Antonín Slavícek - Maestro de la pintura impresionista checa
A petición de nuestro oyente espanol Iñaki Esnal Alegría, de Azpeitia, nos dedicaremos esta vez a su pintor favorito, Antonín Slavícek. El señor Esnal opina que el dominio de los colores de Slavícek y la yuxtaposición de los mismos, hacen de este pintor un maestro del impresionismo, lo que demuestra en formatos de gran tamano donde la mayoría de los pintores se pierde.
tan bien con el pincel la configuración del paisaje checo y la vida cotidiana de los campesinos. En la memoria de la nación checa se han grabado también sus cuadros en los que plasmó los rincones más apartados y pintorescos del casco histórico de Praga.
A sus 17 años, en 1887, empezó a estudiar en la capitalina Academia de Artes Plásticas, donde fue influido decisivamente por su maestro Julius Maøák, pintor del romanticismo orientado a los bosques y a los reflejos de la luz en la superficie del agua. Otro paisajista cuya obra dejó profundas huellas en Slavícek fue Antonín Chittussi, famoso por su lírica pintura al aire libre de llanos y colinas checas.
Con excepción de breves estudios en Alemania, Francia y Croacia, Slavícek pasó toda su vida en Chequia, inspirándose exclusivamente en la tradición de la pintura nacional. A mediados de la década del noventa del siglo pasado, Slavícek se colocó a la cabeza de la escuela pictórica de Marák, emprendiendo con sus alumnos viajes al campo. Fruto de estas excursiones son sus cuadros "Sol en el Bosque", "Otoño en Veltrusy" o "Arroyo en la Niebla", en los que logró captar la nostalgia de las postrimerías del siglo pasado.
Antonín Slavícek pintó en 1898 el cuadro "Un Día de Junio" en el que por primera vez utilizó la técnica de manchas de colores, típica de la pintura impresionista, que produce la sensación de movimiento ininterrumpido. Al igual que los impresionistas franceses, Slavícek trató de captar la atmósfera momentánea e íntima del paisaje. De ello se deriva el hecho de que el impresionismo fuera calificado de pintura de impresiones sensuales. Y hay otro rasgo que incluye a Slavícek entre los pintores impresionistas: su interés por la vida en las grandes ciudades, concebida como un calidoscopio de muchedumbres cuyos olores y murmullo se mezclan con el ruido de los coches y tranvías.
Testimonio de esto son sus pinturas al pastel con motivos praguenses, tales como "Una Noche Lluviosa" y "El Malecón de Praga", en las que palpita la tristeza y la soledad de los habitantes de las nacientes metrópolis. Slavícek penetró hasta lo más profundo del alma de los praguenses, y su amor hacia esta "Ciudad de las Cien Torres" quedó plasmado en las escenas de mercados y rincones históricos capitalinos, así como en vistas panorámicas de Praga.
Sin embargo, el arte de Slavícek culminó durante su estancia en la pequenita aldea de Kamenicky, en la Meseta Checo-morava. Allí pasó cuatro años pintando sin patetismo la cruda belleza de esa pobre comarca montanosa y la dura vida de sus habitantes. Las pinturas realizadas en Kamenicky huelen a pan recién cocido, a sol melancólico cuyos rayos se abren paso entre la eterna niebla y nubes que se extienden sobre esa tierra, y al viento que allí sopla sin cesar.
Es una tierra de pinares con brezos de color rosa pálido y de colinas sembradas de abedules y de serbales que pintan de sangre el otono. Sin Kamenicky, Slavícek no se habría convertido en pintor del impresionismo. Allí realizó sus mejores cuadros: el famoso y triste "Funerales en Kamenicky" o el sombrío "Paisaje Invernal en Kamenicky".
Desgraciadamente, Antonín Slavícek no tuvo la suerte de cosechar en vida los frutos de su extraordinaria labor. En 1909 quedó paralítico a causa de un ataque de apoplejía que acabó con su actividad predilecta: la pintura. Después de varios meses de desesperación y pena, decidió abandonar voluntariamente este mundo. Corría el mes de enero de 1910 y Slavícek todavía no había cumplido los 40 años.