El llamado de la selva: la checa que se siente en casa viviendo con indígenas en Amazonia
A los 17 años, decidió mentirles a sus padres para poder viajar al norte de Estados Unidos y explorar la naturaleza y la vida de los pueblos originarios. Luego empezó a visitar con frecuencia la región de Amazonia donde también fue entrando en contacto con distintos grupos que le enseñaron sus costumbres y visión del mundo. En la actualidad, Veronika Valterová sigue viajando varias veces por año a Latinoamérica gracias a su trabajo como guía de senderismo, haciéndoles conocer a sus compatriotas la vida indígena en lo más profundo de la selva.
La primera reacción del público en sus conferencias suele ser siempre la misma: ¿cómo a una rubia linda de una pequeña ciudad del este de Bohemia se le ocurre viajar de una forma tan poco convencional? Por suerte, aclara Veronika Valterová que, al escucharla un poco, se dan cuenta de que no se trata de mero exotismo, sino que detrás de eso hay algo más profundo. Quizás el entorno natural de la ciudad checa de Ústí nad Orlicí, en el este de Bohemia, fue una de las razones que comenzaron a generar en ella el deseo de explorar, algo que la llevó, por ejemplo, a vivir algún tiempo con indígenas tanto en el frío de Alaska como en las selvas de América del Sur. Y a medida que el público nota que se trata de algo auténtico, dice que suelen formularle preguntas bien prácticas, casi siempre vinculadas a la comida: ¿comes todo lo que comen ellos? ¿Incluso gusanos? Sí: cuando está con los indígenas, Veronika Valterová se convierte en una más porque se trata de algo que la acompaña desde que era muy chica.
“Yo tenía ese sueño de ir a América Latina y América del Norte. Era siempre como una voz, una llamada a viajar ahí y estar con la gente de campo, indígena. Siempre me fascinó la gente que vive conectada con la naturaleza, con la Pachamama. Desde pequeña, no sé por qué, pero eso estaba ahí. Entonces, primero, cuando estaba en el colegio y tenía 17 años viajé a Estados Unidos. Les tuve que mentir a mis padres, les dije que iba a trabajar, pero en realidad fui a explorar y a conocer, y fui hasta Alaska y después me quedé en Dakota del Sur y Dakota del Norte, donde están los Sioux Dakota y justo llegué en un momento en que a una familia se le murió un hijo y vieron mi llegada como un símbolo de algo y me adoptaron.”
Aclara que aunque no le gusta mentir, en ese momento no vio más remedio que hacerlo porque estaba segura de que su madre no la iba a dejar viajar. De hecho, incluso con la idea de que había ido a trabajar, cuenta que le dijo que, por culpa de esa experiencia, le había robado diez años de vida por los nervios de que le pasara algo. Al volver, comenzó a estudiar antropología y a trabajar como recepcionista. Y aunque a partir de entonces comenzó a volver con cierta frecuencia a Canadá y Alaska, aclara que nunca dejó de sentir curiosidad por América del Sur y, sobre todo, la región de Amazonia. Sin embargo, era consciente de que debía prepararse muy bien si quería cumplir su sueño de acceder a esas áreas recónditas donde incluso hay pueblos como los Taromenane y los Tagaeri que viven en total aislamiento.
“Ellos saben que hay un mundo afuera pero eligieron no acercarse así que hay fronteras simbólicas, a veces ponen lanzas cruzadas, a veces el río es la frontera y son áreas muy peligrosas O sea. Hasta yo cuando voy a visitar mis amigos, por ejemplo, de la tribu Huaorani hay un río que se llama Cononaco y una orilla está bien pero la otra pertenece a esa gente y cuando estás ahí en la época de sequías y el barco no puede avanzar y, por lo tanto, tienes que bajarte... eso ya es peligroso porque ahí estás como invadiendo y entonces te podrían matar, y eso pasa”.
Con el objetivo de no tener que vérselas en esa situación extrema, Veronika comenzó a leer muchos trabajos antropológicos y de misioneros para empezar a familiarizarse con algunas de las reglas de esos grupos porque, tal como sucede en casi todas partes del mundo, la ignorancia de la ley no exime a nadie de su cumplimiento. De todos modos revela que, cuando alrededor del año 2000 finalmente pudo hacer su primer viaje a la región amazónica y entrar en contacto con esa realidad tan distinta, aquellas lecturas tampoco le sirvieron tanto.
“Y eso era algo increíble: de verdad yo quería conocer la gente que vive en contacto con la naturaleza y eso encontré ahí en Amazonia, la pureza, digamos, aunque es verdad que ya está llegando la influencia de la globalización y pronto todo se va a trasnformar en otra cosa. Pero esa pureza es lo que vi, aunque cada año que vuelvo noto que es algo que está cambiando”.
Veinte formas de decir que nos vamos
Lo que a Veronika le permite viajar con tanta frecuencia es su trabajo como guía, no tanto de turismo, sino más bien de senderismo ya que se encarga de organizar verdaderas expediciones: al mismo tiempo que acompaña a los viajeros, colabora en todo lo que puede con la gente del lugar. En ese sentido, trata de conocer de antemano a sus clientes porque debe tenerles la suficiente confianza para que participen de una serie de excursiones en las que ella termina también compartiendo sus amistades y contactos con los indígenas. Luego, los turistas se van y ella se queda con su gente.
“Siempre hago mis viajes y visito a mis amigos porque a algunos los conozco ya hace años y son como mi familia: hermanos, hermanas, también tengo como una mamá y abuelas. Por eso también aprendí algunos idiomas indígenas. No tan bien, pero aunque sea más o menos para poder comunicarme un poquito, por ejemplo, en quichua”.
Veronika está convencida de que cada vez que alguien aprende un nuevo idioma se le abre un mundo. En el caso del quechua, Veronika recuerda que hay distintas variedades aunque en general, entre los hablantes, no tienen problemas en entenderse, y en su caso aprendió un poco más el que se habla en el norte de Perú y en Ecuador. Pero ese no es el único idioma indígena que domina: también aprendió un poco de lakota durante sus viajes en Dakota del sur. Y de ese idioma en concreto hubo algo que le llamó poderosamente la atención.
“Ellos te quieren con todo el corazón, pero cuando te odian también te odian con todo el corazón”.
Veronika Valterová
“Ellos tienen muchas palabras para irse, como para irse de viaje. En checo nosotros tenemos tres y en español tampoco hay tantas, mientras que ellos tienen como unas veinte y depende de factores como en qué dirección vas, si alguien te ve o no, si estás cerca o lejos de casa, y cambia totalmente porque ellos eran nomadas. Así que hay un motivo lógico y hay muchos ejemplos así en cada tribu porque cada gramática tiene sus particularidades. Por ejemplo, hay idiomas donde no existe la expresión ‘por favor’, tal como nosotros la decimos, o incluso ‘gracias’; pero lo expresan de otra manera, con respeto”.
Durante sus largos viajes Veronika vivió, por ejemplo, con miembros de los pueblos originarios shuar, achuar, shiwiar, los quichuas de la provincia de Napo en Ecuador y los Sápara. En su opinión, las personas que entran en contacto con los indígenas tienden a generalizar, olvidándose de que, por supuesto, cada persona es distinta. De todos modos, siente que una diferencia importante en comparación con otras culturas es que suelen respetar mucho a sus antepasados.
“Ellos no son capaces de hacer traiciones como en este mundo en el que la gente chusmea mucho, eso en la selva no lo notas quizás porque eran sociedades de guerreros. Por otro lado, no creen ni les gusta el estrés; en su cultura no existe o no debería existir el miedo porque, al ser puros y estar conectados con la naturaleza, sienten mucho las energías y saben muy bien lo que el estrés o el miedo puede provocar en el cuerpo, es como veneno, dicen. Y eso es verdad y uno se da cuenta de esas cosas, y también por esa pureza ellos te quieren con todo el corazón, pero cuando te odian también te odian con todo el corazón”.
Aunque ella no tuvo problemas personales, sí se vio en medio de un conflicto entre dos familias que se llevaban muy mal entre ellas. Con lo que sí tuvo que enfrentarse es con temperaturas muy altas y lugares en los que casi no se puede sobrevivir sin repelente. Cuenta que los indígenas usan las termitas como repelente natural, pero también asegura que cuando a los locales los pica un mosquito no les pasa nada, mientras que a ella se le irrita mucho la piel, a pesar de no ser alérgica.
Ojo con la araña del banano
“Cuando la araña del banano pica, los hombres sufren una erección de tres o cuatro horas que, lejos de ser placentera, duele mucho y puede provocar la muerte”.
Veronika Valterová
También cuenta Veronika que en su momento se encontró con jaguares, pumas y anacondas, aunque asegura que lo que en verdad la aterran son las arañas. Lo peor es que en Amazonia son justamente moneda corriente y ella tiene la sensación de que su mismo terror no hace más que atraerlas. Entre todas esas arañas, dice que ella solía ver una medio verde con puntitos blancos de la que, según sus amigos indígenas, debía cuidarse especialmente. Y tanto insistían que, con mucho coraje, decidió un día tomarle una foto de muy cerca y se la mandó a un especialista checo. Él le explicó que se trataba de la araña del banano (Palovčík), una especie tremendamente venenosa que, además de meterse en los zapatos, en la ropa y en casi cualquier sitio, tiene una curiosa característica.
“Justo esta araña es medio chistosa, bueno no tan chistosa para los hombres porque cuando pica, o mejor dicho cuando muerde, los hombres sufren una erección de tres o cuatro horas, y eso me lo dijo mi amigo científico. Y es muy peligroso porque, por lo que me dijeron, no es nada placentero sino que duele mucho y además puedes morir, así que no sé si es algo que alguien quiera probar, aunque dicen que ahora se está usando el veneno de esa araña para usos médicos dirigidos a los hombres.”
Considera Veronika que la sociedad checa tiene, en general, una gran simpatía por los indígenas, quizás por los libros y películas que consumían desde muy chicos. Incluso siente que, a veces, se trata de una idea muy romántica e ingenua porque si bien ella tiene en la región de Amazonia amigos y familia no puede decir que sean mejores o peores que otra cultura. Sí cree que cuentan con la gran ventaja de vivir en contacto con la naturaleza, aunque eso tampoco significa que todo indígena sea ecologista como la gente suele creer.
Una gaucha checa
El trabajo como guía de turismo de Veronika no se limita a la región de Amazonas. Cuenta, por ejemplo, que también hizo un largo viaje por Argentina con un grupo de vaqueros checos fascinados por las películas del Viejo Oeste que se regalaron a sí mismos una expedición muy particular liderada por ella.
“Me gusta mucho Argentina. Pasé mucho tiempo en Patagonia, también en el norte y me gusta la vida de los gauchos, los mapuches, los tehuelches, me encanta... Hice, por ejemplo, una expedición a caballo de tres semanas por Patagonia, viviendo a veces en haciendas y a veces en estancias y lo mejor, lo mejor fue cuando estuvimos durmiendo afuera en la provincia de Salta”.
Agrega que uno de los mejores momentos de su vida fue durante el Covid, época en la que estuvo viviendo tres meses en Argentina, cerca de Chaltén, en una estancia en la que convivía con unos vaqueros que le enseñaron a cazar, arrear vacas y a usar lazo. De hecho, revela que, desde entonces, el asado argentino es, ni más ni menos, que su comida favorita.
“Amo el asado y extraño mucho el asado aquí, yo sé hacer asado, así que estoy planeando hacerlo aquí en República Checa porque me encanta con salmuera. No quiero decir que en Chequia no sabemos hacer carne, pero a veces intentamos darle demasiado sabor y yo ya me acostumbré a la carne argentina, o sea, a los cortes pero también a la carne del campo que es algo delicioso, ¡me encanta! Ay, el chimichurri, la provoleta, todo, todo, a mí me encanta la comida argentina”.
Aunque en Chequia casi no trabaja de guía, dice Veronika que, en el caso de empezar a hacerlo, más que mostrar Praga, le gustaría ayudar a la gente a conocer bien la región de Moravia. Por otro lado, dice que sus recorridos son tan exigentes que no puede realizarlos con tanta frecuencia y por eso se le ocurrió empezar a diseñar ropa inspirada en sus viajes por Argentina, Ecuador, Perú y Bolivia. Muchos de esos motivos que ya ha empezado a utilizar son también indígenas, aunque no usa símbolos sagrados porque asegura que les tiene el mismo respeto que ellos. En ese sentido, revela que ella sí tiene una pista que podría llegar a explicar los motivos por los que una checa de Ústí nad Orlicí empezó a interesarse tanto por Latinoamérica y la cultura indígena, aunque advierte enseguida que no es algo que lo pueda entender todo el mundo.
“Ya sé que, en algún momento, yo viví en esos lados. Por eso, cuando vuelvo, siento que conozco ya el lugar. Porque hay una grabación mía de cuando tenía casi tres años donde estoy hablando de mi familia de indios y no podía tener ninguna idea de eso porque no sabía leer. Así que esa es mi respuesta y eso piensan mis familias indígenas. En realidad lo saben y me lo dicen: tú volviste a casa”.