Por las sendas de la reserva natural de los Cárpatos Blancos
En esta edición de Radioviajes visitaremos imaginariamente los Cárpatos Blancos, situados en Moravia del Sur, en la zona fronteriza entre la República Checa y Eslovaquia; sierra famosa por sus escabrosos y abruptos promontorios rocosos.
Los Cárpatos Blancos forman parte de la cordillera homónima del plegamiento alpino situada en el sudeste de Europa Central, que describe un arco de 1 300 kilómetros y que enlaza con los Balcanes a través de los Alpes de Transilvania. Esta sierra recibió su nombre del color blanco de sus rocas, compuestas de caliza. Aunque la mayor parte de los Cárpatos Blancos se halla en Eslovaquia, una tercera parte de la sierra se extiende en el sur de Moravia.
Y precisamente esta parte checa fue declarada reserva natural en 1980 con el fin de proteger mejor los singulares prados de orquídeas situados en el sudoeste de la sierra. Los Cárpatos Blancos, de 70 kilómetros de longitud, se extienden en la República Checa en una superficie de 715 kilómetros cuadrados y se distinguen por varios tipos de paisaje.
Sobre la formación de estos tipos de paisaje influyeron las diversas condiciones climatológicas y geológicas que obligaron al hombre a labrar la tierra de diferentes maneras. Mientras que en el sudoeste prevalecen, debido al clima cálido con rasgos mediterráneos, los mencionados prados de orquídeas, en las zonas más altas de la parte septentrional y central abundan los bosques y pastos.
La sierra puede enorgullecerse así no sólo de una amplia gama de variedades de plantas, sino también de una rica fauna; entre la caza mayor figuran ciervos, corzos y musmones; a veces ocurre que también el oso cruza las fronteras procedente de Eslovaquia y deambula feliz y tranquilamente por la parte checa de los Cárpatos Blancos.
La montana más alta de los Cárpatos Blancos es Velká Javorina, de 970 metros de altura, cubierta por una selva virgen que es la reserva natural más antigua de Moravia, estatuto que adquirió en los años treinta del siglo XX. Esta selva virgen se extiende en una superficie de 78 hectáreas y en su flora predomina el haya, el árcer y el fresno.
A medio kilómetro de la montana se halla el Albergue Holuby que lleva el nombre del párroco Jozef Ludovít Holuby, renombrado botánico eslovaco nacido en 1836. Este miembro de la Academia Checoslovaca de Ciencias y Artes estudió, además de las plantas, también la literatura, las costumbres y las tradiciones de las naciones checa y eslovaca.
En su honor tienen lugar cada año en el Albergue encuentros entre los ciudadanos checos y eslovacos con el fin de conmemorar la historia común de las dos naciones que de 1918 a 1993 vivieron juntas en la República Checoslovaca.
Sin embargo, el origen de estos encuentros es más antiguo que el período en el que vivió Jozef Ludovít Holuby; se remonta hasta el siglo XVII. Después de la Batalla de la Montana Blanca, en 1620, en la que los Estamentos checos fueron derrotados por los Habsburgo austríacos, muchos exiliados de Bohemia y Moravia encontraron refugio en Eslovaquia, sobre todo en la parte eslovaca de los Cárpatos Blancos.
El paisaje que rodea la montana de Velká Javorina, destaca por la tierra poco fértil, compuesta de caliza, arena y arcilla, cuyo origen se remonta a la era cenozoica en la cual se empezaron a discernir las masas continentales. Esta tierra arenisca es difícil de labrar porque no es firme y con frecuencia es víctima de la erosión y de deslizamientos.
La gente se vio obligada a contentarse por ello con pequenos campos, donde el "ganar el pan nuestro de cada día" siempre exigía un enorme esfuerzo y una vida llena de sacrificios, ya que los hombres tuvieron que labrar la tierra con azadas. La población estaba dispersa en pequenos caseríos.
Sin embargo, son precisamente estos campos y pequenas casas rústicas con tejados rojos rodeadas de bosques profundos, pastos extensos y huertos, los que hacen de los Cárpatos Blancos un paisaje pintoresco y típicamente moravo que huele a hogar y que deja en los visitantes una sensación de haberlo vivido antes.
La sierra es rica, no obstante, en fuentes minerales. Éstas brotan en decenas de lugares de los Cárpatos Blancos, pero las más famosas se encuentran en Luhacovice, la ciudad balneario más grande de Moravia. Luhacovice tiene una tradición balnearia de más de tres siglos y sus catorce fuentes minerales y una fuente sulfhídrica tienen formidables efectos curativos, sobre todo en lo que se refiere a la diabetes, las enfermedades respiratorias, vesiculares y las de los aparatos digestivo y motor.
Lo más hermoso de los Cárpatos Blancos son sus agujas rocosas, de 40 y hasta 60 metros de altura, cuyo color blanco resalta en el paisaje terciario. Estos escabrosos y abruptos promontorios rocosos constituyeron una base ideal para la protección de las tierras checas contra las incursiones enemigas.
En la Edad Media trataron de penetrar los tártaros por los desfiladeros de esta sierra y en los siglos XVI y XVII, los turcos. Durante la Segunda Guerra Mundial en los Cárpatos Blancos operaban guerrillas que luchaban contra los ocupantes nazis. En la sierra existía un gran número de pasos fronterizos secretos por los que personas incómodas al Tercer Reich solían huir del hitleriano Protectorado de Bohemia y Moravia.
Con el fin de defender el Reino de Bohemia, en dichas agujas se enclavaron castillos, en su mayoría sólo accesibles por un túnel estrecho, enclavado en la roca. Hoy en día quedan de aquellos castillos sólo las ruinas porque la mayoría de estas fortalezas rocosas fue quemada a principios del siglo XVII.
Al incendio sucumbió también el castillo de Brumov que sobre uno de los promontorios había levantado, en el siglo XIII, el Rey Premysl Otakar II, de la dinastía Premislita. Las ruinas de Brumov están a unos 20 kilómetros de la ciudad balneario de Luhacovice.
En las cercanías de dicha ciudad hay tres agujas rocosas parecidas a dedos levantados hacia el cielo y que los vecinos suelen denominar "Abuelas". Otra de las agujas se asemeja a una mujer ordenando una cabra. Según una leyenda, esa mujer pobre solía llevar a pastar una cabra al pie de la aguja. Pero una vez se durmió y cuando se despertó, la cabra no estaba. La mujer empezó a buscarla y la encontró en la cima de la aguja.
La mujer subió a la aguja para ordenar la cabra pero la cabra no se estaba quieta. Por ello la mujer exclamó: ¡Ojalá te conviertas en piedra! Y, según dice la leyenda, así pasó: retumbó el trueno, relampagueó y las dos quedaron petrificadas. ¡Una bonita leyenda, verdad, estimados oyentes!