Jirí Raska, el albatros de la sierra de Beskydy
Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos de Invierno una medalla de oro para un representante checoslovaco. Así anunciaron los reporteros el famoso triunfo de Jirí Raska en saltos de esquí en el trampolín medio en 1968 en Grenoble, Francia.
¿Fue como en un cuento de hadas o no?
"El cuento de hadas sobre Raska", así se titula el libro que dedicó al esquiador el escritor Ota Pavel. Erase una vez, en la sierra de Beskydy, al noreste del país, en la ciudad llamada Frenstát pod Radhostem, una casa pobre y en ella nació el 4 de febrero de 1941 Jirí Raska. Las hadas le pusieron a su cuna la pasión por los esquís.
Primero probó con los esquís de fondo y para descenso, pero pronto decidió seguir el ejemplo de su tío y su primo y empezó a saltar. "Los saltos de esquí son un deporte para hombres que tienen valentía", expresó más tarde Jirí Raska.
En Príbor aprendió el oficio de cerrajero y luego reparaba máquinas herramientas en una fábrica en su ciudad natal de Frenstát. El llamamiento a filas lo llevó al rincón opuesto del país, a la sierra de Sumava, en la frontera checo-alemana. Los esquís permanecieron guardados en un armario.
Pero el destino no se deja engañar. El entrenador Zdenek Remsa no se olvidó del joven talento, lo encontró e invitó a Liberec a incorporarse a su equipo de saltadores, a los afamados "Remsa Boys".
"Cuando Zdenek Remsa empezó a entrenar al equipo nacional en 1960, se reunió una pandilla muy buena de muchachos jóvenes, teníamos entre 16 y 20 años, fueron tiempos realmente bellos. Gracias al duro entrenamiento que nos exigió Remsa logramos subir a la cima. A cualquier competición a la que asistíamos, los rivales se asustaron de que habíamos llegado ocho o diez, y que los desplazaríamos varios puestos", recordó Jirí Raska.
A él lo apodaron "Franta", por su aspecto y comportamiento parecido al campeón checo en saltos de esquí de la generación anterior, Franta Felix.
Para los IX Juegos Olímpicos de Invierno de Innsbruck, Austria, Raska no fue nominado. Terminó el servicio militar y regresó de Liberec a su natal Frenstát. Continuó entrenando duramente, bajo la tutela de Zdenek Remsa. Emprendió largas carreras por los bosques de Beskydy, en el sótano de su casa se construyó un gimnasio para ejercitar los músculos. Diariamente elevó hasta 27 toneladas. Pero ante todo saltaba. Arriba a la rampa y abajo, arriba y abajo ...
En 1966 consiguió dos veces el cuarto puesto en el campeonato mundial en Holmenkollen, Noruega. Y luego se acercaron los X Juegos Olímpicos de Invierno en Grenoble, Francia.
En la lista de competidores figuraban sus mayores rivales, el noruego Bjorn Wirkola y los austríacos Bachler y Preiml. Jirí Raska llevaba el número 51. El trampolín mediano P-70 en Autrans tenía estipulado el punto crítico en los 62 metros.
"Franta, dale un patada", le aconsejó el entrenador Remsa. "Darle una patada" significaba hacer un salto largo y hermoso. Jirí Raska obedeció. Se alzó sobre las cabezas de los espectadores enmudecidos y tomó tierra a la distancia de 79 metros. Los jueces evaluaron el salto con 115, 2 puntos.
En el segundo intento tomó arranque con una centésima de segundo de retraso, marcando 6, 5 metros menos, pero ya nadie pudo quitarle a Jirí Raska la medalla de oro.
En el gran trampolín en Grenoble consiguió medalla de plata. En 1969, en Planica, Eslovenia, se adjudicó el título de campeón mundial marcando un récord mundial en el salto de 164 metros. Durante el arranque alcanzó una velocidad de 113 kilómetros por hora y en el aire permaneció ocho segundos.
".... y voló como el pájaro albatros en sus mejores tiempos, cuando llevaba viento marino favorable", escribió Ota Pavel en el "Cuento de hadas sobre Raska".