Clases de danza y etiqueta: una tradición checa única en el mundo

Foto: Anna Královcová

Desde el siglo XIX se mantiene en la República Checa la tradición de tomar, a la edad de los 15 o 16 años, clases de danza y etiqueta. Curiosamente esta costumbre sobrevivió al comunismo y su éxito entre los jóvenes va creciendo en los últimos años cada vez más. Nuestro programa de hoy estará dedicado a este fenómeno checo, único en el mundo.

Foto: Anna Královcová
Abundan en las calles de Praga o de cualquier otra ciudad checa. Chicos de unos 15 años en traje, con corbata de lazo y guantes blancos, chicas bien peinadas y maquilladas con zapatos de tacón. Su paso es firme y su destino claro: se dirigen a una clase de danza y etiqueta. Son los únicos en el mundo en mantener viva esta bella tradición, pero son muchos.

Jakub Vavruška, fundador y maestro de la escuela de danza más grande de Praga, explica de donde viene la idea de enseñar a los adolescentes a bailar y a comportarse en sociedad.

“Las clases de danza masivas tienen su origen en la época del renacimiento nacional checo del siglo XIX. En ese entonces se celebraban muchos bailes que tenían por motivo afirmar la identidad nacional. En ellos participaban incluso los grandes intelectuales y escritores. Había que organizar clases para que todos aprendieran a bailar“.

En su afán por crear una cultura típicamente nacional, los compositores inventaban nuevos ritmos y melodías y dieron al mundo dos bailes propiamente checos: la menos conocida beseda checa y la famosísima polka, baile de origen campesino que conquistó dentro de poco toda Europa y llegó hasta los países de Latinoamérica.

Foto: Tereza Tomášová
Durante el periodo de la Primera República, las clases de danza se hicieron muy populares en los sectores elevados de la sociedad checa. En ese entonces, empezaron a enseñarse también los buenos modales según las recomendaciones de Stanislav Jiří Guth-Jarkovský, autor del libro titulado ‘Reglas de Conducta para la Juventud‘.

En 1948 los comunistas tomaron el poder y era de esperar que rechazaran la enseñanza de la danza y de los buenos modales como una costumbre burguesa que ya no tenía lugar en la nueva sociedad igualitaria.

No obstante, las clases continuaron dándose por todo el país. A partir de los años 60, la enseñanza de danza se transmitía también en la televisión. El número de los jóvenes interesados en aprender a bailar creció considerablemente. Jakub Vavruška explica por qué.

“Durante el comunismo la participación en estos cursos era prácticamente obligatoria. No existían escuelas privadas y la enseñanza de danza y etiqueta formaba parte del plan de educación. Se había determinado la edad de 15 años como ideal para tomar las clases y eso se respeta hasta el presente“.

Jakub Vavruška
Los cursos se hicieron accesibles a todo el mundo ya que no representaban una carga financiera para las familias. La tarifa era mínima y la vestimenta necesaria no costaba mucho. Sin embargo, la enseñanza en ese entonces tuvo ciertas características relacionadas directamente al ambiente pesado que se estableció en el país durante el comunismo.

“A los maestros no les importaba si los jóvenes se divertían, les faltaba la motivación. La enseñanza era aburrida y rígida. Eran muy pedantes y se acentuaba mucho la superioridad del maestro y la inferioridad de los estudiantes”.

En 1989 llegó la Revolución de Terciopelo y poco después se levantaron muchas voces que predecían un fin rápido e inevitable de las clases de danza y etiqueta. A pesar de las previsiones pesimistas, ocurrió precisamente lo contrario.

En los años 90 surgieron muchísimas escuelas privadas de danza que empezaron a ofrecer clases para la juventud en salones recién reconstruidos en todo el país. Desde ese momento, el número de jóvenes interesados en aprender va creciendo cada año.

Desafortunadamente no todos los maestros lograron cambiar su actitud hacia los adolescentes y algunos siguen utilizando las prácticas aburridas que tienen su origen en la época del comunismo. Para Jakub Vavruška, el cambio de actitud era una cosa fundamental. Tal vez por eso la escuela que lleva su apellido es una de las más populares en la capital.

Foto: Tereza Tomášová
“Trato de crear una relación cercana con los alumnos. No quiero que los chicos tomen las clases porque alguien les ha obligado sino que quiero que se den cuenta que aprender a bailar es algo divertido”.

Si hay algo que no ha cambiado con los años, es la vestimenta de los participantes. Los chicos visten un traje con corbata de lazo, las chicas unos vestidos de baile cuya longitud es estrictamente determinada. En lugar de sentirse ridículos, los jóvenes que llegan a la clase se muestran llenos de confianza y toman su nuevo papel de manera muy responsable. A Jakub Vavruška no le sorprende en lo más mínimo la actitud madura de sus alumnos.

“Las chicas siempre han visto a sus compañeros de clase sólo en vaqueros y camiseta. Cuando se ponen el traje y la corbata, en los ojos de las chicas tienen el encanto de James Bond. Las chicas, que en la escuela no llaman la atención, lucen, gracias a sus vestidos y al maquillaje, muy guapas. De repente se perciben de manera muy diferente unos a otros”.

Poco a poco, la pista de baile se llena de jóvenes. Están esperando a que empiece la clase. El maestro pide silencio e incita a los muchachos a que inviten a las señoritas a bailar. Una vez formadas, las parejas dan un paseo por el salón lo que les permite tener una pequeña conversación. Súbitamente suena la música y la clase empieza.

Foto: Anna Královcová
Además de los bailes estándar como el vals, quickstep, slowfox o polka se enseñan también los bailes latinoamericanos como la rumba, jive, tango, cha-cha-cha y muchos más. Sin embargo, se trata de formas codificadas que se parecen muy poco a los bailes originales y, según Jakub Vavruška, para un cubano sería difícil de reconocer el cha-cha-cha que se enseña en los salones checos.

Después de la pausa sigue una lección de etiqueta. Los participantes aprenden distintas maneras de saludar, cómo vestirse para diferentes eventos o cómo comportarse en compañía de una señorita, entre muchas otras cosas. Se organizan también clases de etiqueta de mesa donde los jóvenes aprenden a usar los cubiertos y la vajilla.

Los alumnos siguen la enseñanza con interés y gracias a la actitud relajada del maestro se escuchan carcajadas a cada rato. No cabe duda alguna que todos disfrutan muchísimo de las clases. Tereza, estudiante de un liceo capitalino, lo confirma.

“A mí nadie me ha forzado, yo sola decidí inscribirme aunque no me gustan las faldas y antes de llegar a la primera clase no había utilizado tacones en toda mi vida. Pero pensé que podría ser divertido y sí lo es”.

Los participantes,  Klára,  Kuba y Tereza
Su amiga Klára ha tomado desde niña clases de ballet y ve las cosas de manera un poco más pragmática.

“Yo creo que es una buena experiencia y saber bailar me puede servir más tarde. También me parece estupendo que se reúna tanta gente en un sitio y que los chicos aprendan a invitar a bailar a las chicas que no conocen. Se crean nuevas amistades y muchos se casan con su pareja de las clases de danza”.

Klára añade que todavía no ha encontrado a ningún futuro esposo y guiña el ojo a Kuba quien la acompaña en cada clase. También él ha decidido inscribirse de manera voluntaria y a la pregunta, si no se siente raro en traje y con guantes blancos, contesta que ya tomó clases de baile y de etiqueta en la escuela secundaria.

Jakub Vavruška se ve feliz entre sus alumnos y parece muy orgulloso de mantener y transmitir las costumbres de sus antepasados.

“Hay que decir que la República Checa es el único país en el mundo donde la tradición de las clases de danza y etiqueta es tan rica, tan larga y donde sigue funcionando. Cursos un poco parecidos existen solamente en Baviera, Alemania y en algunas partes de Austria pero no son tan masivos como los que se organizan en nuestro país”.

Mientras muchos de sus compañeros dicen que las clases de danza son un anacronismo que no puede continuar en esta forma en el siglo XXI, Jakub Vavruška se muestra optimista.

“Yo creo que somos nosotros los profesores de baile los que decidimos sobre el futuro de las clases. Si las enseñamos bien y de manera divertida, la tradición puede seguir viva otras decenas y cientos de años. Pero también puede desaparecer dentro de poco si los maestros no sabemos atraer a los jóvenes que pueden escoger entre tantas actividades”.

Muchos fueron los que pronosticaron el fin de las clases de danza y etiqueta, pero estas siguen vivas desde hace casi 200 años. Cada checo, un músico, dice un proverbio. “Cada checo, un bailarín” proclama riéndose Jakub Vavruška y cierra la puerta del salón. ¡A descansar, mañana habrá otra clase más!