Una periodista en las cárceles rusas: “La violencia psicológica es enorme”
Alsú Kurmasheva, la periodista rusa radicada en Praga de Radio Free Europe liberada este verano en el gran intercambio de presos entre Rusia y Estados Unidos, dio una extensa entrevista para la Radio Checa para hablar de su cautiverio, que llegó de forma tan inesperada como su propia liberación a principios de agosto, las terribles condiciones de las cárceles rusas y lo que se siente en una situación así.
Alsú Kurmasheva vive en Praga desde hace 26 años con su marido y sus dos hijas. Es periodista de la redacción en lenguas tártara y baskir de la emisora estatal estadounidense Radio Free Europe, con sede, curiosamente, en la misma calle que la propia Radio Checa. Desde siempre, Kurmasheva ha estado viajando regularmente a su ciudad, Kazán, para visitar a su familia. Cuando comenzó la invasión rusa de Ucrania, no cambió sus hábitos y siguió viajando para ver a su madre enferma en la importante ciudad tártara a orillas del Volga. Nunca tuvo problema ni pensó que corría ningún riesgo por hacerlo, dice ahora, pero en junio de 2023, cuando se disponía a regresar a Chequia, la Policía del aeropuerto la retuvo y le retiró el pasaporte. Después, en octubre de ese año, mientras esperaba en casa de su madre a que todo se resolviera para poder regresar, vio como unos agentes con la cabeza tapada se acercaban por la calle a la vivienda y se la llevaban presa.
Este verano, el 2 de agosto, Alsú recuperaba la libertad como parte del gran intercambio de presos entre Rusia y Estados Unidos en el que, por ejemplo, el periodista ruso-español y acusado de ser agente del Kremlin Pablo González salió de su cautiverio en Polonia.
Terminó una auténtica pesadilla para Alsú, de la que ha querido hablar por primera vez para la Radio Checa. Ante todo, ahora que ya está en casa, dice que se siente bien.
“Me siento segura, eso es lo más importante para mí. Soy libre y lo siento exactamente como suena. Soy libre de despertarme por la mañana cuando quiera o cuando lo necesite. Soy libre de salir cuando sea y con quien sea y volver. Abrir y cerrar la puerta tú mismo, esto es realmente muy importante. Normalmente no piensas en ello, pero es muy importante”.
Sin embargo, hace muy pocos meses, en la cárcel de Kazán, la situación era bien distinta, con “una causa completamente falsa e injusta” construida en su contra, dice la periodista de su prisión provisional, “una pesadilla de la que no sabía cuándo iba a poder salir”. Incomunicada de su familia y el mundo, sin embargo, la esperanza no moría del todo, en su cabeza aparecía el momento de su liberación, dice.
“Siempre imaginé ese momento. Incluso soñé varias veces que salía del avión, le entregaba a mi marido una maleta blanca, me quitaba la ropa toda blanca de la cárcel y nos íbamos juntos. Él toma mi mano y nos vamos sin mirar atrás. Vamos al coche y allí me esperan los niños. Y en realidad fue muy parecido. La primera vez que tuve este sueño fue en invierno. El invierno pasado en Rusia fue cruel, brutal, hacía 30 grados bajo cero. Durante varios días la calefacción de nuestra celda no funcionaba. Pensé que estaba alucinando, porque en invierno las palabras "posible intercambio" no sonaban en absoluto, así que no podía imaginar cómo podría ser liberada, el futuro era bastante triste. Así que el invierno fue duro, pero aquello que soñaba me mantuvo en pie y me dio esperanza. Eran momentos felices”.
“Sólo querían tiempo para producir pruebas falsas en mi contra”
El primer cargo contra Alsú y por el que no pudo regresar a Praga fue por no haber registrado en Rusia su pasaporte estadounidense, recibido por su larga trayectoria en Radio Free Europe, y por lo que terminó pagando una multa de menos de 100 euros. Así lo explica la periodista.
“Fui a visitar a mi madre enferma y me detuvieron en el aeropuerto por no registrar mi pasaporte estadounidense. Tenía que esperar cinco meses para una investigación que debería ser sencilla... Ahora sabemos que sólo querían tiempo para producir o encontrar pruebas falsas en mi contra”.
En ese periodo fue acusada de ser una agente extranjera que reunía información militar reservada para luego entregarla a servicios de otros países. Ahí comenzó el drama de Alsú Kurmasheva en una prisión más severa que la de otros presos por la acusación de espionaje y por su ciudadanía estadounidense, dice.
“Fue muy duro y muy injusto. Las otras mujeres tenían visitas, les permitían llamadas telefónicas al menos una o dos veces por semana. A mí no me permitían nada. La comunicación con las niñas era mínima. A veces recibía cartas breves gracias a los abogados. Mi marido me escribía de forma muy escueta y sin poner nada específico, sin contar detalles como que hablaba con los medios y ni mucho menos que estaba trabajando para liberarme. Yo eso no lo sabía en absoluto. A veces recibía frases que luego me dejaban pensando durante mucho tiempo. Por ejemplo, un día escribió que tenía esperanza. Yo pensé que algo habría pasado o que habría conocido a alguien que le había dado esperanza. Mi fantasía trabajaba a tope, pero ni así podía imaginar lo que podría significar”.
Ahí conoció Alsú la realidad de las cárceles rusas.
“Estaban mal en todas partes. Dan igual las condiciones. Por ejemplo, la comida es mejor en la cárcel de Lefortovo, en Moscú, que en Kazán. Y creo que allí las duchas también son mejores. Sé por Evan Gershkovich que la biblioteca es mejor en Moscú. Pero todo eso da absolutamente igual. Cualquier centro de detención en Rusia priva a las personas de su dignidad como humano. Es un sentimiento de violencia psicológica... No he sufrido violencia física, pero la violencia psicológica es enorme. Me humillaban, me amenazaban. Amenazaban a mis hijos, a mi familia”.
Cada uno bebe su cubo de amargura…
Dice Alsú que su celda era pequeña porque era “solo” para diez mujeres, en otras celdas de otras cárceles puede haber varias decenas, dice. Sobre todo, tuvo una relación más estrecha con una de las prisioneras.
“Pasé varios meses con ella en una celda pequeña y tuvimos que enfrentarnos a muchas dificultades, como cuando nos quedamos sin calefacción o sin retrete, cuando no teníamos agua caliente… Tuvimos que lidiar con eso y lleva mucho tiempo. Pero de política no podíamos hablar, porque ella creía que todo lo que está sucediendo ahora en Rusia es lo correcto y así debe ser. El hecho de haber vivido tantos años en Praga era una amenaza para mí porque la gente tenía miedo de preguntarme sobre ciertas cosas, porque la propaganda de que la República Checa y todo Occidente están en contra de Rusia es una narrativa que se escucha mucho en la televisión. Eso afecta a la gente. Por eso ella no podía entender que, por ejemplo, en Praga haya gente que no esté en contra de nada ni nadie, sino a favor de unas relaciones internacionales, que quieren que Rusia se abra ahora que se está cerrando. Pero ella piensa que el mundo entero está en contra de Rusia y que es mejor cerrarse ante la mala influencia de Occidente”.
La experiencia seguramente solo la pueden entender aquellos que han pasado por la cárcel y que como nadie describió el presidente checo Václav Havel de sus años en las cárceles comunistas.
“Cuando regresé leí las cartas de Václav Havel. Me causaron una gran impresión y me gustó mucho cómo describió la existencia de cada persona en prisión. ‘Cada uno bebe su cubo de amargura’, es exactamente así. Cada uno tiene su propio cubo, por lo que no quiere el cubo del de al lado. Así que sólo hablábamos de niños, viajes, comida y básicamente nada más”.
Algo que le daba fuerzas y consuelo en la cárcel eran las cartas que recibía de desconocidos que le escribían para apoyarla.
“Tenían que pasar por la censura, pero recibía cartas de todo el mundo, también de la República Checa. Recibí decenas de postales y cartas de Chequia. Una señora me escribió en ruso que no pensaba que fuera a volver a escribir nunca en ruso, que no lo había usado en cuarenta años y que ni siquiera quería hacerlo. Pero que mi caso era tan fuerte que decidió escribirme en ruso. Y le estoy muy agradecida por eso. La lengua rusa no tiene la culpa de lo que nos pasó a nosotros, a las personas y a los países. Le estoy muy agradecida, pero estas personas no escribían sus nombres completos, por lo que no sé quiénes son”.
“De repente, mi país no me quiere”
Alsú Kurmasheva recibió finalmente una pena de 6,5 años de prisión en el mes de julio. Sin embargo, sin que Alsú pudiera sospecharlo, de repente, todo cambió este mismo verano. Desde hacía algún tiempo, los agentes de la investigación la trataban mejor. Incluso le dijeron que se estaba preparando un intercambio de prisioneros. Pero ella, por su trabajo, sabía que había nombres a los que se daría prioridad como los del periodista estadounidense Evan Gershkovich o Paul Whelan, o activistas rusos famosos como Vladímir Kará-Murzá. Por ello, no tenía esperanzas de formar parte de ese intercambio.
Un día fue trasladada de Kazán a Moscú, a la prisión de Lefertovo. Sabía que tenía derecho tras el traslado a una ducha y una llamada y cuando lo pidió, le dijeron que la llamada podría hacerla no entonces, sino el viernes, el 2 de agosto, pero Alsú seguía sin saber qué pasaba.
“Alguien del servicio penitenciario me dijo que no sabían lo que iba a pasar, pero que seguro que sería algo bueno, así que tendría la oportunidad de llamar el viernes. Eso fue el jueves 1 de agosto, así que me quedé esperando con muchos nervios a que llegara el viernes. Como a las ocho de la mañana, de repente llegaron de los servicios penitenciarios, varias personas. Me trajeron mi maleta, mis objetos personales y me dieron 15 o 20 minutos para cambiarme. Firmé que me hacía cargo de las cosas y me dijeron que iba a salir. Pregunté que a dónde iba a salir, pero nadie me respondió. Volvieron a cerrar la puerta y me dijeron que estuviera lista en 20 minutos. Fue terriblemente lento. No hay reloj, por lo que no puedo saber si fueron 20 minutos o dos horas”.
Y entonces su sueño recurrente empezó a hacerse realidad. Nadie se lo decía claramente, pero supo que había llegado el momento de su liberación. Dejó allí casi todas sus pertenencias, solo se llevó su diario y las cartas, y con el poco equipaje de sus ensoñaciones, salía de la cárcel a la que habían traído, igual que a ella, a todos los presos del intercambio.
“Salí con una bolsa muy pequeña y subí a un autobús en el que ya estaban los demás presos liberados. Cuando subí, los saludé a todos. Eran personas sobre las que había leído durante tantos años, que había visto en Instagram, etc. Escribimos mucho sobre todos ellos en Radio Free Europe. Ahora estaba todo claro, estaba tan sorprendida que ni siquiera podía hablar. Evan Gershkovich estaba sentado detrás de mí, solo lo saludé con la mirada, no pudimos hablar durante mucho tiempo. No hablamos ni en el avión porque todo el mundo estaba en shock”.
Un viaje a la libertad pero con muchas sensaciones encontradas, y muy fuertes.
“Tuve muchas emociones. Varios pensamientos sobre toda mi vida pasaban por mi cabeza. Incluso ahora, después de estos meses, no puedo contener la emoción cuando lo cuento... Dejar así mi país no me lo podía imaginar. Durante más de veinte años estuve yendo allí para ver a mi familia, para ver a mi madre, por mi cultura, la lengua tártara. Es mi país, donde crecí. Pero ahora de repente mi país no me quiere”.
Pero más importante aún era la alegría del regreso a Chequia con los suyos.
“El otro sentimiento era, por supuesto, más fuerte: estaba feliz de volver con mis hijos, con mi familia, con mi vida, la que siempre había tenido de verdad, la vida real”.
Ahora Alsú Kurmasheva se recupera de la experiencia vivida. Pero tiene cuatro compañeros de Radio Free Europe en la misma situación en varios países, por los que quiere trabajar para su liberación.
“Actualmente trabajo para apoyar a las familias de otros periodistas de Radio Free Europe que están detenidos. Ahora son cuatro. Ihar Losik y Andréi Kuzníchek se encuentran detenidos en Bielorrusia. No tenemos contacto con Ihar desde hace cuatro años. Ni siquiera sabemos si está sano, qué tipo de ayuda necesita, y eso es lo más difícil. Luego está Vladyslav Yesypenko en Crimea. Hace tres meses que no ve a su familia y a su hija pequeña. También hay un colega que se encuentra detenido en Azerbaiyán desde mayo. Ha tenido una hija, probablemente tampoco la ha visto. Sé exactamente por lo que pasan las familias, cada mañana se despiertan y el único pensamiento es: ‘qué más puedo hacer por mi marido’”.
La periodista piensa que escribirá un libro sobre todo su cautiverio, un acto no solo terapéutico para ella y para quien pueda ayudar que se encuentre en una situación similar, sino precisamente como una actividad en la que podrá saborear en toda su pureza esa libertad que ahora disfruta como nadie.