La pianista venezolana Gabriela Montero dio su segundo concierto con la Orquesta Sinfónica de la Radio Checa
Premiada no solo por su talento musical sino también por su defensa de los derechos humanos, la prestigiosa pianista venezolana, que se encuentra en una residencia artística en Praga, habló de la solidaridad de los checos, de la situación en su país y de la gran responsabilidad que implica el talento artístico.
La prestigiosa pianista venezolana Gabriela Montero, que vive entre España y Estados Unidos, viene de dar un concierto con la Orquesta Sinfónica de la Radio Checa en el emblemático Rudolfinum de Praga. Galardonada en 2018 con el premio Beethoven por su labor en materia de derechos humanos, explica que siempre está dispuesta a hablar de distintos temas sociales y políticos aunque a veces eso pueda ocasionarle algunos problemas. Y, por supuesto, su estadía en Praga no fue la excepción.
“Yo estoy como artista, lo que llaman ‘artista en residencia con la orquesta’, lo cual significa que la relación se vuelve mucho más estrecha con varias representaciones y tipos de repertorios juntos. Así que esta es la segunda ocasión en los últimos seis meses que toco con ellos. La primera vez fue un concierto de Chaikovski y ahora es el concierto n.º 14 en mi bemol mayor de Mozart y otro en do mayor de Dmitri Shostakóvich”.
Entre largas jornadas de ensayos que a veces le pueden demandar unas diez horas, Montero destaca que lo más interesante de ese tipo de experiencias artísticas son también los aspectos personales que se ponen en juego. Y, además de estar muy feliz tanto con la calidad de la orquesta, con la que aún tendrá un concierto más, como de visitar un país con tanta tradición musical, Montero asegura que encuentra también entre los checos mucha comprensión.
“Para nosotros, los venezolanos, los checos han sido sumamente conscientes y solidarios con nuestra situación, así que para mí tiene un doble significado estar aquí como artista invitada: no solo por la parte artística, sino también porque nos entendemos políticamente y socialmente también”.
Montero define a la capital checa como una ciudad hermosísima que también lleva muchas heridas y cicatrices, un sitio en el que ha generado varios vínculos. Una de sus amigas más cercanas es Tamara Sujú, una abogada especialista en derechos humanos y directora del Instituto Casla, que estuvo en Praga y está muy conectada con la Fundación Havel. Por intermedio de ella, cuenta Montero que conoció a muchas personas checas que entienden la historia de Venezuela y considera que esta es una gran oportunidad para afianzar esos lazos y agradecer la solidaridad de los checos. Montero empezó a denunciar los problemas y conflictos de su país alrededor del año 2010, cuando editó Solatino, un disco con repertorio latinoamericano. Al año siguiente, compuso Ex Patria, una obra dedicada a su país con la que obtuvo un premio Grammy Latino.
“Y Ex Patria fue mi primera composición, una obra de piano y orquesta, un poema tonal sobre la experiencia de ser venezolana y sentirse asfixiada, pisoteada, acorralada por un régimen que nos quitó absolutamente todo a los venezolanos”.
En esa composición, tal como explica Montero, se pueden escuchar, por ejemplo, las metralletas y distintos episodios de opresión. Por otro lado, entiende que la dispersión por todo el mundo de sus compatriotas y seres queridos es una de las consecuencias más graves de los últimos gobiernos en su país porque calcula que hay siete millones de venezolanos que migraron. Al respecto, ella siente una profunda nostalgia que la acompaña siempre y que, muchas veces, trata de canalizar de una forma artística.
“Tocar Shostakóvich, que fue un hombre que sufrió tanto bajo el puño del estalinismo, para mí que soy venezolana es algo que siento muy vivo, muy de ahora, y eso es algo que nunca deja de sorprenderme porque no aprendimos de la historia, porque tenemos que volver a repetirlo, quizás transformado en otra cosa, pero es el mismo germen de maldad. Y en cuanto al exilio, yo he vivido en muchos países y no termino de hallarme, y no puedo terminar de sentirme en casa. Para mí, mi casa es Venezuela y no puedo regresar”.
En cuanto a lo artístico, una de las claves en la brillante trayectoria de Montero es, tal como ella misma cuenta, la improvisación. De hecho, al final de los dos conciertos que hasta ahora dio con la Orquesta Sinfónica de la Radio Checa, Montero interactuó con el público: les pidió que le cantaran algo en checo para que ella pudiera improvisar alguna melodía en el piano. En el concierto de la semana pasada, la inspiración fue un fragmento de la ópera La novia vendida de Smetana. Reconocida en la actualidad por diversos músicos de distintos países, Montero asegura que una persona clave en su carrera fue la pianista argentina Martha Argerich.
“Martha es casi ya una figura mítica. Yo la conocí cuando tenía 31 años y ya en ese momento no estaba tocando y yo quería hablar con ella, tomarme un café y ella insistió para que tocara con ella. Toqué para ella a las dos de la mañana y eso cambió el rumbo de mi vida porque ya después de hacer carrera y de ganar la medalla de bronce en el concurso de Chopin en 1995, no estaba segura de que quería dedicarle mi vida a la música”.
Aclara Montero que el horario de esa especie de audición se debió a que Argerich es noctámbula. Y aunque en ese momento de su vida tenía muchas dudas acerca de si seguir vinculada a la música que requiere un sacrificio personal muy grande y no estaba segura de querer ese estilo de vida, fue justamente Argerich quien le dijo que tenía que compartir ese talento con el público. Además, cuenta que empezó a hablarle a todo el mundo de ella y entonces le empezaron a llover invitaciones y ofertas de conciertos. Ese encuentro sucedió hace más de veinte años y fue un punto bisagra en la carrera de Montero, ya que desde entonces siguió tocando sin parar, salvo por una interrupción de cuatro meses durante el año 2020, a causa de la pandemia. Y si bien asegura que la mayoría de la gente suele tomar el talento como una bendición, ella lo entiende también como una gran responsabilidad, ya que ser artista requiere, a partir de determinado nivel, un compromiso absoluto.
“Ya uno a medida que se hace mayor va buscando cúspides más allá de las anteriores y uno escala esa montaña, ese Everest a nivel artístico y sientes que siempre hay más que escalar, más que subir y eso es algo que uno se impone. Yo me lo impongo y es mi tortura personal”.
Gabriela Montero explica que la práctica es como hacer un recorrido por la misma calle de siempre pero descubriendo, de repente, la presencia de una lucecita o un arbolito. Se trata de ir viendo el panorama cada vez con mayor profundidad, aunque siempre pensando en términos de comunicación humana para poder transmitir, mediante la música, las emociones más complejas.