El transporte público más refrescante de Praga
Cada verano la capital checa ofrece un medio de transporte que no todos conocen: pequeños ferris que permiten cruzar el río Moldava y no requieren de un boleto especial. Martin Trabalík, aventurero de toda la vida que trabaja como uno de sus conductores, nos cuenta detalles de este curioso servicio y también de su pasión por Latinoamérica.
No hay dudas de que Praga es famosa, entre muchas otras razones, por su excelente servicio de transporte público. Pero no todos saben que, además del metro y el tranvía, existe otra opción ideal en los días de calor. Se trata de los “přívozy”, pequeños ferris a motor que, distribuidos en varios puntos de la ciudad, se utilizan para cruzar el río y pueden usarse con el pase anual del transporte o el mismo ticket del metro, el tranvía o el bus. Martin Trabalík, uno de los conductores, trabaja en la estación que cruza el río Moldava desde Holešovice a Karlín. Los ferris que maneja llevan el ingenioso nombre de “Holka”, palabra que aglutina la denominación de ambos barrios pero que, en checo, significa también “chica”.
“No mucha gente conoce que existen estos botes, por supuesto la gente local sí, y quizás últimamente se están volviendo un poco más conocidos. Pero los turistas en general no saben que pueden usarlos. Sobre todo la gente que vive cerca del río los utiliza con frecuencia y les gusta”.
El servicio funciona desde abril hasta finales de octubre, de siete de la mañana hasta las diez de la noche, con una frecuencia promedio de un cuarto de hora y varios descansos de diez minutos.
Martin Trabalík lleva cuatro años haciendo este trabajo que solo se suspende si hay tormentas muy fuertes ya que incluso está disponible los días de intensa lluvia. Explica que es necesario tener mucha paciencia porque la ruta es siempre la misma aunque a cambio otorga mucha paz, permite conocer gente y tiene además la gran ventaja del contacto con el agua, algo especialmente atractivo durante estos días de verano con altas temperaturas.
Agrega que él suele conversar mucho con los pescadores que usan con frecuencia este servicio y revela que una vez ayudó a dos personas que se estaban ahogando.
“Dos chicos que estaban nadando en medio del río casi se ahogan y yo me acerqué con el bote para sacarlos del agua”.
“Algún tiempo atrás dos chicos que estaban nadando en medio del río casi se ahogan y yo me acerqué con el bote para sacarlos del agua. La corriente del río suele ser más fuerte de lo que parece y a veces se vuelve muy difícil llegar al otro lado, así que es bueno tener claro eso”.
Lo que también tuvo en claro Trabalík desde muy joven era que había nacido para vivir aventuras, algo que suele tener que ver con la navegación. Pero antes de manejar embarcaciones, con poco más de veinte años, tuvo su primera experiencia laboral como trabajador portuario durante una larga estadía en Japón, a donde fue con el objetivo de estudiar artes marciales.
Gracias a esa experiencia, Trabalík pudo aprender el idioma japonés aunque reconoce que los años sin usarlo le hicieron olvidar bastante.
“Cuando vivía en Japón tuve mi primera experiencia trabajando en los muelles, era un trabajo muy duro junto a los pescadores descargando los pescados de los barcos. Después regresé y me di cuenta de que necesitaba más aventuras, entonces me alisté en un barco de carga que iba de Bélgica a Brasil”.
Él tenía, por ese entonces, un rango jerárquico bajo dentro de la tripulación y hoy le gustaría obtener una licencia para poder conducir uno de esos barcos grandes que, en comparación con los ferris que hoy maneja, son bastante difíciles. Además de la complejidad que implica su tamaño requieren amplios conocimientos geográficos y de las mareas. Cuando regresó de ese viaje se puso a buscar un trabajo que lo mantuviera cerca del río y la posibilidad de conducir los botes le pareció excelente, aun cuando no pudiera hacerlo durante todo el año.
“Esto es un trabajo de verano y en invierno suelo irme afuera para hacer, por ejemplo, algunos documentales”.
“Esto es un trabajo de verano y entonces durante el invierno suelo irme afuera y estuve haciendo, por ejemplo, algunos documentales: el último proyecto fue sobre el incendio en Amazonas aunque en realidad no estuve técnicamente en Amazonas sino en el bosque seco de Chiquitano”.
Ubicado en Santa Cruz, Bolivia, en un lugar de transición entre el clima húmedo de la Amazonia y el semi seco del Gran Chaco, se trata de una de las últimas regiones forestales de toda América del Sur y del bosque seco tropical más grande del mundo.
Trabalík tiene entendido que el incendio que él trató de documentar junto a los bomberos fue tal vez el peor de toda la historia. Actualmente está terminando de editar la película y busca algún interesado en distribuirla. Aunque es una producción de bajo presupuesto tiene un gran valor documental. Porque él asegura que trascendieron mucho más los incendios en Brasil, a pesar de que la cantidad de bosque dañado en Bolivia fue muy similar. Es decir que muy poca gente se enteró de lo ocurrido en Bolivia, a pesar de que las pérdidas quizás se sintieron más en ese país que, por supuesto, no es tan grande como Brasil. Trabalík dice que se enamoró de Bolivia porque aún mantiene su espíritu original.
“Sí, realmente disfruté ese espíritu de Bolivia y estoy muy contento de haber estado ahí: la idea original era ir a Brasil pero al final terminé en Bolivia, es un país muy lindo y muy diverso: tiene montañas, selva, es un país de indígenas, tal vez el país con mayor cantidad de indígenas, lo cual no es muy común hoy en día”.
Pero además de Bolivia y Brasil, Trabalík conoce también Colombia, Costa Rica, México y Panamá, que lo impresionó por el contraste de sus rascacielos e islas. Incluso anduvo en la zona del Tapón del Darién, una selva entre Panamá y Colombia que puede resultar peligrosa hasta para los locales. Y su documental sobre el incendio de Bolivia, que dura más de una hora, tampoco es su primera experiencia audiovisual: antes había realizado varios reportajes de media hora en proyectos previos que lo llevaron a visitar países como Ucrania, Afganistán y Bangladesh.
“Y luego con mi anterior pareja realizamos una serie que tenía que ver con el movimiento independentista en Cataluña. Lo que hicimos fue viajar por Europa buscando movimientos independentistas similares”.
La idea fue de su ex novia, una chica de Galicia que estudió ciencias políticas. Pero a él le interesó la propuesta porque le permitió vivir muchas aventuras al visitar, por ejemplo, el pueblo sami en Laponia y otros lugares muy atractivos como Córcega, Serbia y la Isla Fair en Escocia. Sin embargo reconoce que cada uno de los episodios, que fueron publicando en una plataforma de televisión en español, les significó demasiado trabajo y muy poco rédito económico.
Inquieto por naturaleza, Martin Trabalík está esperando que mejore la situación mundial en cuanto al Covid para visitar el Tibet y quizás filmar más documentales en África, un continente en el que, en su opinión, pueden encontrarse y contarse muchos temas interesantes. Mientras tanto, entrena su paciencia y disfruta del Moldava a bordo del transporte público más refrescante de Praga.