Hermína Týrlová, pionera del cine animado checo

El nudo en el pañuelo

"La película de dibujos animados es el cuento de hadas móvil del siglo 20", afirmaba Hermína Týrlová, pionera del cine animado checo. Sus películas en las que le soplaba vida a las cosas inanimadas que rodean a los niños conquistaron el mundo entero. "Quiero que el bien siempre venza al mal. Los niños necesitan la hermosura, el sentimiento y sobre todo la alegría - y eso es lo que intento transmitirles en mis películas", decía la autora del primer filme de títeres checo.

Al tallar el padre de Hermína Týrlová figuritas de madera de tilo para su hija, seguramente no se imaginaba que así predestinaba su vida.

Hermína Týrlová nació en 1900 en el pueblo de Brezové Hory, cerca de la ciudad minera de Príbram, en Bohemia Central. Cuando adolescente su vocación artística la llevó a Praga. Actuaba, bailaba y cantaba en un teatro del suburbio capitalino. También empezó a dibujar y escribir poemas para revistas infantiles.

A sus 26 años conoció a Karel Dodal, su posterior esposo. Este la inició en los secretos del cine animado publicitario. Antes de la Segunda Guerra Mundial filmaron juntos cinco películas publicitarias animadas. Por su calidad no tendrían que avergonzarse ni hoy en día, recordémos por ejemplo el cortometraje en el que marchaban en filas los jabones de la marca Hellada.

En 1939 Karel Dodal se fue al exilio, Hermína Týrlová se quedó en el país. Y allí intervino otra vez el destino. El entonces director de los estudios fílmicos Bata de la ciudad de Zlín, en Moravia Oriental, Ladislav Kolda, le ofreció la posibilidad de rodar largometrajes de dibujos animados. Týrlová aceptó la oferta, en 1941 se trasladó a Moravia y permaneció allí hasta el final de su vida. No tardó mucho en mostrarse que fue una decisión correcta.

En 1944 fue estrenada la película de títeres "Hormiga Fernando" - "Ferda Mravenec" en checo, basada en el libro infantil del mismo nombre del escritor e ilustrador checo, Ondrej Sekora. La Hormiga Fernando, un "hombre orquesta", con un pañuelo rojo al cuello, hábil, valiente e inquebrantable, personificación del héroe checo. Los preparativos y el rodaje de la película duraron 17 meses.

Hermína Týrlová confeccionaba los títeres sola, inventaba el mecanismo de movimiento, construía decoraciones. Como faltaba material cortó sus sombreros de fieltro, para las manos usó sus guantes de cabritilla. A un segundo de la acción en la pantalla correspondían 24 movimientos de cada títere. Y como los alambres que formaban las articulaciones soportaban sólo 500 movimientos la cineasta tuvo que aprender incluso a soldar.

La película "Hormiga Fernando" fue un éxito y su protagonista se ganó gran popularidad en el mundo. Su figura se encuentra en el Museo de Juguetes en Figueras, en España, en compañía de creaciones de la hermana de Salvador Dalí.

En 1947 Hermína Týrlová rodó junto con el director Karel Zeman la película "La Rebelión de los Juguetes". Junto con los muñecos actuaba en el filme un actor vivo. Desempeñaba el papel de un nazi contra el que se sublevaron los juguetes porque quería destruir una juguetería. La "Rebelión de los Juguetes" obtuvo el premio por la mejor película para niños en el festival internacional de cine en Venecia.

Al protagonista de la siguiente película, "Canción de cuna", lo encontró la directora en un cochecito de niño delante una tienda. Un bebé con ojos grandes azules que observaban curiosamente el mundo. En la película "Canción de cuna" Týrlová animó a una muñeca que entretenía al bebé hasta que se durmiera.

En las manos de Hermína Týrlová empezaban a vivir pedacitos de vidrio, lana, hojas de estaño, los objetos más diversos, canicas, una pelota, un delantal, una carta o un nudo en el pañuelo. "El nudo en el pañuelo", símbolo de la falta de memoria humana, así se llama la película rodada en 1958.

Hermína Týrlová no tenía hijos propios. Pero como solía destacar, suyos eran todos los niños del mundo, blancos, negros, amarillos. Los premios que cosechó en los festivales de cine de Locarno, Montevideo, Mar del Plata, San Sebastián o Teherán lo testimonian.