“En la corte de Rodolfo II y en la casa de los Lobkowicz se hablaba en español”
En los tiempos en los que España estaba a la cabeza del mundo, sus embajadores llevaban a cabo una intensa labor diplomática en las cortes de Praga y Viena, mientras intentaban ganarse el favor de los nobles centroeuropeos. El profesor Pavel Marek, de la Universidad Carolina de Praga, ha investigado a fondo cómo a través de ellos la monarquía española luchaba contra el protestantismo.
Pero la obra no pretende hacer una descripción exhaustiva de acontecimientos políticos o históricos, ni ofrecer una gran serie de datos, sino mostrar el trabajo cotidiano de los embajadores españoles de entonces, y mostrarlos como unos ‘brokers’, tal y como los llama el profesor Pavel Marek. Es decir, unos mediadores de las mercedes del rey católico, como sus principales representantes, para lograr el apoyo de la nobleza centroeuropea.
El trabajo de estos enviados de la corona se basaba por tanto en establecer relaciones clientelares, aprovechando el ansia de los nobles por el vil metal, que a España estaba llegando a espuertas desde América, explica Marek.
“Los embajadores españoles tenían que comprarse el apoyo de los nobles de Centroeuropa. Para este fin utilizaban dinero, regalos, pensiones, pero los clientes más beneméritos podían ser también nombrados también a las órdenes militares españolas o incluso a la Orden del Toisón de Oro”.
La segunda parte de la obra analiza en detalle todas estas mercedes que el rey católico concedía a sus clientes a través de diplomáticos como el marqués de Aitona, que estaba en la corte de Viena, Guillén de San Clemente, famoso por haber estado 27 años en Praga, su sucesor Baltasar de Zúñiga, pero también otros menos conocidos que les antecedieron y que sí se han estudiado en esta obra.
El clientelismo es precisamente una de las grandes sombras de la política actual. A pesar de todos los siglos transcurridos desde entonces, puede que no haya tantas diferencias con los mecanismos de hoy día, bromea el autor.
“El interés lo tenían las dos partes. Los embajadores españoles necesitaban el apoyo de los nobles de Centroeuropa y los nobles de Centroeuropa requerían, o mejor dicho, querían, las mercedes que concedía el rey católico. No entiendo muy bien cómo funciona todo en el presente, pero a veces cuando veo cosas de política me parecen iguales que en la Edad Moderna. Solo que en la Edad Moderna nadie trataba de ocultar esta corrupción porque lo consideraban algo normal. No era considerado algo malo”.
Una cuestión de fe
Dada por tanto la mentalidad de la época, el rey católico no tenía que preocuparse, como los políticos de hoy día, en parecer honesto o transparente, sino sencillamente alguien poderoso del que salían todas las mercedes con las que tenía satisfecha a la nobleza. Sin embargo, el factor de la fe sí que jugaba un papel primordial.“La virtud religiosa era otra parte de la labor de los embajadores, porque los embajadores españoles en la corte imperial servían también como los protectores principales de la Iglesia católica en esta parte de Europa, que trataban de apoyar los nuncios apostólicos y la Iglesia católica en este territorio”.
Estas actividades se demostraban por ejemplo con el mecenazgo y la participación de los embajadores en las procesiones, explica Marek.
La protección de la Iglesia católica, que justo entonces estaba perdiendo influencia sobre Europa por la Reforma de Lutero, estaba muy unida a la actividad diplomática de los embajadores españoles. Los nobles de Centroeuropa tenían que apoyar por tanto la política imperial española, pero ante todo su política contrarreformista.
La confrontación religiosa dentro de la propia Europa cristiana, la vivían como un tormento los embajadores españoles, dice el profesor.
“También por aspectos religiosos los embajadores españoles no se sentían muy bien en Centroeuropa, porque vivían rodeados de herejes. Simplemente negociar con los representantes de Sajonia, que eran luteranos, les costaba mucho, o con otros príncipes del imperio, que eran protestantes. Les pesaba mucho, lo consideraban un peligro para su salvación, así que lo pasaban muy mal aquí en Centroeuropa. Por eso muchos de los embajadores, casi todos los del periodo estudiado, pedían al rey que les librara de su oficio y les permitiera volver a España. Ningún embajador lo pasó muy bien en Praga o en Viena”.
En realidad, todos hemos tenido oportunidad de escuchar a españoles quejándose por todo cada vez que van al extranjero, con ese lema bien conocido de ‘como en España, en ningún sitio’. Aquellos embajadores de la Edad Moderna parece que no eran una excepción en ese aspecto, por lo que cuenta Pavel Marek.
“Siempre se quejaban. Se quejaban del frío y se quejaban de los nobles centroeuropeos, de los que decían que todos eran muy aficionados a la cerveza, que les gustaba beber mucho y que en lugar de parsimonia preferían suntuosos banquetes para negociar mientras se emborrachaban y comían mucho. Todas esas cosas les pesaban mucho, pero sobre todo lo relativo a la iglesia o la religión”.En todo caso eran diplomáticos que, por definición propia, necesitaban de ciertas dotes, flexibilidad y mano izquierda. Pero no se encontraban éstas entre las características principales de los embajadores estudiados por Pavel Marek, cuenta.
“Yo creo que los embajadores españoles no eran muy tolerantes con estas diferencias. No eran muy adaptables o no les habían enseñado a amoldarse a estas particularidades, aunque debían hacerlo para poder negociar con estos nobles, pero era muy difícil para ellos”.
¿Podría ser el gran poder de la España de entonces lo que les hacía menos tolerantes?
“Puede ser, porque tenemos que tener en cuenta que en aquella época España era considerada la mayor potencia del mundo. Pero no solo la mayor potencia política, sino también la mayor potencia cultural. Ellos jugaban aquí el papel de agentes, o mejor dicho, de mediadores, del gusto español”.
Cuando el poder político y económico es importante, la influencia se extiende por todas partes.
“Por ejemplo en la época del emperador Rodolfo II, cuando la corte residía en Praga, en la corte se hablaba sobre todo en español. Cuando el emperador recibía a diplomáticos extranjeros, hablaban con ellos en castellano. Las élites cortesanas manejaban muy bien el español. Incluso la familia noble Lobkowicz, que era una estirpe totalmente bohemia, en su hogar hablaban en castellano, porque era un signo de distinción social, pero también política y religiosa”.
El estudio cree Pavel Marek ha llegado en un momento muy oportuno para las tendencias actuales de la historiografía española.
“Creo que mi libro se corresponde muy bien con los intereses actuales de la historiografía española sobre los temas relacionados con Centroeuropa. Los investigadores de España saben ahora que la política centroeuropea de la monarquía española era muy importante para el rey católico, tanto como la política atlántica. Hasta ahora se pensaba que la monarquía española prefería la política atlántica, pero no es así. La relación entre las dos ramas de la familia de los Habsburgo eran muy estrechas y creo que todos, tanto los Austria españoles, como los austriacos, trabajaban para el mismo fin, para la victoria de la Contrarreforma, así como para el bien de su propia casa”.Una casa que unió entonces más que nunca a Praga y España.