Doce estatuas de apóstoles de plata pura en el castillo de Veverí

Los viejos castillos medievales de Bohemia y Moravia están rodeados de singulares y pintorescas leyendas. De este peculiar acervo hemos seleccionado dos que tienen su origen en Moravia: una surgida en torno al castillo de Veverí, en Moravia del Sur, y otra relacionada con el castillo de Stramberk, en Moravia del Norte.

Una leyenda narra que el príncipe checo Bretislav trajo de una campaña bélica un precioso botín: doce estatuas de apóstoles de plata pura. Dichas estatuas en tamaño natural estuvieron supuestamente depositadas durante algún tiempo en el castillo de Stará Boleslav y más tarde fueron trasladadas al convento de Tisnov, en Moravia. En su posterior destino intervinieron los templarios, dice la leyenda.

Cuando a principios del siglo XIV reinaba el jovencísimo rey checo Venceslao III, el castillo moravo de Veverí, cerca de la ciudad de Brno, era sede de la Orden de los templarios. El gran maestro de la Orden intuía que se acercaba el ocaso de la gloria de los templarios y que su enorme patrimonio estaba amenazado.

El gran maestro llamó a unos operarios y los condujo a los sótanos del castillo de Veverí. A la luz de las antorchas construyeron una espaciosa sala subterránea a la que el gran maestro ordenó trasladar los tesoros de los templarios.

Venceslao III
La leyenda cuenta que seguidamente el gran maestro se apresuró a visitar a la abadesa del convento de Tisnov y le pidió con insistencia que donara al rey Vencesalo III las estatuas de plata de los apóstoles para que el monarca pudiera financiar su campaña bélica contra el duque polaco Vladislao Lokietek.

La abadesa vaciló sin saber cómo decidirse. El gran maestro usó todo su arte de persuasión y la priora acabó por prometer que enviaría al rey a la ciudad de Olomouc las llaves del depósito de las estatuas de plata en señal de que las cedía al monarca.

El rey Venceslao III llegó en 1306 a la ciudad morava de Olomouc, hospedándose en la casa del decano. Allí los mensajeros de la abadesa le entregaron las llaves del tesoro. El rey agradeció y prometió que pronto iría a recoger las estatuas de plata. Pero un trágico suceso impidió que lo hiciera.

El tiempo era bochornoso en agosto de 1306. Un día el monarca, tras dormir una breve siesta, salió del aposento para refrescarse. En ese momento saltó de un oscuro rincón un hombre que asestó a Venceslao III tres cuchilladas. El rey se desplomó y ya no volvió a recuperar la conciencia. El asesino fue matado por los guardas antes de que prestara cualquier declaración.

Cuando la noticia sobre el asesinato del rey Venceslao III llegó al campamento de las tropas reales, los soldados se amotinaron, entregándose enseguida al pillaje y al saqueo sin respetar ni siquiera el patrimonio del monarca. La leyenda narra que en la confusión desaparecieron también las llaves enviadas al monarca por la abadesa del convento de Tisnov.

Venceslao III
Llegó la primera noche tras la muerte del monarca. Para algunos era una noche triste porque con el asesinato de Venceslao III se extinguió la casa real de los Premislidas en la línea masculina. Otros postergaron su tristeza y empezaron a actuar.

Esa misma noche llegaron a la puerta del convento de Tisnov varios carros. Un hombre que solicitó ser recibido por la abadesa le mostró las llaves del depósito de las estatuas de plata y pidió que se le entregasen. Así lo desea el rey, dijo el hombre.

La abadesa no sabía aún que el monarca había sido asesinado y permitió que las estatuas de plata de los apóstoles fuesen trasladadas a los carros.

Los carros con la preciosa carga desaparecieron en la oscuridad. La leyenda narra que por los caminos forestales los carros llegaron hacia la medianoche al castillo de Veverí, sede de los templarios.

Bajo el manto de la noche, los templarios trasladaron las doce estatuas de plata a la sala subterránea. Poco tiempo después la Orden de los templarios fue disuelta. Los templarios se dispersaron por el mundo y de los tesoros de los subterráneos del castillo de Veverí no quedó ni rastro, narra la leyenda.

En las épocas pasadas ocuría a menudo, dicen las leyendas, que un caballero escogiera para la construcción de su castillo un lugar al que se habían apegado las fuerzas malignas. Es lo que pasó en la pequeña ciudad morava de Stramberk.

La construcción del castillo empezó en el cerro de Kotouc. Los operarios trabajaron con ahinco desde la mañana hasta el anochecer, pero nada de su trabajo se mantuvo hasta el siguiente día. Al amanecer toda su obra estaba destrozada y ellos tuvieron que rehacerlo todo.

Los operarios se escondieron un día en los matorrales para descubrir al malvado que deshacía su obra. Cayó la noche y en el cielo aparecieron las estrellas. Durante mucho tiempo no pasó nada y los operarios empezaron a dormitar.

Cuando faltaba una hora para la medianoche, las sombras se pusieron en movimiento. Parecía que cada piedra y cada madero tenía piernas ya que en el lugar de las obras todo se movía y pululaba. Los operarios se frotaban los ojos sin querer dar crédito a lo que veían:A la luz de la luna unos ágiles duendes desmantelaban la obra hecha por los humanos. Los operarios lo contemplaron petrificados.

Por la mañana buscaron a su señor y le pidieron que no les obligara a trabajar en el cerro de Kotouc ya que no habían venido para luchar con los duendes. El señor del feudo de Stramberk dio la razón a los trabjadores y escogió otro lugar para la edificación del castillo.

Sin embargo, después de que surgiera al pie del castillo la pequeña ciudad de Stramberk, los duendes volvieron a hacer de las suyas. Cuando una ama de casa salía un instante de la cocina, inmediatamente le sacaban la carne de la olla y se la comían. Vaciaban hasta la última gota las vasijas con leche y nata, entornaban fuentes con comida, agujereaban sacos con harina, transformaban la sal de los saleros en cal y abrían las canillas de los barriles de vino. Los vecinos de Stramberk oían sin cesar las burlonas risas de los maliciosos duendes.

Stramberk,  foto: www.czechtourism.cz
Un peregrino aconsejó a los vecinos de Stramberk que cada uno cortara un ramo de sauce y se marchara al lugar donde se reunían los duendes. B:"Uds. no verán a los duendes porque llevan gorritos mágicos. Por eso empezaremos a dar golpes con los ramos. Si logramos quitarle el gorrito a alguno de los duendes, inmediatamente se hará visible. Captúrenlo y encierren en la prisión", dijo el peregrino a los vecinos de Stramberk.

Así lo hicieron. Cuando los vecinos conducían al duende capturado a la cárcel, éste lloraba lastimeramente y prometía que todos sus compañeros se marcharían de la ciudad si lo dejaban en libertad. Los hombres de Stramberk no se lo creían. Entonces el duende pidió que le dieran una hoja de tilo. Hizo en la misma varios agujeros y la entregó al más viejo de los vecinos diciendo:"Sopla en el agujero del medio".

El vecino sopló y delante de él apareció el rey de los duendes que prometió que todos sus súbditos se marcharían a cambio de la libertad de su compañero. Los duendes cumplieron su promesa, pero antes de marcharse intentaron estafar todavía a un labrador. Deshecha su estafa, huyeron al bosque, narra la leyenda sobre el castillo y la ciudad de Stramberk.

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