Traidor a la patria durante una semana
Sus compañeros de clase se vieron obligados a tildarle de traidor del socialismo y votar por su expulsión del liceo de Tábor. Ondřej Tichý al final pudo terminar los estudios gracias a la Revolución de Terciopelo que se produjo el 17 de noviembre de 1989, solo una semana después de la votación.
El 9 de noviembre de 1989, Ondřej Tichý, entonces un muchacho de 17 años de edad, viajó con su hermano a Alemania Occidental donde vivía su tía. El viaje, aprobado con antelación por las autoridades comunistas, duró solo unos días. Pero al regresar, su automóvil sufrió una avería y el grupo regresó 16 horas después del límite fijado por los funcionarios.
Al día siguiente, el director del liceo de Tábor no tardó en ordenar la expulsión inmediata de Ondřej de todas las organizaciones estudiantiles. La orden fue aprobada por sus compañeros de clase, que temían que de no hacerlo podrían tener problemas. El futuro de Ondřej parecía fatal: la posibilidad de estudiar en la universidad se esfumó, según recuerda 30 años después.“El director del liceo era un comunista convencido de tomo y lomo y desempeñaba varias funciones en los órganos del Partido. Les explicó a mis compañeros de clase que yo había cometido una traición a la patria y había abandonado la República Checoslovaca Socialista al dejarme seducir por el oropel capitalista, como se decía entonces”.
El discurso del director trajo sus frutos: 29 estudiantes de la clase votaron por la expulsión de Ondřej, solo su mejor amigo se atrevió a abstenerse. Hoy día, Ondřej sostiene que ya no le mantiene rencor a nadie. Según él todos los estudiantes eran personas buenas, pero el régimen simplemente les obligó a doblegarse. Más tarde muchos de ellos le pidieron disculpas diciendo que no se atrevieron a oponerse, ya que nadie sospechaba entonces que al régimen le quedaba apenas una semana de vida.
“Ése fue mi primer choque con el sistema. El director pronunció un veredicto ejemplar para que no se repitieran casos parecidos, así que propuso mi expulsión. En ese momento se fueron abajo todos mis planes: pasar el examen de bachillerato y estudiar en la universidad”.
Ondřej agrega que al igual que el director, en la época comunista actuaban de manera similar muchos funcionarios públicos.
“Él se comportó como muchos otros que disfrutaban de mostrar su poder. Por otro lado, el director ordenó mi expulsión sin decirme cómo seguiría el caso. Evidentemente, esperaba que quizás le llamara alguien aún más poderoso para decirle que me dejara en paz. Entonces me di cuenta de lo ridículo que era todo eso. Que había aquí un sistema dirigido por unos hombres viejos que sólo querían aprovecharse de las ventajas que les ofrecían sus funciones. Por medio de unos clichés creaban un ambiente extraño que le torcía la espalda a la gente”.Ondřej recuerda que la maquinaria comunista era omnipresente y uno no podía escapar de la campaña que le rodeaba.
“Era siempre lo mismo. Empezando por las frecuentes celebraciones de las fiestas estatales o del Partido. Pero cualquier otro día bastaba con pasear por cualquier ciudad del país y podían ver rótulos en checo o ruso diciendo que los proletarios de todo el mundo deben unirse o que queremos quedarnos con el Partido comunista para siempre”.
En lados opuestos de la barricada
La madre de Ondřej Tichý trabajó como profesora. Ondřej la describe como una mujer de pensamiento libre que de joven no vaciló para enfrentarse a los ocupantes soviéticos que en 1968 llegaron al país a aplastar la intentona de reformas socialistas conocida como la Primavera de Praga. En aquellos agitados días con su propio cuerpo trataba de impedir que los tanques entraran en la ciudad de Tábor, situada al sur de Checoslovaquia. En vano, al final tuvo que retirarse bajo la amenaza de las armas, como muchos otros de los manifestantes, y los soldados se apoderaron de la ciudad.
Paradójicamente, mientras que su madre era rebelde en cierto sentido, el padre de Ondřej trabajaba para el servicio de contraespionaje del Estado comunista. Sin embargo, él lo recuerda como un hombre justo que en los días de la Revolución de Terciopelo tuvo que solucionar un gran dilema. Es que a finales de 1989 algunos comunistas pedían que las fuerzas armadas intervinieran contra los opositores al régimen que buscaban la libertad. Entre ellos se encontraba Ondřej, que un día se fue al centro de la ciudad para pegar carteles y folletos anticomunistas. Al regresar a casa encontró a su padre en la cocina con su pistola de servicio desenfundada en la mesa.“Regresé a casa tras la medianoche. Bajo circunstancias normales mis padres me habrían regañado. Pero mi madre estaba durmiendo y encontré solo a mi padre mirando la pistola colocada en la mesa. Por lo visto estuvo sentado allí durante varias horas. Le pregunté para qué tenía la pistola. Me contestó que no me preocupara. Que pasó momentos difíciles y simplemente estaba pensando cómo reaccionaría al recibir la orden de tener que participar en la intervención contra los manifestantes, o sea al estar al lado contrario de la barricada que yo”.
Al final no fue necesario resolver ese dilema. El sistema se derrumbó sin violencia. Ondřej Tichý, que ya ha cumplido 47 años, es hoy también oficial del Ejército checo y tiene cinco hijos. Dice que entiende muy bien a su padre, que hace poco falleció. Por un lado se comprometió con el Estado, por otro no podía levantar el arma contra su propio hijo. Ondřej está muy agradecido por el hecho que ahora nadie tenga que resolver cuestiones morales parecidas.
“Si mis amigos soldados hoy ponen en riesgo su vida en las misiones en el exterior, ese es en mi opinión el tesoro de la nación. Si estamos dispuestos a entregar nuestra vida por este país como hemos jurado. Aquel régimen era perverso”.
Al recordar los hechos de hace treinta años, Ondřej Tichý considera la Revolución de Terciopelo como una bendición. Según dice, en la sociedad democrática jamás ha tenido que encorvar la espalda. Todo lo que vivió tras el año 1989 se rigió por su propia voluntad, a diferencia de sus padres. “Ellos no pudieron seguir recto por el camino, siempre tuvieron que ir un poco desviados, pero me mostraron cómo diferenciar entre lo malo y lo bueno”, dice Ondřej Tichý.