La República Checa vista con los ojos de un extranjero
Son muchos los turistas y cada vez más los emigrantes que llegan a la República Checa. Algunos vienen para descubrir las bellezas del país. Otros llegan para quedarse durante un tiempo e integrarse en la sociedad checa. Hoy les mostraremos las sensaciones y percepciones de alguien que llega por primera vez a la capital del país.
No hace más de veinte años la República Checa era un país perdido entre la nebulosa de los estados bajo la órbita del comunismo. Para los que estábamos en la otra parte del telón de acero la República Checa no existía más que como un lejano lugar de acentos eslavos y conflictos sociales. De hecho pocos europeos occidentales visitaron el país durante la época del comunismo, por lo que los tesoros de la República Checa permanecieron olvidados y enterrados durante décadas.
Lo primero que se siente es que las cosas han cambiado muchísimo en los últimos veinte años. La imagen del capitalismo ha entrado con fuerza en el país y se puede encontrar en cualquier parte. El centro neurálgico de la ciudad nueva de Praga, la plazas de Venceslao, ha adquirido el aspecto de cualquier plaza central de cualquier otro país occidental. También se ha llevado a cabo una tarea titánica de recuperación y reparación del patrimonio histórico nacional, muy vasto en muchos lugares de la República.
Todavía hay algunas cosas que recuerdan el oscuro pasado del país, como los interminables bloques de horribles pisos comunistas de los suburbios o las instalaciones de algunos edificios y empresas. Sin embargo, por otra parte hay que destacar el tremendo y precioso patrimonio arquitectónico del país. Un extranjero que pasee por las calles del casco antiguo de Praga o por las callejas de otras ciudades checas como Cesky Krumlov o Tábor se siente automáticamente trasladado a otras épocas históricas. En otros países las ciudades también preservan vestigios de su pasado arquitectónico, pero son sólo pequeñas islas de pasado en ciudades modernas.
Otro de los aspectos que más llama la atención a un extranjero que comienza a introducirse en la vida de la República Checa es la gente. Las caras son muy diferentes y las costumbres también. Para un extranjero se trata de otro mundo, un mundo que tiene sus reglas y costumbres concretas. Sin embargo, estos atractivos rasgos se están perdiendo con el advenimiento de la globalización. Y es que las grandes empresas e instituciones imponen los horarios europeos y tratan de equiparar cada país en una especie de estándar internacional.
Tanto física como psicológicamente los checos son muy diferentes de, por ejemplo, los españoles. Físicamente los pómulos marcados, las miradas y cabellos de colores claros y las altas estaturas son algunas de las características de los checos. Psicológicamente, en la República Checa se es más correcto, distante y formal que en España, donde en una tienda tratarían al cliente de tu, cosa imposible en Chequia.
Al margen del turismo, Praga y la República Checa tienen muchos tesoros que ofrecer al recién llegado. Desde las costumbres a la cultura, desde el patrimonio a las personas. La República Checa es un país en el que perderse por sus frondosos bosques, errar por las callejas de los cascos históricos de sus ciudades, compartir largas charlas con sus habitantes y, sobretodo, disfrutar del presente, pasado y futuro de uno de los países más occidentales de la Europa centrooriental.