Barbara García, entre el orgullo y la dificultad de ser bisnieta de Alfons Mucha
Arquitecta y cantante, Barbara García viene de grabar con el coro Subito de Praga una emotiva canción en apoyo a los ucranianos. En entrevista con Radio Praga Internacional, esta checa que vivió toda su infancia en Barcelona nos cuenta, además, qué sintió al enterarse, a los casi diez años de edad, que era bisnieta del genial Alfons Mucha.
Aunque se recibió y trabaja de arquitecta, cantar es algo muy importante en la vida de Barbara García, quien, en su momento, integró, junto a su hermana Kateřína y otros músicos, un grupo llamado Kon Sira que tenía un gran repertorio de canciones sefardíes. En la actualidad, participa en un coro con el que ya grabaron un disco de canciones navideñas y, mientras preparan un álbum de música escandinava, acaban de vivir un momento muy emotivo vinculado a este triste contexto de guerra.
“Yo estuve cantando en dos coros, Subito es un coro de Praga que hace música contemporánea y entonces grabamos un tema en un ensayo al que habíamos llegado todos muy atormentados por la situación. Una de las directoras trajo esta canción que decidimos aprender ese mismo día durante quince minutos y grabarla espontáneamente en la escalera de la escuela donde ensayamos y mandarla como apoyo”.
Cuenta que por iniciativa de la organización Paměť národa (Memoria de la Nación) se realizó un streaming con varios coros en el que incluyeron, precisamente, Flotando en el río Tisa, esa canción folklórica ucraniana de duelo que, en su opinión, tiene mucha vigencia porque habla del encuentro de un soldado con su madre antes de ir a la batalla. Explica que se trató de un momento muy fuerte porque, durante la grabación había gente a la que se le caían las lágrimas. Barbara García es de esas personas capaces de sentir empatía por los demás y en su propia historia personal experimentó mudanzas, cambios de piel y giros imprevistos del destino.
“Crecí en Barcelona, con mis padres y mi hermana y la historia es un poco complicada: mi padre era medio ruso y medio español porque mi abuelo fue un militar republicano durante la guerra civil española y después del año 39 tuvo que ir al exilio y acabó en la Unión Soviética, donde trabajó en la escuela militar de Frunze, que era muy famosa, y allá conoció a mi abuela paterna. Luego se trasladaron a Croacia y acabaron en República Checa, en Praga”.
Los padres de Barbara se conocieron en un colegio secundario de Praga donde decidieron instalarse. Sin embargo, debido al endurecimiento del régimen en los años setenta se trasladaron junto a su hermana cuatro años mayor que ella a Barcelona. Luego sus padres se separaron y las dos hermanas y su madre volvieron a Praga cuando Barbara tenía doce años porque se había enfermado su abuela, y su madre, que nunca había perdido el contacto con su país de origen, quiso volver, entre otras cosas, para cuidarla. Y si bien hoy Barbara recuerda con mucha nostalgia esos años de mar y sol, en su momento vio con muy buenos ojos regresar a Praga.
“Yo teniendo doce años pensaba que era una idea estupenda y no sabía qué consecuencias tendría. Nosotros veníamos cada navidad y cada verano, nos quedábamos en la casa de campo con la abuela, con los primos y lo que en ese entonces era Checoslovaquia estaba conectada a cosas que nos gustaban, pero otra cosa es la vida cotidiana después, el invierno es una cosa a la que no me he adaptado aún”.
Como las hermanas no tenían amigos en Praga, su madre las anotó en un grupo de boy scouts que, tal como cuenta García, suelen cantar y tocar muchas canciones en la guitarra. Ahí nació su pasión por la música, aunque Barbara recuerda que, mucho antes, jugaba a ser cantante de ópera y aprendía muy rápido las canciones que sonaban en la radio. García explica que una constante en su familia ha sido aprender a vivir lejos de los seres queridos. Cuando se fueron de España perdieron el contacto cotidiano con su padre, con quien tenían muy buena relación y mucho después se iría su hermana, luego de conocer a un irlandés con quien, hace doce años, decidió mudarse a Dublín, aunque, por supuesto, se mantiene muy conectada a la familia. Pero además de convivir con esa distancia, las hermanas García tuvieron que digerir, en su momento, una verdadera revelación: su parentesco directo con la emblemática familia Mucha.
“Lástima que esto de que Jiří Mucha es mi abuelo sea un poco complicado porque nosotras no sabíamos que lo era, ya que, además de que él murió en el año 1991, cuando yo tenía unos diez años, y el hecho de vivir en España… nos veíamos muy poco, nos veíamos una vez al año y mi hermana y yo no sabíamos que era nuestro abuelo, pensábamos que era un amigo de la familia porque mi madre es hija extramatrimonial de Jiří Mucha y a ella misma se lo dijeron cuando tendría veinticinco años”.
Barbara García aclara que se trata de un tema complicado porque, además, ella creció con su madre y su abuelo adoptivo, el violinista Alexandr Plocek, por lo que ese tema fue siempre una especie de tabú familiar, a tal punto que a su propia madre también le cuesta pensar en Jiří Mucha como su padre, ya que si bien tenían cierta relación tampoco llegaba a ser un vínculo paternal. Las dificultades para hablarlo eran tan grandes que su madre, de hecho, estuvo muchos años sin contárselo a sus hijas.
“Ella no nos lo dijo porque nosotras conocíamos a Jiří como un personaje de nuestra familia, un amigo de mi madre más bien, y lo veíamos una vez al año, a lo mejor, para Navidad, que íbamos a su casa en la plaza del Castillo y me acuerdo que siempre tenía un árbol enorme de Navidad que daba vueltas y que era superespecial y hacía un gran impacto en nosotras de niñas, pero él no se comportaba como nuestro abuelo, ni siquiera cuando nuestra madre nos dijo que lo era”.
Aunque Barbara no recuerda el momento exacto en que se enteró de su parentesco, sí cree que él ya estaba enfermo y ella tendría poco menos de diez años. Lo que lamenta es que él no haya vivido un poco más porque asegura que, con el tiempo, se le fueron ocurriendo muchas preguntas para hacerle. En su opinión, Jiří Mucha era una persona muy carismática pero que no sabía tratar demasiado con niños y le tenían un poco de miedo. De hecho, cuenta que una vez ella se sentó a dibujar en su mesa sagrada de trabajo y él se enojó mucho. En definitiva, ser descendiente de la familia Mucha es para ella una información que aún está procesando y, a pesar de todas las preguntas que quedaron en el tintero, sí reconoce que siente el orgullo familiar y una especie de mandato para hacer su profesión de la mejor forma posible. En cuanto a la impresionante obra de Alfons Mucha, García lamenta que mucha gente solo conozca los carteles art nouveau en lugar de prestar más atención, por ejemplo, a las pinturas de la Epopeya Eslava que, en su opinión, son impresionantes porque funcionan tanto de lejos como de cerca.
“Va cambiando con la edad y las experiencias, pero cuando yo era pequeña me acuerdo que me gustaban, precisamente, los carteles decorativos porque me parecían muy románticos y me gustaban las mujeres con todos los adornos, las joyas y vestidos. Incluso ahora me sigue gustando el ciclo de La luna y las estrellas, que tiene como más atmósfera, es más profundo. Pero a mí lo que más me gustan son los estudios para las obras más grandes, esos dibujos al carbón o pasteles o la pintura más expresiva. A mí me gusta cuando uno nota el temperamento, algo que está más vivo o que lleva el momento del trazo”.
En definitiva, Barbara García está orgullosa de la obra de su bisabuelo, a quien considera un artista genial que era capaz de realizar cientos de esquemas, retratos y bocetos para llegar a la obra definitiva. Sin embargo, asegura que la mayor influencia artística la recibió de otra parte.
“Llegué a la conclusión de que la influencia mayor la tuvo mi madre en mí porque, siendo ella también arquitecta, cuando vivíamos en España y yo era una niña, ella trabajaba en el taller de arquitectura de Ricardo Bofill en una fábrica de cemento antigua que se reconstruyó y que parecía un castillo, y a veces mi madre me llevaba a ese taller y era impresionante porque tenía pequeñas oficinas y muchos dibujos en las paredes”.
Es decir que, mucho más fuerte aun que las obras emblemáticas y mundialmente reconocidas de Mucha, fue para Barbara García la influencia de su madre que, además de trabajar en ese taller mítico en las afueras de Barcelona, ocupaba un cuarto entero de su casa con pinturas, lápices de colores y acuarelas porque, en esa época, todos los diseños y proyectos de edificios se dibujaban a mano. Barbara García está convencida de que precisamente esas imágenes fueron las que la llevaron a darse cuenta de que la arquitectura era la mejor profesión del mundo.
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