Daniel Inger, el gran recopilador de canciones folklóricas checas
Sus abuelos paternos, nacidos en Moravia, se mudaron a la Argentina en 1923 y a ellos les debe haber tenido una infancia checa en plena Ciudad de Buenos Aires. Con los años, se puso a estudiar checo y hasta formó una banda para tocar canciones folklóricas centroeuropeas y, en especial, del país de sus ancestros. En esta entrevista, Daniel Inger nos presenta su flamante disco y el documental Canciones eternas, dos obras que lo confirman como el heredero en Argentina de la música tradicional checa.
Aunque el músico Daniel Inger nació y vivió siempre en Argentina, asegura que tuvo una infancia completamente checa. La explicación no es para nada compleja: simplemente pasaba, en esa etapa fundamental de la vida, mucho tiempo con sus abuelos en los clubes de la comunidad checoslovaca a los que aún sigue volviendo.
“Íbamos mucho a los clubes checos. En Olivos, en la zona norte de Buenos Aires, había uno y otros en muchas zonas de Buenos Aires, entonces se hacían torneos de bowling y conocía todos los clubes a los que ahora estoy yendo de grande. Yo iba cuando tenía cinco años y ahí escuchaba las mismas canciones, comíamos las mismas comidas, escuchaba hablar y mis abuelos me enseñaban algunas palabras y algunas frases que, ahora, al haber aprendido un poco el checo, entiendo cómo estaban construidas”
“En los clubes checos escuchaba las mismas canciones, comíamos las mismas comidas y mis abuelos me enseñaban algunas palabras y frases que, ahora, al haber aprendido un poco el checo, entiendo cómo estaban construidas”.
De hecho, cuenta Daniel Inger que cuando se pone a hablar con otros descendientes de su edad, todos coinciden, precisamente, en eso: una de las grandes satisfacciones que tienen al aprender checo de adultos es enterarse de lo que decían sus abuelos cuando el checo, como suele suceder en muchas otras comunidades, era una especie de lenguaje en código para que no se enteraran los niños. Él llama el viaje interno a ese regreso a la infancia a través del idioma que hoy lo conecta a toda una rama de su familia.
“Todo es de parte de mi papá: tanto su padre como su madre vinieron de Moravia, de pueblos que están muy cerca y yo ahora tengo más relación con la familia de mi abuela paterna que era de un pueblito que se llama Čejkovice, que está cerquita de Brno, uno de los tantos pueblitos que son vitivinícolas y es muy hermoso. Yo fui un par de veces a visitarlo y tengo una tía en Praga que cuando voy me lleva a pasear, me hospeda y hago una vida de checo durante unos días, así que eso me encanta y todo eso es de la familia de mi papá. Y de parte de mi abuelo eran de Hódonin”.
La situación de Daniel Inger es bastante representativa de lo que es la inmigración checa en Argentina: una comunidad muy importante que proviene, sobre todo, de la región de Moravia. Además, durante sus viajes a Chequia le fue ocurriendo algo que también viven muchos otros descendientes de checos: enterarse de verdades muy fuertes sobre su familia que ignoraban a causa de un gran silencio que, por distintas razones, decidieron adoptar muchos inmigrantes al llegar a su nuevo destino.
“En el caso nuestro fue porque, de parte de mi abuela, eran judíos. Y cuando vino mi abuela y su hermano quedaron otros hermanos a quienes mataron en campos de concentración y, claro, la culpa y la tristeza de estar en Argentina y saber que estaba pasando eso en Europa, hacía que no se hablara. Todo eso lo fui sabiendo cuando fui a Praga y me lo contó mi tía. Así que fue como una historia nueva y un poco angustiante porque, en Argentina, ya no tenía con quién compartir todo eso”.
Agrega que todos sus familiares pasaron, de hecho, por el campo de Terezín y para él fue muy emocionante reconocer sus nombres en las paredes de la sinagoga de Pinkas. En todo caso, esa angustia funcionó también como un motor para que Daniel Inger empezara a involucrarse cada vez más con la comunidad checa en Argentina. Sobre todo, a partir de lo que es su gran pasión: la música.
“Yo toco el piano desde chico, pero el acordeón lo empecé a tocar un poco más de grande, y con el acordeón empecé a tocar música de Europa y me empecé a dar cuenta de que esa era la música que me gratificaba: yo estuve tocando muchos años folklore argentino porque suele ocurrir eso en la vida de las personas; que te queres diferenciar un poco de la música de tus abuelos, que era la música checoslovaca y, entonces, empecé a tocar mucho folclore argentino y toqué con artistas de mucho nivel y trayectoria”.
Entre esos artistas, Daniel Inger recuerda, especialmente, a Los Carabajal. Sin embargo, como el folclore argentino no suele estar tan asociado con Buenos Aires, él sintió que haber nacido en la capital le imponía una especie de límite. Entonces decidió explorar sus propias raíces hasta que, en el año 2007, formó la Banda del Viejo Mundo, hoy llamada Vesmír (Universo), con la cual se dedica a tocar música centroeuropea y, fundamentalmente, checa. Y si bien reconoce que, al principio, se esforzaba demasiado para que esas canciones sonaran lo más parecido posible al original, luego se dio cuenta de que era interesante incorporar algunos elementos de su propia cultura, e incluso algunas palabras en español. En su repertorio, de hecho, hay algunos tangos checos a los que no puede evitar agregarles ciertos toques de tango argentino.
“Y entre las canciones que más gustan hay un tango que se llama Cikánka (gitana) que es un tango muy conocido que inclusive tiene una traducción al alemán. Después hay otro que se llama Bílé konvalinky, otro que se llama Prečo tak pozde krásna pani y, si bien no son tangos porteños, se nota cómo hubo una influencia del inmigrante en el tango argentino también. Así que a los argentinos también les llama la atención: ‘¿Cómo que existe el tango checo? Nunca había oído hablar’. Y eso me pasó con gente que conoce mucho de tango argentino y se sorprende de que haya tangos checos”
En cuanto al acordeón, instrumento que también tocaba su padre, dice Daniel Inger que su sonido tan característico tiene la virtud de transportar a los inmigrantes a su lugar de origen, y el don de ir directo al corazón de los oyentes. Hasta el momento, grabó dos álbumes con su banda y, durante la época del covid, subió a Spotify un tercer disco de canciones checoslovacas que se llama 1923 en homenaje al año en que llegaron sus abuelos a la Argentina. Además acaba de estrenar, en varias comunidades checas de Argentina, Canciones eternas, un documental que realizó, durante cinco años, junto al descendiente de eslovacos Juan Diamant para dejar registro de cómo los inmigrantes interpretaban esas canciones que parecen trascender todas las épocas.
“Y por un lado estuvo bueno, porque fuimos mejorándolo y después el valor que tiene es que muchas de las personas que están ahí ya no están, entonces quedó el valor de haberlos registrado a tiempo porque, si bien no están porque era gente mayor, quedó su testimonio, su forma de cantar las canciones que era lo que más me interesaba”.
“Es como un milagro que cayó del cielo: yo toco todo un repertorio que no toca nadie en Argentina, entonces me siento como si las hubiera hecho yo y qué me voy a poner a componer si tengo todo esto”.
La siguiente proyección del documental será el primer fin de semana de noviembre, en el marco de las Jornadas checo-eslovacas que este año se harán en Rio Grande do Sul, Brasil. Durante las entrevistas y encuentros que tuvieron con cada uno de los inmigrantes checoslovacos, Daniel Inger fue descubriendo también algunos aspectos que lo hacían reflexionar sobre la música y su propia vida. Por ejemplo, a raíz de una charla con un historiador de Praga, él se puso a pensar que, en algún punto, no existen fórmulas porque algunas canciones nacen con una magia que no se puede descifrar. Y servir de puente a ese encanto fue, de hecho, lo que lo disuadió de componer.
“La verdad es que me hubiera gustado componer pero esto que me pasó a mí es como un milagro que cayó del cielo porque yo toco todo ese repertorio que no lo toca nadie en Argentina o muy poquita gente. Entonces me siento como si las hubiera hecho yo, y qué me voy a poner a componer si tengo todo esto porque, a lo largo de todo este tiempo, mucha gente, con la que estoy muy agradecido, me ha dado partituras y discos y más partituras porque veían que yo podía ser un canal para continuar con esta música y tengo mochilas de partituras y libritos y letras y todo eso para mí es como una recopilación. Al final terminé siendo un recopilador que, de pronto, hace sus versiones y eso me apasiona, me encanta. La verdad que ya con eso soy muy feliz, haciendo estas canciones”.
Aunque, por supuesto, le tiene un gran cariño a todas esas canciones, dice que siente debilidad, sobre todo, por Česká písnička, un tema que se convirtió en un himno para los inmigrantes. Su compositor, Karel Hašler, murió en un campo de concentración, al igual que los familiares de Daniel Inger. Casi todos los días, sin embargo, lo descubre al menos un turista porque una escultura lo recuerda, junto a su guitarra, nada menos que en las escaleras que conducen al Castillo de Praga.