Mata Hari que seducía a los nobles checos

Mata Hari

Su suegra, María Manrique de Lara, dio a Praga el milagroso Niño Jesús. Su esposo, Jan de Pernstejn, murió arruinado. Su amante, Karel de Lichtenstejn, le revelaba los secretos de Estado. A principios del siglo 17 se convirtió en una figura que no pudo pasar inadvertida por la sociedad checa - la noble española María Manrique de Mendoza, casada de Pernstejn.

María Manrique de Lara con su hija Polyxena
El siglo 17 no empezó bien en las tierras checas. A una tal Vorsila de Vrchlabí se le convirtió en sangre el pan que cortaba. El noble Ales Berka de Dubá se volvió loco suicidándose con su propia espada. Y el peor mal de todos los males, la peste azotaba el país.

La tensión entre la nobleza católica y protestante checa y morava graduaba. Los católicos se anotaron la primera gran victoria el 24 de agosto de 1599 al ser nombrado supremo canciller de Bohemia, Zdenek Vojtech Popel de Lobkovice, enemigo jurado de los evangélicos.

Mientras tanto, el emperador Rodolfo II cayó gravemente enfermo y se trasladó de Praga a Pilsen. Corrían los rumores de que ya no iba a regresar. Al final, el soberano se recuperó, sin embargo, los síntomas de una enfermedad psíquica se manifestaban cada vez con mayor frecuencia. Ataques de rabia que bordeaban la locura atemorizaban tanto a los aliados de los Habsburgo, como a sus adversarios.

En medio de esta confusa situación apareció en otoño de 1600 en la corte imperial de Praga una nueva cara, Karel de Lichtenstejn. Los círculos diplomáticos alaban las capacidades de maniobrar y la energía de este noble de Moravia, de 31 años de edad.

Rodolfo II
Karel de Lichtenstejn acumuló una gran riqueza casándose con Anna de Boskovice y negociando con la cámara de la corte y el ejército del emperador. A Rodolfo II le regaló pinturas de su colección y a la cámara de la corte le prestó varios cientos de miles de monedas de oro. El emperador premió a Karel de Lichtenstejn nombrándolo supremo intendente de la corte y presidente del consejo secreto.

El ascenso social trae enemigos y falsos amigos. Y en este momento invitamos a escena a María Manrique de Mendoza. En primavera de 1601, Karel de Lichtenstejn visitó por primera vez el famoso salón de las Pernstejn, en el Castillo de Praga.

Todo en el Palacio de Pernstejn, que es el actual Palacio de Lobkovic, recordaba los orígenes de la dueña de la casa, la española María Manrique de Lara, que se había casado en 1555 con el noble checo Vratislav de Pernstejn.

Los vestidos de las hijas de María Manrique de Lara correspondían a la estricta moda española. En el cuello llevaban una cruz que contrastaba con las joyas y perlas brillantes que cubrían los vestidos. Con sus conocimientos de la vida política y el arte de conversar, resaltaban entre las mujeres de aquella época. No tanto con la hermosura. Con una excepción, María Manrique de Mendoza y de Pernstejn.

Era nuera de María Manrique de Lara, pero ésta la amaba como su propia hija. En febrero de 1587 María se casó en Viena con Jan de Pernstejn, hijo de María Manrique de Lara. Poco después de la boda, se trasladó a Praga y llevó al mundo tres hijos.

Polyxena de Pernstejn
Cuando María de Pernstejn conoció a Karel de Lichtenstejn tenía treinta años corridos y estaba libre. Su esposo Jan, quien debido a su torpeza y la animosidad de la nobleza checa y morava, derrochó la heredada riqueza de los Pernstejn hasta acabar en la ruina, llevaba cuatro años muerto.

María de Pernstejn se distinguía entre las hijas de María Manrique de Lara por su temperamento y la educación española. Era una fiel católica como sus familiares, pero nunca se avergonzaba de sus dotes tanto físicos como espirituales. Al contrario.

Su hermosura y la manera de actuar con seguridad y hablar directamente ante los hombres, encantaron a Lichtenstejn. Se olvidó de todas las precauciones diplomáticas, empezó a frecuentar el salón de las Pernstejn regularmente y cortejar a María en público.

María de Pernstejn recibía el interés de este hombre influyente con agrado, sin que le importara que estaba casado. Decían que Lichtenstejn había contraído matrimonio por dinero y había obligado a su novia, Anna de Boskovice, a convertirse al catolicismo.

Había otros que se beneficiaban de esa relación amorosa indecente. La Iglesia. Lichtenstejn perdía ante María todas las inhibiciones y le contaba abiertamente sobre lo que ocurría en la corte, desvelando las asuntos más secretos.

Los círculos españoles de Praga en torno a María Manrique de Lara y el embajador español San Clemente, que mantenían vínculos directos con el Papa, encontraron en María una rica fuente de información. Hacía tiempo que el nuncio papal, los jesuitas y otros intentaban en vano someterse a Lichtenstejn. Y ahora, él mismo se estaba entregando a sus manos.

Don Guillen de San Clemente
O mejor dicho a los brazos de María de Pernstejn que averiguaba e incluso coordinaba los pasos políticos de Lichtenstejn, según la Iglesia se lo demandaba.

La que más sufría en esta aventura era la esposa de Karel de Lichtenstejn, Anna. Después de cinco años de un tormentoso matrimonio, se sentía traicionada y humillada. Y lo gritaba a los cuatro vientos. Y para que su dolor fuera aún mayor, su hijo pequeño murió después de que a una de sus criadas se le soltara infelizmente de sus brazos y cayera al suelo.

El escándalo estalló con fuerza. El emperador Rodolfo II se enfureció al enterarse de que Lichtenstejn traía las novedades más recientes de la corte a la casa de Pernstejn. En Viena se arrancaba el pelo el arzobispo Khlesl, concejal principal del archiduque Matías, hermano de Rodolfo II.

Y el propio Lichtenstejn se dio cuenta de que su amante lo había vendido. Su posición en la corte vacilaba. No le quedó otro remedio que retroceder y acabar su relación con María de Pernstejn. En los años posteriores nunca comentó ese tema, pero tampoco volvió a entrar en el mismo lío.

A María de Pernstejn le quedó la fama de noble cortesana. Su belleza y espíritu despertaban el interés de los nobles checos.

Transcurrieron más de dos años desde el escándalo con Lichtenstejn. En 1604 llegó a Praga el cardenal Este de Modena para concertar la boda del emperador Rodolfo II con la princesa de Modena. Praga conoció pronto al cardenal como apasionado jugador de naipes y pelota y amante del vino. Como su misión contradecía a los intereses del Papa, cada paso suyo era observado por el nuncio Ferreri.

En sus mensajes enviados a Roma informaba sobre como el cardenal se hizo familiar rápidamente con María de Pernstejn. La visitaba muy a menudo y de esas visitas regresaba tarde en la noche. Más que la virtud de la noble al nuncio le preocupaba el hecho de que María apoyaba los esfuerzos del cardenal por casar al emperador y que estos planes no coincidían con la política del Papa.

El cardenal Este de Modena abandonó al final Praga sin éxito. Roma suspiró de alivio. Al cabo de unos meses el nombre de María de Pernstejn volvió a aparecer en la correspondencia del nuncio papal. La noble quería casarse, y el nuncio Ferreri apoyaba con fervor su propósito.

María tenía que pensar en el futuro. El patrimonio de su esposo fallecido Jan pertenecía a sus hijos y era administrado por su cuñada Polyxena, casada con Zdenek de Lobkovice, y su suegra María Manrique de Lara.

Admiradores no le faltaban a María, pero pretendientes serios sí. A muchos caballeros les daba miedo su pasado.

El único que aguantó fue el conde Bruno de Mansfeld, antiguo camarlengo del Papa y caballero maltés. Su familia lo repugnó y le privó de su herencia por haberse convertido al catolicismo.

María de Pernstejn tenía dudas. Estaba por cumplir los 40, y su novio que pasó la juventud en los campos de batalla de Hungría aún no tenía 30 años.

La noble resistió durante un año y en enero de 1606 se casó. El mismo Papa la felicitó por la boda. Poco después María se despidió de Praga y se trasladó a Viena, donde su esposo entró en los servicios del archiduque Matías.

No fue la última vez que María de Mansfeld, viuda de Pernstejn, nacida de Mendoza, vio Praga.