Hijas de presos políticos checos de los años 50 cuentan (II): ¿Quién te paga por esa propaganda?

Para medir el sufrimiento humano no basta la vida de una persona ni la de una generación. Al preguntar a un renombrado psicólogo estadounidense si podía entender lo que le habían contado sobre el destino de sus familias, éste les contestó: "Entiendo con el cerebro lo que están contando, pero no lo entiendo con el corazón. El corazón no lo puede comprender". Lo que el corazón del psicólogo americano no fue capaz de comprender fueron las historias de las hijas de los presos políticos del régimen comunista checoslovaco de los años 50 del siglo pasado. Les ofrecemos la segunda historia. Habla Dagmar Stachová, de Ostrava, Moravia del Norte.

El padre de Dagmar Stachová era guardabosques. La familia vivía en el pueblo de Hrozenkov, cerca de Vsetín, en la región somontana de Beskydy, Moravia Oriental.

La policía política detuvo a los padres a principios de las vacaciones de verano del año 1949. La acusación del régimen comunista rezaba: actividades ilegales contra el Estado. La hija Dagmar tenía entonces un año y medio de edad.

"Encarcelaron a mi madre. Mi padre se encontraba en ese momento en el bosque y sus amigos le avisaron. Así que no regresó a casa. Pasó dos años escondiéndose y tratando de encontrar un camino al extranjero para que pudiéramos emigrar los dos. No lo logró, y al cabo de dos años también lo encarcelaron. Cuando se llevaron a mi madre, me dejaron en casa sola. A los policías no les importó que hubiera allí una niña, o que tuvieran que avisar a alguien. Afortunadamente, unos tres o cuatro días después, acudieron allí unos amigos de mis padres, que cada año solían pasar las vacaciones de verano en nuestra casa. Me dieron amparo llevándome a su casa en Prostejov, y empezaron a buscar a mis familiares. Pasó medio año hasta que lograran averiguar que tenía una abuela materna en Ostrava".

Los abuelos no sabían nada del destino de su hija y de su yerno. La nieta se fue a vivir con ellos.

Beskydy
Pasaron varios años. Otra vez eran las vacaciones de verano. Dagmar cumplió los diez años y viajó con su abuela a la sierra de Beskydy. Un día se detuvo junto a ellas un coche oscuro del que se bajaron dos hombres en abrigos de cuero. Después de comprobar su identidad, las hicieron subir al coche. Tan sólo cuando fue adulta, Dagmar Stachová se enteró de que aquel día habían la llevado a ella y a su abuela a la central de la policía política secreta en Ostrava.

"Pasamos allí dos días y una noche sin recibir nada de comida, en habitaciones separadas. Cada rato venía a verme un agente y me preguntaba: ¿Tienes hambre? Sí, tengo mucha hambre. Aquí hay dos bocadillos, te doy de comer si me cuentas de qué hablan tus abuelos por las noches. Yo no tenía ni idea, porque nos acostábamos temprano, se escuchaba Radio Europa Libre, pero mis abuelos nunca hablaban de política en mi presencia. Realmente no sabía qué querían oír. Recuerdo que lloraba mucho, que quería estar con mis abuelos. Después de dos días me sacaron, fue de noche, me metieron en un coche y allí estaba mi abuela, y también mi abuelo, no sabíamos que lo habían detenido también. Fue la primera y la última vez en mi vida que lo vi llorar".

Al regresar a casa, la encontraron toda revuelta, los agentes de la policía política no dejaron piedra sobre piedra: el carbón y la leña dispersados por todo el sótano, los cajones tirados, los colchones abiertos. "Fue como si en la casa hubiera explotado una bomba", narra Dagmar Stachová.

"Buscaron oro, joyas, porque no podían entender que mi abuela pudiese mandar paquetes a mi madre a la cárcel. Eramos pobres, nos robaron todo, y a pesar de ello mandaba esos paquetes. ¿Cómo era posible? Luego llegamos a saber que habían recibido una denuncia de nuestros ´buenos´ vecinos: La mujer era propietaria de una joyería. Pues registren a su casa, seguro que tiene algo escondido".

Al encarcelar a los padres de Dagmar Stachová, los comunistas nacionalizaron todos los bienes de la familia. Expropiaron también la casa de los abuelos sin darlo a conocer. En el año 1956 los abuelos recibieron una carta en la que constaba que debían a la empresa estatal de viviendas el alquiler de cinco años atrás. La abuela tuvo que pagar de su pensión de 170 coronas, que hoy serían unos siete dólares, la "deuda al Estado".

El régimen comunista no se interesó por contribuir a la manutención de los hijos a los que les había separado injustamente de sus padres.

"Al ser mayor el abuelo me entregó un sobre con unos diez resguardos. Una vez cada seis meses, cuando se explotaba mucho uranio en Jáchymov, cuando se trabajaba bien y no se estaba de baja por enfermedad, me mandaban con un cheque postal cinco coronas como pensión de manutención de parte de mi padre. De mi madre, que estaba en la cárcel en Pardubice, era una corona al año".

La madre de Dagmar Stachová salió de la cárcel al cabo de ocho años. Se divorció de su esposo, que tuvo que pasar en prisión cuatro años más. Los lazos familiares se rompieron.

"Cuando mi madre regresó me preguntó pro forma si quería vivir con ella. Pero claro, yo quería vivir con mis abuelos, que me habían criado. Mi madre era para mí una persona ajena. La podía ver una vez cada medio año cuando la visitábamos con mi abuela en Pardubice. Era una visita de media hora, mi madre y mi abuela lloraban todo el tiempo, y yo estaba allí mirándolas. Cuando mi madre quería abrazarme se lo impedían porque el contacto personal estaba prohibido. A mi padre, que estaba en Jáchymov, no pude visitarlo ni una sola vez. Era un absoluto desconocido para mí. Al cumplir los 16 años causé muchos problemas a mis padres, obligándoles a que volvieran a unirse para que formáramos una familia y viviéramos los tres juntos. No podía entender que éramos uno para otro personas ajenas. Y lo fuimos hasta la muerte".

Después de acabar la escuela primaria Dagmar Stachová deseaba continuar sus estudios en un instituto para cursar posteriormente la carrera de periodismo. Otro de los sueños incumplidos de su vida. El director de la escuela se negó a otorgarle la recomendación para los estudios. Era hija de "enemigos del Estado". Se vio obligada a quedarse en casa cuatro meses sin saber qué haría en el futuro, hasta que en octubre apareció un puesto vacante en una escuela industrial especializada en conctrucción civil.

Sabían que las materias técnicas no correspondían a su vocación. Pero ella ingresó. A pesar de ser muy duro, acabó por aprobar los exámenes finales.

Durante toda su vida Dagmar Stachová se vio forzada a oponerse activamente al régimen totalitario. Volvió a experimentar un choque directo con los comunistas veinte años después de ser condenados sus padres.

"Fue en el año 1969, un año después de la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia. Llegó a parar a mis manos un volante que exhortaba a los ciudadanos a boicotear la prensa el 21 de agosto, a ir al trabajo a pie, o algo por el estilo. Antes de que pudiera romper la cerradura de la habitación de copiadoras en mi empresa, lo que ni me atrevería a hacerlo, me denunció la persona encargada de las copiadoras".

Dagmar Stachová fue condenada a cuatro meses de prisión condicionada. Su acusación rezaba como si fuera una acusación a sus padres. El fiscal tronaba: "¡La hija de tales padres no puede ser más que una criminal!"

Dagmar Stachová concluye su relato con una anécdota que le ocurrió poco después de la Revolución de Terciopelo de noviembre de 1989.

"Conté la historia de mis padres a un conocido mío del que pensaba que era una persona bastante inteligente. Al estar aproximadamente en la mitad de la narración, él me miró extrañado diciendo: ¿Por favor, cuánto te pagan por esto? Lo miré sin entender preguntándole: ¿Que me pagan por qué? Por la propaganda que estás haciendo. ¡Nada de lo que estás diciendo es verdad! En ese momento se me hizo un nudo en la garganta y me subieron las lágrimas a los ojos. Me levanté, lo dejé allí solo y me fui. Así, parece que el conocimiento general de los ciudadanos checos al respecto es que exageramos mucho, que quizá nada de eso pasó aquí, pero dejémosles con sus cuentos".