Los praguenses se enamoran cada vez más de los jardines comunitarios
Cultivar zanahorias o tomates en el centro de Praga no es imposible. Siguiendo el ejemplo de otras metrópolis, también en la capital checa aumentan las posibilidades de rentar una parcela pequeña, ensuciarse con tierra y llevarse a casa productos sumamente bio. MetroFarm, uno de los jardines comunitarios, atrae a los amantes de la naturaleza y la jardinería desde hace más de dos años.
El cambio climático, el desarrollo sostenible, el esfuerzo de comer mejor, más sano, de acercarse nuevamente a la naturaleza. Esos son algunos de los motivos que han impulsado a los habitantes de algunas metrópolis a lanzar proyectos de jardines comunitarios. Allí, las personas pueden dedicarse a cultivar su pequeño pedazo de tierra y obtener frutas y verduras para su propio consumo, volviendo así, en medio de la jungla de concreto que suelen ser las capitales europeas, a las tradiciones del campo y de las generaciones precedentes.
MetroFarm es un proyecto lanzado en la isla del Emperador (Císařský ostrov), una de las islas que se imponen al curso del Moldava por el centro de Praga. Con solo cruzar, a pie o en bici, un pequeño puente desde el barrio de Troya, uno se encuentra en un sitio tranquilo, lejos de la muchedumbre. Además de parcelas con tomates, cebollas o calabacines, pasean por el jardín también unas cuantas gallinas y cabras.
Štěpán Říha, iniciador y coordinador principal del proyecto, nos cuenta, cómo lograron ocupar el terreno.
“Lancé el proyecto hace más de dos años y soy el responsable de todas las luchas y las alegrías que supone. Empezamos originalmente en el barrio de Holešovice, que está cerca de aquí, donde hay una antigua zona industrial que estaba desocupada. Pero en noviembre tuvimos que mudarnos, porque el propietario del terreno finalmente decidió aprovecharlo. Ahora ocupamos esta área que pertenece a la ciudad de Praga, la rentamos. El Ayuntamiento tiene previsto realizar un proyecto natural aquí, así que sabemos que es una solución temporal”.
Según cuenta Říha, sumarse al proyecto es muy fácil. En el jardín se encuentran disponibles todas las herramientas necesarias y, quien necesite consejo de alguien más experimentado, siempre lo obtendrá.
Para empezar, solo hace falta venir y escoger una parcela, aunque Říha admite que son cada vez menos las que aún están disponibles.
“Hace falta venir, hacerse miembro, y, si tenemos una parcela libre, uno puede empezar a cultivar. El interés durante el invierno y la primavera fueron enormes, y ya casi no nos queda tierra para ofrecer. Cada macizo tiene alrededor de cinco o seis metros cuadrados y hace falta pagar 50 euros por la membresía. Las herramientas están a disposición de todos y el agua la tomamos del Moldava, que está justo al lado, aunque estamos buscando una manera de traerla más cerca”.
Además de las parcelas individuales, MetroFarm cuenta también con un espacio de entre 700 y 800 metros cuadrados que los miembros del jardín cultivan de manera colectiva y después comparten los frutos de su trabajo. A veces la cosecha es tan abundante, que pueden ofrecer sus productos, que fácilmente recibirían los sellos de “bio” y “comercio justo” a otros interesados, según cuenta Říha.
“Empezamos a vender también frutas y verduras de la parcela colectiva y este año queremos intentar vender también cajas de productos. Es posible recogerlas en horarios específicos, en este momento son los miércoles y domingos entre las 17 y 19 horas, aunque es posible también acordar un tiempo individual. Ofrecemos cajas pequeñas, medianas y grandes, y uno básicamente puede recoger las frutas y verduras por sí mismo, si quiere”.
A pesar de que los jardines comunitarios son, en muchas ocasiones, iniciativa de los jóvenes habitantes de la capital, la propia actividad es una especie continuación de la tradición de las generaciones anteriores, cuando cultivar frutas, verduras o hierbas en el jardín era algo habitual. Y en muchos sitios lo sigue siendo.
Štěpán Říha explica que, mientras tener una casa de campo se vuelve más y más inaccesible, una pequeña parcela es completamente factible.
“Soy parte de una generación que iba con sus padres a la casa de campo el fin de semana. Ocuparse del jardín formaba parte de las actividades habituales. De hecho, mis padres siguen cuidando de su jardín de manera muy activa. Así que hay continuidad. Pero ahora es más difícil adquirir un pequeño jardín en Praga o una casa de campo. Por el contrario, ocuparse de un pequeño pedazo de tierra dentro de un jardín comunitario es más accesible, ya sea desde el punto de vista financiero o geográfico”.
Por supuesto, MetroFarm no es el único jardín comunitario en Praga. Říha recuerda que el primero surgió hace ocho o nueve años. No obstante, el interés por cultivar frutas y verduras propias está aumentando. De acuerdo con Říha, el motivo detrás de la creciente popularidad es la tendencia cada vez más patente de ser consciente de la manera en la que uno afecta el medio ambiente.
“El proyecto se basa en un principio filosófico. Para mí se trata de una manera de reintegrar a las personas en la naturaleza y en el paisaje y al mismo tiempo hacer posible que produzcan alimentos locales, frescos y sanos. Hace falta que reduzcamos nuestras exigencias, nuestras necesidades y nuestro consumo, para atenuar el impacto que tenemos sobre el planeta. Eso es lo importante hoy en día”.
También la pandemia del coronavirus, con el confinamiento que impuso, despertó en las personas un mayor deseo de reconectar con la naturaleza y, posiblemente, incluso entre sí mismas. Y, sin duda, resaltó lo importante que es cuidar de la salud y el bienestar de cada uno.