El mayor impostor de la historia checa quiso vender el castillo de Karlstejn
En esta edición les contaremos las aventuras del mayor estafador de la historia checa, Harry Jelínek, que en el siglo pasado intentó vender a un millonario estadounidense el castillo de Karlstejn. Es como si alguien intentara vender el Escorial.
El embustero profesional Harry Jelínek nació en 1905 en la familia de un acaudalado médico en la ciudad checa de Vlasim. De niño Harry frecuentaba el palacio de los condes Auersperg, amigos de su padre y con sus hijos aprendía el alemán, el francés y el inglés.
El rendimiento de Harry en el liceo no fue de veras brillante. A duras penas hizo el bachillerato en 1926 y cumpliendo el deseo de su papá se matriculó en la Facultad de Medicina en Praga.
A mediados de los veinte, Praga era una ciudad bulliciosa y alegre, llena de locales nocturnos y dancings que atraían al joven Harry Jelínek mucho más que el maloliente anfiteatro anatómico.
Harry Jelínek disfrutraba de la vida hasta que un día su padre le anunció que le cortaría la mesada ya que el joven no había pasado un solo examen en la Facultad.Harry se preguntó entonces: ¿"Cómo podría ganarse la vida un apuesto galán que domina lenguas y sabe desenvolverse en la alta sociedad?" Para el joven la respuesta era obvia: Hacer compañía a damas solas. Harry Jelínek se convirtió en gigolo.
No siempre ganaba el dinero de manera agradable, pero un día le sonrió finalmente la suerte. Procedente de Viena arribó a Praga por negocios la condesa Liza. Esta señora, a sus 42 años una mujer bien conservada, era marchante de cuadros y anticuaria. La condesa se enamoró de Harry y lo inició en sus transacciones para lo que el joven demostró un talento fuera de lo común.
Harry seguía al pie de la letra las indicaciones de su maestra, incluída la de ser absolutamente discreto y no indagar sobre el origen de la mercancía que no era siempre del todo limpio.
En poco tiempo Harry Jelínek se hizo rico logrando también acceso a los más altos círculos de la sociedad. Es que la empobrecida nobleza checa necesitaba muy a menudo vender algo de su patrimonio, pero de manera discreta. Una transacción de esta índole estaba también en el origen del intento de vender de manera fraudulenta el castillo de Karlstejn, en realidad patrimonio inalienable del Estado.
El noble Jirí Kristian Lobkowitz se dirigió a Harry Jelínek ya que su parienta Ludmila había recibido la oferta de matrimonio del príncipe Liechtenstein y era indispensable reunir el dinero para el dote. Los Lobkowitz querían vender discretamente algunos cuadros del palacio de Roudnice, a 50 kilómetros al norte de Praga.Harry entabló contacto con un potencial comprador de antiguedades, un millonario estadounidense. La invitación al palacio de Roudnice, a la sede familiar de auténticos nobles, colmó de inefable entusiasmo al ciudadano de Estados Unidos. Una vez en el palacio, remataron la seducción los selectos platos servidos en la vajilla de plata de los Lobkowitz.
Resultó, sin embargo, que al millonario estadounidense no le interesaban demasiado los cuadros. Quería más bien adquirir en Bohemia algún palacio o castillo, trasladarlo a Estados Unidos y utilizar su silueta en la publicidad de los chicles que producía su fábrica. A Harry se le ocurrió una genial idea: vender al rey de los chicles el castillo de Karlstejn.
Karlstejn es para la nación checa un lugar tan memorable como el Castillo de Praga. El rey checo y emperador romano germano Carlos IV lo mandó construir a mediados del siglo 14 para guardar en sus inexpugnables muros las joyas de la Corona Checa. Karlstejn fue siempre patrimonio de la Corona y tras el surgimiento de la Checoslovaquia independiente pasó a ser propiedad del Estado. Era y es un monumento inalienable.
Nada de eso sabía el ingenuo rey de los chicles y su ignorancia garantizó el éxito de la estafa tramada por Harry Jelínek.
Harry se presentó al hotel para entregar a la esposa del rey de los chicles un regalo personal: un paño bordado que representaba el castillo de Karlstejn. Jelínek aludió con voz lastimera al hecho de que necesitaba capital para los negocios y por eso se veía obligado a desprenderse de su amado castillo. El millonario tragó el anzuelo y dos días más tarde Harry Jelínek lo llevaba al castillo de Karlstejn.
Harry Jelínek había sobornado al administrador de Karlstejn y al acercarse al castillo, el embustero y el huésped estadounidense fueron saludados desde las torres con fanfarrias como si viniera el verdadero dueño de Karlstejn. Las damiselas de locales nocturnos praguenses, vestidas de pajes, acompañaron a los huéspedes a los aposentos donde se sirvió un opulento banquete.
El emocionado millonario entregó por adelantado a su amable amigo Harry Jelínek un cheque para 30 mil dólares para tener la certeza de que éste no vendiera el bello castillo a otro interesado.
Según cuenta el archivista Dr. Jindrich Francek en su libro "Crimen y castigo en la historia checa", Harry cambió el día siguiente el cheque y con el dinero en el maletín viajó a la ciudad de Split, en Yugoslavia, para disfrutar de la vida.El intento de vender el castillo de Karlstejn fue la hazaña más sonada del mayor estafador de la historia checa, Harry Jelínek. Otra de sus "proezas" fue la venta de una línea de tranvía capitalina a un checoamericano por 4 mil dólares.
En diez años fueron presentadas contra Jelínek unas 500 demandas, pero gracias a sus conexiones en las más altas esferas de la sociedad el estafador profesional jamás fue juzgado y condenado.
En los años 30, Jelínek empezó a simpatizar con el nazismo y ello lo convirtió de estafador en criminal. Colaboró con el espionaje nazi y a finales de los 30 montó en la ola antisemita chantajeando a los comerciantes judíos. Éstos le entregaban dinero y brillantes para que no los difamara en su pasquín antisemita.
Durante la ocupación nazi, Jelínek se dejaba pasar por miembro de la Gestapo y se llevaba mercancías de las tiendas sin pagar. La Gestapo lo detuvo y Jelínek, para salvar el pellejo, delató en los interrogatorios a muchas personas. En mayo de 1945 se marchó de Praga con las tropas nazis en retirada y sus huellas se perdieron en Baviera.