Algo huele mal en Dinamarca: la historia del escritor checo-danés que vivió en la ciudad libre de Christiania
De padre checoslovaco y con una larga experiencia como refugiado político en Praga, la vida del escritor danés Per Šmidl cambió para siempre luego de pasar dos años en Christiania, el mítico barrio autónomo en plena ciudad de Copenhague, al que, luego de muchos años de esfuerzo, logró dedicarle un libro que ahora acaba de traducirse y publicarse en checo.
En la presentación en Praga del libro Maringotka 537. Christiánie (Vagón 537, Christiania) que acaba de publicar la editorial Novela Bohemica, más de uno se habrá sorprendido de que su autor, el escritor danés Per Šmidl, hablara en checo. Sobre todo los que no estaban al tanto de que, además de que su padre era checoslovaco, Šmidl recibió asilo político en Praga a mediados de los años noventa debido a los problemas que, según explica, tuvo como consecuencia de la publicación de Victim of Welfare (Víctima del estado benefactor), un ensayo también traducido al checo en el que cuestiona duramente la presión que ejerce el Estado sobre el individuo. Sin embargo, luego de vivir también un tiempo en París y California, Šmidl regresó a Copenhague donde reside actualmente, aunque ahora no está tan seguro como antes de su nacionalidad.
“Siempre me he considerado un escritor danés, siempre. Ahora mismo estoy empezando a considerarme lentamente un poco escritor checo, porque todos dicen que soy checo-danés, incluso en Dinamarca, si hablan de mí en algún diario me presentan como un escritor checo-danés, pero en mi interior siempre he sido danés y escribo en ese idioma, no en checo”.
De todos modos, asegura que en Dinamarca no es tan conocido por los libros que escribió sino por su condición de refugiado político que lo llevó a vivir en Praga entre 1992 y 2005, aunque con algunos viajes en el medio a Dinamarca ya que, en ese período, nació en Copenhague uno de sus hijos, al que luego decidió traer a Praga. En la actualidad, Šmidl afirma que se siente mucho mejor tratado en Chequia que en su propio país, y por eso le encanta venir con frecuencia: dice que se siente como en casa y, además, puede poner en práctica ese idioma con fama de difícil que él tuvo que aprender de cero, ya que su padre se negaba a enseñárselo porque no veía ningún sentido en hacerlo, sobre todo a causa de las malas noticias que empezaron a llegar en agosto de 1968.
“Mi padre miraba nuestra televisión en blanco y negro y yo podía ver que estaba muy enojado mientras observaba los tanques rusos en las calles de Praga. Yo tenía catorce años y recién en ese momento tomé conciencia de que mi padre venía de ese lugar. Me interesé mucho y le pedí si me podía enseñar a decir algo en su idioma y me respondió que no tenía sentido porque nunca iba a poder volver, ya que incluso le habían sacado la nacionalidad, pero yo insistí en que me enseñara al menos algo y él finalmente me dijo en checo: ‘nosotros, dos tipos felices, vamos a la ciudad’, y yo aprendí eso de memoria”.
Ocho años después, todavía en pleno comunismo, Šmidl visitó Praga con su primo y recuerda que, en una vinería llena de checos, dijo esa frase que, al principio, nadie entendió pero luego causó una serie de carcajadas que significaron para él una forma de bienvenida. Por eso, se siente tan emocionado de poder presentar en Praga la traducción al checo a cargo de Eva Pavelková de su novela inspirada en los dos años y medio que vivió, a comienzos de la década del ochenta, en Christiania, la ciudad libre que surgió en 1971 cuando un grupo de personas decidieron ocupar una antigua instalación militar.
“En aquellos días, Christiania era un intento de la gente joven por liberarse del sistema que fuerza a la gente a seguir ciertas pautas de conducta y a vivir de determinada manera, Christiania fue la reacción a un sistema opresivo, la gente rompió las cadenas, estableció un lugar propio con el objetivo de vivir su propia vida sin que el Estado les dijera qué hacer”.
Šmidl agrega que el espíritu solidario y la libertad eran claves en ese sitio con códigos propios donde la gente podía construir de la forma que se le antojara, vivir en una carpa o dormir afuera, con la tranquilidad de que la policía no podía entrar porque, según él mismo cuenta, el Estado estaba tan enojado con ellos que solo esperaba que se eliminaran mutuamente. En su opinión, el gran problema que creó esta ciudad paralela fue que empezó a ganarse la simpatía de la mayoría de los daneses que comenzaron a verla como un emblema de libertad. Entonces, según Šmidl, el Estado tenía dos opciones: arrasar Christiania con el ejército, lo cual no iba a ser bien visto en términos democráticos, o ir desgastándola de a poco con impuestos y distintas restricciones, que es lo que, tal como él explica, terminaron haciendo a lo largo de más de treinta años.
“En relación a lo que era al principio, cuando yo viví ahí, Christiania está muy diferente, por supuesto el lugar es el mismo, aunque más o menos, porque hubo muchos cambios y las construcciones son mucho más lindas y está más limpio, en aquellos días era un desastre”.
En definitiva, resume Šmidl, si bien todavía Christiania ofrece un poco de oxígeno a las presiones de la vida actual, el Estado se encargó de normalizarla. Explica que, en la actualidad, es un lugar más cool y ordenado, en el que los vecinos pagan impuestos y la policía entra cada tanto a controlar que todo esté en orden, y resulta casi imposible encontrar sitio para vivir. Šmidl asegura que sigue yendo con frecuencia de visita a Christiania donde aún tiene muchos conocidos y algunos amigos que incluso aparecen en su novela, una especie de crónica sobre su experiencia de vida en ese sitio tan particular, aunque con muchas licencias literarias. Él mismo explica que una de las grandes dificultades que tuvo a la hora de hacer el libro fue que el escenario terminaba siendo mucho más potente que casi todos sus personajes.
“Quería novelarlo, ficcionalizarlo, usar mi imaginación, de hecho cambié algunas cosas, quería darle más encanto y por eso necesitaba la forma de la novela, pero fue algo muy difícil, necesité muchos años para poder escribirlo y hasta escribí varios libros antes que este”.
Como si eso fuera poco, una vez que lo terminó, no tenía dónde publicarlo, justamente como consecuencia de sus problemas políticos. Hasta que un buen día recibió la oferta de una amiga canadiense para publicarlo tanto en danés como en inglés, idioma al que él mismo, más que traducirlo, se encargó de reescribirlo. Desde entonces, las dos versiones de su novela se encuentran a la venta en ese escenario de libertad que marcó para siempre su vida.
“Lo que aprendí en Christiania sobre mí mismo nunca lo he olvidado, ha dirigido todo lo que hice desde entonces, transformándose en el gran tema de mi vida y mi escritura, todavía me queda explorar si es posible ser uno mismo en esta situación que hemos creado y evadir el automatismo de la existencia moderna, de la tecnología y el consumismo, de hacer esto y aquello, y del dinero, no estoy en contra del dinero, pero el dinero es un motor de esclavitud”.
Ávido lector de Hrabal, Kundera, Čapek y, especialmente, de las obras de teatro de Václav Havel, Šmidl no descarta instalarse en Praga en un futuro, aunque por ahora prefiere vivir en el lugar donde estén sus hijos, a pesar de las dificultades. Mientras tanto, se gana la vida como taxista y, hasta el día de hoy, le sigue costando mucho publicar en Dinamarca y casi nunca lo invitan a leer ni hablar en los medios de comunicación. De hecho, cuenta que, en 2011, cuando se cumplió el 40 aniversario de Christiania, lo convocaron a un programa de la tele y un día antes le retiraron la invitación. Al menos, afirma que tuvo la enorme satisfacción de que otros viejos habitantes de Christiania mostraran ante las cámaras ese libro que condensa todo lo que aprendió en la vida y que, a partir de ahora, puede leerse también en checo.
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