En Petřín, muy cerca de la estación más baja del funicular, hay una casa totalmente aislada cuya puerta parece más bien un portal hacia otra realidad. En ese sitio de tres plantas repleto de pinturas, esculturas de cerámica, estalactitas y telas de araña vive, trabaja y tiene su museo Reon Argondian, un particular artista que, de tanto recorrer países, decidió hacer de su hogar un mundo propio.
“Cuando tenía 20 años emigré a Suiza y necesitaba encontrar trabajo como todo el mundo pero no quería trabajar en una fábrica, no había emigrado para eso sino para poder hacer mis pinturas y me preguntaron si había estudiado en alguna escuela de restauración. Yo contesté que sí, por supuesto, aunque ni siquiera era posible porque una escuela así no se puede terminar a los veinte años”.
Sin prestar demasiada atención a su mentira, aquel restaurador privado que se llamaba Georges Eckert y tenía su estudio a orillas del lago de Lucerna, lo contrató para colaborar con él en la restauración de obras muy valiosas. Ese trabajo lo marcaría de por vida, sobre todo desde que llegó al taller la pintura San Cristóbal de El Bosco. Argondian asegura que restaurar ese cuadro tan valioso le dio confianza para animarse a pintar sus propias obras. Así fue que decidió usar ese extraño nombre con el que empezó a hacerse un lugar en el ámbito artístico y abandonar el de Jan Zahradník que, según revela, solo lo mantiene para cuestiones burocráticas. A raíz de ese cambio, surgió también la idea de crear su propio país utópico.
“Argondia es mi país de los sueños y lo creé a partir de la meditación visual que practico, sin ningún tipo de drogas ni nada, desde mi infancia, porque yo no tenía televisión y, en esa época, lo que no se imaginaba no existía... No había tantos libros ni las ilustraciones que existen hoy, por lo que todo dependía de la imaginación. De hecho, vi por primera vez la televisión a los dieciséis años y era en blanco y negro”.
Esa tierra de ensueños que también es su museo personal, estuvo ubicada durante seis años muy cerca de otro lugar imprescindible de Praga: el mismísimo Puente de Carlos. Aquella primera caverna mágica era una expanadería de doscientos metros cuadrados que él mismo se encargó de remodelar durante varios meses. Sin embargo, a raíz de sus peleas con la propietaria, Argondian decidió irse con sus cuadros a otra parte. Hoy, el museo o cueva mágica de Petřín cuenta con innumerables pinturas, por lo menos, sugerentes.
El cuadro pródigo
Siempre distinto a la mayoría de los creadores, Argondian no tiene ningún problema en elegir su cuadro favorito: una obra de 2x1,5 m que empezó a pintar inspirado por la frase que usaría como título.
“Se llama El juez de las fronteras del destino y me lo han robado. Lo he vuelto a encontrar ahora, después de diez años, y hay todo un proceso porque tiene un nuevo propietario, aunque yo nunca lo he vendido, porque siempre fue mío. Así que tengo un abogado y está la Policía y un tribunal para poder recuperarlo, porque se trata del cuadro más importante de mi vida”.
Parte de esa importancia se explica por el hecho de que Argondian realizó esa pintura en 1990, justo después de que triunfara la Revolución de Terciopelo. En ese entonces, Argondian vivía en la región francesa de Bretaña, donde llegó a estar veinticinco años, y, gracias a una visita a sus padres, terminó siendo testigo de la llegada de Havel a la presidencia.
“Entonces, yo partí de aquí a la Bretaña con una euforia y una fuerza nueva porque una vida nueva comenzaba. Yo había empezado ese cuadro cinco años antes pero no podía avanzar, me faltaba esa vitalidad espiritual que entonces llegó, sentía un entusiasmo total, estaba eufórico, pero no por unos días, sino que eso duró varios años”.
Argondian dice que volvió a tener noticias de esta obra gracias a que alguien la compró de casualidad en una librería, y aunque ahora está en pleno proceso judicial él sospecha que el cuadro lo robó alguien de su entorno. Argondian se considera el único habitante de Petřín y lo es desde hace dieciocho años. En su opinión, lo mejor de vivir ahí es poder realizar sus paseos diarios, a las siete de la tarde, en una de las zonas más verdes y tranquilas de Praga. Argondian dice que, aunque a veces sube caminando, suele usar el funicular para volver a esa casa cuya construcción se remonta al año 1795.
El pintor de la música
Entre las más ilustres visitas de su museo personal se encuentran la del propio Václav Havel, Karel Gott, a quien incluso llegó a darle varias clases de pintura, y los integrantes de Led Zeppelin, la legendaria banda, que lo fascinó desde que sacaron su primer disco, sin sospechar que algún día los vería en persona.
“Era el año 1975, vivíamos con unos amigos en una casa en los Alpes, había un casino con el mejor estudio de grabación, donde grababan Frank Zappa, Deep Purple y muchos más, y ahí llegaron también los Led Zeppelin y pararon en la montaña al lado de mi casa. En el medio había un bar y una vez fui con un amigo y mi novia y él me dijo que ahí andaban los Led Zeppelin. Estaban con los niños, con el manager, el baterista John Bonham... Nos saludamos y fui corriendo a casa a buscar unas fotos de mis cuadros. Volví y se las mostré a Robert Plant y le dije: ‘Tú has torturado mis oídos todo este tiempo, ahora voy a torturar tus ojos’”.
A tal punto Robert Plant soportó la tortura, que le propuso utilizar uno de sus cuadros para la tapa de un disco que nunca llegaron a sacar, aunque más de diez años después se reencontraron todos en Praga, y hasta le compraron dos cuadros de su autoría. Pero además de esa notable experiencia, Argondian asegura que la música ha inspirado, desde siempre, su pintura. De hecho cuenta que mientras trabaja escucha especialmente rock y música clásica.
“Cuando yo era joven y tenía diecisiete o dieciocho años, Bob Dylan recién comenzaba con su canción Blowin’ in the Wind y cada año lo veía sacar nuevos discos. Veía progresar mi vida con los Beatles, con los Zeppelin, cada año un nuevo disco, lo veía como un gran evento, un gran regalo. También Jimi Hendrix”.
La casa sin los espíritus
Más allá del privilegio de vivir y trabajar en uno de los sitios más paradisíacos de Praga, Argondian es consciente de que tanta magia también puede convertirse en un problema debido a la falta absoluta de vecinos y negocios cercanos. Por lo pronto, afirma que cada tanto convoca a exorcistas y sacerdotes de distintas iglesias para proteger su hogar de antiguos espíritus que, según dice, habitaron la caverna mágica y algunas veces deciden volver.
“Magia quiere decir también lo que tiene su encanto, lo que te puede encantar, la caverna que te va a encantar, de ahí viene la caverna mágica, pero eso no quiere decir que todos los días hagamos magia. Lo de magia es porque esto es como un sueño que hechiza”.
Aunque esta especie de mago de la pintura vivió en algunos de los sitios más encantadores del mundo asegura que la magia de Praga no tiene comparación. Y, según su punto de vista, la prueba más contundente es, en efecto, el entorno natural de su caverna mágica: un parque lleno de árboles, rocas, un lago y hasta una cascada en pleno centro de la ciudad. Eso, afirma Argondian, no existe en ningún otro sitio del planeta. Es magia pura.