Bretislav I, Aquiles checo
El cronista Cosmas le puso el apodo "el nuevo Aquiles". El décimo príncipe premislita, Bretislav I, no era invulnerable como el Aquiles griego, pero a diferencia de sus antecesores, fue una gran personalidad que devolvió con una hábil política el brillo a los territorios checos.
De la infancia y la juventud de Bretislav no se sabe casi nada. El primer hecho con el que se inscribió en los anales está relacionado, así como en el caso de su padre, con el amor. El romance entre Bretislav y su prometida Judit se convirtió en una leyenda.
Bretislav tenía por aquel entonces unos 25 años. Como príncipe administraba Moravia y residía en un castillo en Olomouc. Judit era una hermosa joven, de 15 años de edad, procedente de una familia noble alemana. Recientemente, como era de costumbre en aquella época, había ingresado en un convento familiar para recibir la educación adecuada.
Schweinfurt, donde Judit vivía, se encuentra en el río Main, en Baviera. Allí, probablemente en el año 1030, la vio por primera vez el joven Bretislav, que pasaba por aquella región con su comitiva en uno de sus viajes al extranjero. Fue un flechazo a primera vista, Bretislav se enamoró profundamente.
Procediendo de una estirpe noble y teniendo un brillante futuro por delante, pudo pedir la mano de Judit, y la hubiera recibido probablemente sin mayores obstáculos. Sin embargo, Bretislav escogió otro camino. Quizá pueda deberse a que Judit hubiera sido prometida a Dios y debiera pasar a ser monja.
El caballero checo subió a su enamorada al caballo, con la espada partió las cadenas en la puerta del convento, raptando a Judit y llevándosela a su tierra.
Judit de Schweinfurt se convirtió en la esposa fiel de Bretislav, amándolo y acompañándolo durante toda su vida y dándole siete hijos, de ellos cinco varones. Nunca antes el número de miembros masculinos de la estirpe premislita había sido tan alto.
El padre de Bretislav, Oldrich, murió inesperadamente en noviembre de 1034. Según la costumbre de sucesión, al trono debía subir el mayor representante de la estirpe premislita - el hermano de Oldrich y tío de Bretislav, Jaromír.
Jaromír, un anciano ciego y cansado de las adversidades de la vida, renunció a su derecho y cedió la soberanía a su sobrino. Así, en 1034, asumió el poder sobre las tierras checas por más de veinte años Bretislav I. Con su arte de diplomacia y de guerra superó a sus antepasados.
Durante el reinado de Bretislav I se consolidó la unión entre Bohemia y Moravia. Praga disponía entonces probablemente ya de un puente que unía las orillas del río Vltava, antecesor del que hoy es el Puente de Carlos. En los tiempos de Bretislav, o quizá ya antes, se cantaba la composición espiritual solemne "Hospodine, pomiluj ny!" - "Señor, ¡misericordia!", el primer himno de los checos.
El canto religioso, en el idioma eslavo antiguo, que pedía paz y bienestar en la tierra, se interpretaba en ocasiones solemnes en iglesias y templos, y antes de una batalla.
En verano de 1039, Bretislav I inició la campaña militar a Polonia. El objetivo era encontrar los restos mortales de San Adalberto, antiguo obispo de Praga quien murió como mártir al evangelizar a los prusianos.
El cuerpo del sabio europeo y mártir cristiano Adalberto se encontraba desde el año 1000 en Gniezno. Sobre su tumba fue levantado el arzobispado de Polonia.
Los checos querían llevarse al Santo de vuelta a su patria, que Adalberto abandonó disgustado hacía cuarenta años. Otro motivo que dirigió los pasos de Bretislav y su obispo Sebír a Polonia, a la cabeza de un ejército poderoso y temido, fue la idea de fundar un arzobispado en Praga.
La invasión de los checos en Polonia tuvo éxito. Los soldados de Bretislav I conquistaron varios castillos, aniquilaron y saquearon decenas de aldeas, ocuparon una gran parte de Silesia, acumulando un gran botín compuesto de oro, plata, joyas eclesiásticas, ganado y esclavos, - entre ellos también a un antepasado del cronista checo más antiguo, Cosmas. Fue tan rico el botín que se necesitara cien carruajes pesados para transportarlo a Praga.
Los checos se apoderaron de Gniezno sin enfrentamiento. Primero saquearon la catedral arzobispal. Luego, sobre la tumba abierta de Adalberto, el obispo Sebír celebró una misa solemne.
Los checos se arrodillaron con humildad ante los restos mortales del Santo, expresando su más profundo arrepentimiento de los pecados anteriores y colocando en el altar una gran cantidad de ofrendas.
Cosmas escribió en su crónica que fue en Gniezno, sobre la tumba de San Adalberto, donde el príncipe checo formuló el conjunto de leyes checas más antiguo, los denominados "Decretos de Bretislav". En ellos constaba, por ejemplo, que no se podía separar un lazo matrimonial monógamo. Se ordenó guardar el domingo como día festivo sin trabajar. Se especificaron severos castigos por enterrar a los muertos fuera de los cementerios cristianos, por delitos y crímenes de asesinato, alcoholismo y ejercicio ilegal de tabernas.
A finales de septiembre de 1039, el ejército de Bretislav I, cargado de un cuantioso botín y de los restos mortales de San Adalberto, retornó glorioso a Bohemia. El cuerpo del Santo fue sepultado en la rotonda de San Vito en el castillo de Praga.
Ahora, Bretislav debía mandar a sus embajadores a Roma para que negociaran con el Papa la fundación de un arzobispado en Praga. Sin embargo, un desconocido se anticipó al príncipe inculpándolo ante Benedicto IX de haber robado y secuestrado los restos mortales del mártir de Polonia.
Bretislav tuvo que defenderse, y sus embajadores tuvieron una ardua tarea por hacer. Confesaron en Roma las culpas de los checos, pidieron perdón demostrando que todo lo ocurrido se había llevado a cabo con buenas intenciones y en nombre de la fe, y que no había tiempo para pedir la bendición y el permiso del Papa para la campaña con antelación.
El Papa Benedicto IX se dejó convencer, probablemente también debido a que había recibido una generosa "donación". Se dice que Benedicto IX fue uno de los Papas más corrompidos en la historia del cristianismo.
El sueño de fundar un arzobispado en Praga no se cumplió, pero Bretislav pudo quedarse con los restos mortales de San Adalberto y con el botín. Y como penitencia, impuesta por el juicio del Papa, fue consagrada en 1046 una catedral junto al monasterio de Stará Boleslav, en Bohemia Central.
El príncipe checo ganó prestigio en Europa, pero también la rabia del emperador romano-germánico Enrique III. No tardó mucho en que Bretislav I tuviera que empezar a prepararse para otra batalla.