El Heykal, el Klepáček y otras leyendas checas

Šumava, foto: archivo de Radio Praga

Estimados amigos, si son aficionados de leyendas del pueblo checo, les invitamos a hacer escala en los bosques de la Meseta Checomorava, en la sierra de Šumava y en la ciudad de Beroun. Son escenarios de las burlas del fantasma Heykal, de las tétricas venganzas de los difuntos y de las diabluras del duende Klepáček.

Šumava,  foto: archivo de Radio Praga

Hey, hey, hey…Según las leyendas populares, en los bosques checos se oían muy a menudo estas llamadas de los fantasmas denominados “Heykal”.

El Heykal era un hombrecillo muy diminuto, de tamaño de un muñeco. En su carita destacaban unos ojos desencajados.

Heykal  (Zdeněk Řehoř en el papel de Heykal en una película checa),  fuente: ČT
En la cabeza llevaba un sombrero de copa alta y andaba trajeado con una chaquetilla y un pantalón ancho de color gris. Sus piececitos descalzos tenían garras como las patas de un gato.

Cuando el Heykal se agarraba a una rueda del carro, ni un par de bueyes eran capaces de poner el vehículo en marcha.

En la Meseta Checomorava los bosques estaban infestados de los Heykal. La persona que respondiera a su ”hey,hey,hey” tenía en un instante al fantasma sobre la espalda, sin poder librarse de él. Precisamente esto le sucedió a un capintero que regresaba de noche a su casa por un bosque.

Al escuchar “hey, hey,hey”, el hombre pensó que era la voz de una persona que se había extraviado. Respondió y ya el Heykal estaba sentado sobre su espalda.

A lo largo del camino, el carpintero sentía un enorme peso como si cargara un saco de piedras.A pesar de ser un hombre recio, al llegar a la puerta de su casa, se desplomó de agotamiento.

Otro vecino de la Meseta Checomorava llegó con el Heykal sobre la espalda hasta el patio de su finca. Allí se le ocurrió una forma drástica de librarse del fantasma. Se acercó corriendo al estercolero y de espaldas se arrojó al montón de inmundicias.

Pero el malicioso fantasma fue más rápido. Saltó de la espalda del hombre y relinchaba de contento y daba patadas en el suelo al ver al campesino tumbado en su camisa blanca sobre el maloliente estiércol.

Šumava,  foto: archgivo de Radio Praga
Ahora hacemos una escala en la sierra de Šumava que se alza al sudoeste de Bohemia, en la frontera con Alemania.

Cuando en el invierno la nieve llegaba hasta las ventanas de las casitas dispersas por los montes de la boscosa sierra de Šumava, los serranos quedaban aislados. Ni un fuerte caballo era capaz de abrirse camino a través de la nieve.

Lo tenían difícil los vivos, y también los muertos. Debido a los caminos impracticables, era imposible trasladar al difunto al cementerio, distante varios kilómetros.

La única solución era postergar el entierro. Hace 500 años surgió la costumbre de colocar al fallecido primero en la llamada tabla del difunto que se situaba al aire libre al lado de la casa. Allí permanecía hasta que cesaban los fríos y era posible sepultarlo en el cementerio.

Veselý Kopec,  foto: Ben Skála,  Wikimedia CC BY-SA 3.0
Después del entierro las tablas del difunto se dejaban al lado de la capilla, en los cruces de caminos o al pie de un árbol memorable. En los días festivos se adornaban con flores.

La costumbre de los serranos dio origen a varios cuentos tétricos.

Un codicioso carpintero esperó hasta que un fallecido fuese enterrado y en una noche oscura robó su tabla. La utilizó para fabricar una cama que entregó a una pareja el día de su boda.

La cama era magnífica.La admiraron todos los invitados a la fiesta de boda que se celebró en la casa del novio.

Cuando los invitados se marcharon, los recién casados estaban ansiosos por abrazarse en su nueva cama.

Sonaron las primeras campanadas de la medianoche en la torre de la iglesia del pueblo cuando la pareja se dio el primer beso...

Fue también el último de esa noche porque después sucedió algo espantoso.

La cama crujió y luego cayó al suelo, hecha pedazos. Entre los recién casados apareció el difunto de la tabla robada, envuelto en un sudario blanco.

Extendía a la pareja sus brazos descarnados, batía pavorosamente con los dientes y giraba rápidamente la calavera. Los aterrados esposos salieron corriendo de la casa. El difunto se lanzó en pos de ellos.

Foto: Ondřej Tomšů
Los persiguió hasta la puerta de la iglesia donde se refugiaron. El párroco conjuró al difunto con una custodia.

La pareja se quedó en la iglesia hasta el amanecer. Cuando regresaron a su hogar, todo estaba en orden. Sólo la cama quedó reducida a astillas.

Por haber profanado el carácter sagrado de una tabla del difunto, el codicioso carpintero fue convertido después de muerto en un fantasma.

Otro carpintero fabricó de la tabla del difunto una de cocina. Cuando una campesina empezó a cortar en ella fideos, éstos se pusieron a mordisquear a la mujer en los brazos y en las piernas. La tabla de amasar rompió los cristales de la ventana y voló rumbo al cementerio.

En la Edad Media, la ciudad de Beroun, situada 60 kilómetros al oeste de Praga, florecía de manera extraordinaria. Prosperaban tanto los alfareros como los fabricantes de paños, medias, cuchillos y clavos, así como los tejedores.

En los alrededores de la ciudad se explotaban canteras y caleras y en los viñedos y campos de lúpulo se recogían abundantes cosechas.

Las arcas del ayuntamiento de Beroun rebosaban de dinero, gestionado con extraordinario rigor por el concejo municipal. Pero estalló una guerra y los soldados que habían tomado la ciudad, capturaron al alcalde al que exigieron el dinero de las arcas municipales.

A pesar de las torturas, el alcalde no reveló donde estaba escondido el dinero. Los ocupantes buscaron en el ayuntamiento, en varias casas y hasta en el cementerio, pero sin éxito.

Beroun,  foto: archivo de Radio Praga
Enfurecidos, ataron al alcalde a la cola de un caballo y lo arrastraron por las calles de Beroun hasta que expiró.

Poco tiempo después empezó a aparecerse en la ciudad el espíritu del infortunado alcalde en forma de un duende que se anunciaba dando leves golpes en la pared.

Esta actividad se llama en checo “klepat” y de ahí el nombre de Klepáček que le pusieron los vecinos de Beroun. El duende solía aparecerse frecuentemente en la alcaldía. La gente concluyó que allí había escondido el dinero y que lo seguía vigilando.

El espíritu del alcalde velaba también por el honesto comportamiento de los vecinos, castigando las infracciones con maliciosas burlas.

Klepáček ponía especial celo en vigilar el patrimonio municipal, cuidando que nadie malversase los dineros públicos. Jamás escapó al castigo del duende el funcionario del ayuntamiento que intentase robarlos.

palabra clave:
audio