Cada checo, un músico

Las tierras checas eran "el conservatorio de Europa". ¿Se preguntan cuándo? En el siglo 18. Los compositores y excelentes intérpretes checos cosechaban éxitos en el extranjero influyendo de una manera inolvidable en el desarrollo de la música europea. En esa época nació también el dicho: "Cada checo, un músico".

"A menudo escuchaba que los habitantes de Bohemia son el pueblo más musical de toda Alemania, e incluso en toda Europa. Y un excelente compositor alemán que vive ahora en Londres me dijo que los checos superarían a los italianos si disfrutaran de las mismas ventajas que ellos. Viajé por todo el Reino de Bohemia, desde el sur hasta el norte, en todas partes preguntaba y averigüé que niños de ambos sexos aprendían música no sólo en ciudades grandes sino también en cada escuela del campo".

El inglés Charles Burney escribió esas palabras en 1773. Un típico músico checo de esa época era ante todo un buen intérprete que dominaba por excelencia el arte de tocar. Siempre sabía tocar varios instrumentos, lo que aumentaba sus oportunidades de encontrar trabajo.

Los músicos mayores, "a la edad de jubilación" diríamos hoy en día, que ya no podían tocar instrumentos de viento porque les faltaban los dientes no estaban destinados a ser tirados por la ventana. Les quedaba aún tocar el violín o el contrabajo.

La capacidad de improvisar al tocar era algo natural. Además, cada intérprete era al mismo tiempo un cantante bastante bueno. Lo único en lo que los músicos checos quedaban atrás eran conocimientos teóricos. Sin embargo, el primer diccionario especial de música en Europa fue publicado en 1701 en Praga. Su autor fue el organista de la catedral de Nuestra Señora de Týn en Praga, Tomás Janovka.

La música acompañaba a los habitantes de las tierras checas a cada paso. Por lo menos más de cincuenta veces al año pudieron asistir a un concierto gratuito que se ofrecía en las iglesias durante la misa. Porque las misas en aquel entonces eran un verdadero concierto, en el que los creyentes podían participar activamente cantando.

Se cantaba en los prados durante la cosecha, en la Navidad y durante la Semana Santa, en las elecciones de los concejales, en los festines celebrados en los ayuntamientos, al ser presentado el informe anual sobre la gestión económica de los ayuntamientos. Trompetas y tamborines acompañaban el reclutamiento de soldados y paradas militares, la colocación de la piedra fundamental en las construcciones, la puesta de campanas y tejados de iglesias, la música tampoco faltaba en las ejecuciones.

Nunca antes y nunca después se ha dedicado tanta atención a la educación musical como en la época comprendida entre los siglos 16 y 18. Al maestro se le denominaba entonces "kantor", del latín "cantare" - "cantar".

Además de cantar, el "kantor" debía saber tocar por lo menos dos instrumentos - el violín y el órgano. Pero un maestro típico checo dominaba también instrumentos de viento, componía, dirigía la orquesta, ensayaba con los alumnos en el coro y enseñaba música. La música representaba para él una significativa fuente de recursos financieros porque el salario de maestro no era suficiente para mantener la familia.

La vida de los "kantores" era dura, pero no les impidió escribir las más bellas composiciones. La mayoría de ellas se ha perdido para siempre, otras enriquecen hasta la actualidad el tesoro de la música checa, como la famosa Misa de Navidad de Jakub Jan Ryba.

De la enseñanza de música se ocupaban intensamente los jesuitas y los escolapios, orden religiosa especializada en la educación secundaria. La música tenía un puesto firme también en la universidad. Desde 1528, aprobar un examen en teoría musical representaba condición imprescindible para obtener el grado de maestro.

En las escuelas primarias la situación no era menos favorable para el desarrollo de la vocación musical de los alumnos. Los planes escolares prescribían enseñanza cotidiana de canto en los cinco cursos de las escuelas particulares. En el cuarto curso se empezaba a enseñar a tocar un instrumento, a menudo el violín. En el quinto curso se agregaba la teoría musical.

Para hacerse una idea de qué ambiente reinaba en aquella época en las escuelas checas digamos que el conde Arnost de Wallenstein, amante de la música, emitió en 1689 para los habitantes de la región de Mladá Boleslav una orden en la que constaba que no se permitiría aprender un oficio a ningún hijo burgués que no supiera por lo menos algo de música y no fuera capaz de cantar en el coro en la iglesia.

Por otro lado, parecía como si el mundo de la música estuviera consagrado sólo a los hombres. Las mujeres de las capas de la sociedad más altas, de la nobleza y de la burguesía, recibían educación musical, aprendían a tocar ante todo laúd, arpa y clavicémbalo, pero tenían prohibido el acceso al coro de la iglesia. Las voces más altas - como el soprano - eran interpretadas por niños. Los más dotados de ellos, como por ejemplo el posterior compositor y virtuoso del violín, Frantisek Benda, empezaron su carrera musical a los ocho o nueve años de edad.

En los conventos femeninos se enfrentaba un problema contrario. Allá escogían a las monjas con voz baja para adiestrarlas a interpretar el papel de barítono. Algunas hermanas tuvieron que aprender a tocar instrumentos de viento incluyendo el trombón.

Los checos como si nacieran con la música en las venas, y divulgaban su fama tras las fronteras de su patria. Según un diccionario de música publicado en 1815, entre los años 1740 y 1810 las tierras checas disponían de 951 músicos profesionales, 409 de ellos se desempeñaban en el extranjero. La mayoría en los países de la corona habsburga, dejaron sus huellas en Viena, Rusia, Hungría, Polonia, Francia e Italia, pero también en China, Mezopotamia, la India o México.

Y para concluir esta excursión al conservatorio europeo agregamos un dato estadístico más. En 1770 vivieron en las 952 casas registradas de la Ciudad Vieja de Praga más de 200 personas que indicaban como su profesión la música. No en vano se decía: "Cada checo, un músico".